sábado, 24 de febrero de 2007

ABUELAS

La vida ha pasado muy deprisa y a muchas mujeres de mi generación, que fuimos madres muy jóvenes, la condición de abuelas nos ha pillado con el pie cambiado. Quiero decir que somos unas abuelas un poco atípicas, algo distintas a la imagen tradicional.

Yo comparo mis veintipocos años con las chavalas que ahora tienen esa edad y tenemos muy poco que ver. Ni mejores ni peores, diferentes. Es indudable que la vida nos va modelando a su antojo y el carácter, las actitudes, la personalidad, no dependen de la edad que se tenga sino de las cosas que nos pasan. Y si adquirimos la responsabilidad de ser madre y de manejar una casa, una economía, una pareja y una familia nos pasan más cosas que si no la adquirimos. O, al menos, las cosas que nos pasan son más trascendentes. Eso, en el caso de que todo transcurra felizmente y sin grandes sobresaltos, sin entrar en las que hemos tenido que afrontar situaciones muy duras a una edad en la que, en estos tiempos, el problema más importante que tienen las chicas es una asignatura que se les resiste.

Fuimos saliendo como pudimos de las trampas que nos puso la vida, muchas veces solas, lejos del entorno protector de nuestras madres; a trompicones, sin apenas resuello para reflexionar, de forma instintiva. Y casi sin tiempo para soñar en las cosas que sueñan las chicas de esa edad.

En aquellas circunstancias, los consejos de las abuelas cuando tuvimos hijos, eran un lujazo que seguíamos a rajatabla. Y era un lujazo ir a su casa a sentirnos hijas, a que nos protegieran, a que nos ayudaran en la ingente tarea de ser madres.

Así, casi sin darnos cuenta, nuestros hijos se hicieron hombres y mujeres y tuvieron sus propios hijos. Nos hicieron abuelas en un pispás. Entonces llegó el momento de mirarnos al espejo, al del cuerpo y al del alma. El del cuerpo nos dice –modestamente- que estamos estupendas. Que esta vida de locos que hemos llevado tiene la ventaja de que nos ha obligado a mantenernos jóvenes. Que no hemos engordado y nos sientan bien los mismos vaqueros que a nuestras hijas; que llevamos el pelo estiloso, que a las ocho de la mañana estamos en la calle como un pincel, con el ojo pintado.

Y el del alma nos dice que en aquella vorágine de improvisación que fue nuestra juventud, nos quedaron pendientes muchas asignaturas. Y ahora queremos aprobarlas. Unas quieren viajar; otras, emprender o retomar esos estudios que no pudieron empezar o que dejaron a medias; otras, observar un mundo inmenso, que entonces se reducía a las cuatro paredes de su casa, y recabar datos para formarse una opinión propia. Leer todos esos libros que no leímos entonces, visitar los museos que no vimos, contemplar un cielo estrellado o un amanecer. Además, algunas –más de las que parece- tenemos ganas de un poco de frivolidad; de conocer gente, de salir y divertirnos hasta el amanecer, aunque al día siguiente las ojeras nos lleguen a las rodillas y nos duela la cintura de bailar. Si somos jóvenes para madrugar y trabajar ocho horas, también lo seremos para irnos de marcha. Y a muchas –también a más de las que parece- les encantaría enamorarse, disfrutar una relación adulta y compartir el capital de su madurez; regalar a alguien la sabiduría de su cuerpo y de su alma.

En estas condiciones nos hacen abuelas. Sólo que ahora nuestros hijos, nuestras hijas, lo saben todo. No necesitan nuestros consejos ni nuestra experiencia. Han leído muchos libros y tienen internet. Y las abuelas somos unas señoras, un poco pesadas, que no tenemos ni idea de qué hacer con los niños. Es un milagro que ellos hayan sobrevivido en nuestras manos.

He hablado con amigas mías y casi todas dicen lo mismo. No somos necesarias; tenemos que llamar –casi pedir audiencia- para ir a su casa. Y si es un momento inoportuno, no cogen el teléfono y se quedan más anchos que largos. Si su madre se preocupa es que es una histérica. En eso tienen razón, porque cuando pasa algo malo nos llaman enseguida. A veces condescienden a dejarnos a los niños, dándonos instrucciones por escrito. Una vez mi hijo me enseñó a fregar un biberón en tres pasos, mientras yo le miraba y asentía con cara de idiota. Y, de vez en cuando, se dignan a venir a nuestra casa a comer. Y nos sentimos afortunadas de venir de Carrefour cargadas como mulas, madrugar un sábado o un domingo para prepararles su plato favorito, sacar un mantel, poner la mesa con la vajilla de las fiestas, llenar dos lavaplatos y, cuando se van, buscar por los rincones las tres mil piezas de lego, dos puzles, y una caja de ceras de colores que han quedado esparcidos por la casa. Sin contar con el pegote de galleta espachurrada en el sofá.

Si no llamáramos nosotras, podrían pasar semanas sin hablar siquiera por teléfono. Yo he encargado a mis amigos que pongan mi esquela en todos los periódicos cuando llegue el momento, tengo hijos de todas las ideologías.

Así y todo, vamos a verlos todas las semanas, porque no queremos que nuestros nietos salgan corriendo cuando ven a esa señora que dice que es su abuela. Los vamos a buscar al colegio, los bañamos y les damos la cena.

Y, cuando por la noche volvemos a nuestro solitario refugio, del que hemos salido a las ocho de la mañana hechas un brazo de mar y con el ojo pintado, hemos trabajado ocho horas, nos hemos tragado catorce kilómetros de atasco de ida y otros catorce de vuelta para ir a verlos, al tirarnos en el sofá y quitarnos los zapatos, sentimos un leve, levísimo apretón de soledad encima del estómago. Pero paseamos la vista por la casa, todo en orden, escuchamos el silencio y, para colmo, aspiramos el perfume de la gardenia que ha florecido en el salón. Y pensamos que...bueno, pues eso.

jueves, 22 de febrero de 2007

LA MUERTE RONDANDO

Hoy he sentido el aliento de la muerte soplando otra vez sobre mi familia. Un acontecimiento gozoso ha estado en un tris de convertirse en una tragedia. Mi sobrina María esta madrugada ha tenido su primer hijo; primer nieto de mi hermano, cuarto bisnieto de mi madre, alegría completa.

Embarazo perfecto, parto normal, hermoso niño de tres kilos y pico. Todo estupendo hasta que, sin saber cómo ni por qué, se le ha presentado una hemorragia. Alarma, carreras, actividad frenética. Por fin dicen los médicos que la hemorragia está controlada. Parece que pasó el susto.

A las diez de la mañana, mi madre me da la noticia del nacimiento del niño y me cuenta esto como un pequeño susto que ya está solucionado. Llamo a mi hermano -que vive fuera- enhorabuena, parabienes, besos telefónicos. Llamo a mi cuñada que estaba con su hija en el hospital. De nuevo enhorabuena, parabienes, besos telefónicos. Me dice te tengo que colgar, que María no se encuentra bien, está blanca como el papel. Bueno, bueno, luego hablamos.

Cinco minutos más tarde me llama Marta, temblándole la voz: mamá, María está en parada cardiorrespiratoria.

Cuando mi cuñada me cortó la conversación, levantó la sábana de María y se encontró un río de sangre hasta el suelo; por él se iba la vida de su hija a toda máquina.

Pierde la consciencia. Masaje cardiaco, respiración asistida, transfusiones, todas las barreras para detener a la muerte. La muerte que, por lo visto, acecha agazapada detrás de la alegría.

Mientras, el niño dormía plácidamente en su cunita, ajeno a todo. Ajeno a que su madre estaba a punto de dejarle aquí solo, en este lugar extraño al que acababa de llegar.

Y el padre de María, es decir, mi hermano el magistrado, ignorante de lo que ocurría, se ponía la toga y entraba a un juicio.

Parece que ya ha pasado todo. Todavía estoy estremecida.

martes, 20 de febrero de 2007

A PESAR DE TODO

Pese a de Juana Chaos y al veneno de sus ojos, Juanma y Esther se han casado después de veintidós años juntos. Se estaban conociendo. Los padrinos, la hija de él y el hijo de ella. Ilusionados como dos jovencitos, han clausurado sus anteriores fracasos, se han dicho que se quieren delante de todos y nos han emocionado. Felicidades, compañeros.

A pesar de todo, mirando con atención las ramas leñosas de los prunos se ve que cada mañana están un poco más carnosas, que su color grisáceo se está volviendo granate y que empiezan a atesorar en la punta prometedoras yemas diminutas.

Entre miles de muertos -muertos de hambre, mue
rtos de guerra, muertos de soledad, muertos de silencio, muertos de muerte- ha nacido Amilia. Doscientos ochenta y cuatro gramos y veinticuatro centímetros de vida, a las veintidós semanas ha abandonado su entorno protector y calentito, ha dicho aquí estoy yo y ha enseñado al mundo las plantas de sus pies, como mi uña. Tenía prisa y contra todo pronóstico sensato, ha querido salir a conocer este lugar contradictorio. Sencillo y complicado, tierno y cruel, doloroso y radiante. Y se ha quedado. Ya lleva cuatro meses entre nosotros. Su nombre significa "Luchadora".

Después de esto ¿alquien puede rendirse?

sábado, 17 de febrero de 2007

TOS, LIBROS, RECUERDOS

Llevo todo el día sumergida en una modorra espesa, sólo interrumpida por una tos pertinaz, de perro acatarrado. El miércoles tenía un poco de fiebre -38, lo que a mí, que nunca paso de 36'2 me supone una sensación próxima a la agonía- y sentía la piel eléctrica; no he ido a trabajar ni ayer ni hoy. Es la primera vez en muchos años que falto al trabajo por enfermedad, sin contar la operación de este verano. Y es que ni el dinero ni el amor se me dan demasiado bien, pero la salud, de cine, oyes. Y he descubierto que me gusta eso de echarle un poco de cuento a la vida. Es placentera esta situación de indolencia -de la cama al sofá, del sofá a la cama- ahora cojo un libro, luego pongo música, por momentos dejo que el pensamiento se vaya a su bola sin orden ni concierto, por extrañas rutas sin salida, como esos laberintos que hay que seguir con un lápiz hasta llegar al tesoro.

Y nunca llego a ninguna parte. Creo que para llegar a alguna parte es necesario el otro. Pero muchas veces el otro está recorriendo su propio laberinto y, cada uno por nuestro lado, nos encontramos con el muro insalvable de la incomunicación. Hasta con los amigos íntimos -o quizá más con ellos- nos reservamos una parcela secreta. Y no es por pudor, ni por miedo a la censura; es porque intuimos que sería perder el tiempo. Algo nos dice que el otro nos va a escuchar sólo hasta cierto punto, que en un momento dado el diálogo se va a convertir en dos monólogos, cada loco con su tema.

No sé si soy muy rara o si me explico mal pero con frecuencia me ocurre que intento compartir un rábano y al otro sólo le interesan las hojas. Y me contesta cosas que nada tienen que ver con lo que estoy intentando transmitir. Me contesta, como dice Millás hoy, que cielos parcialmente nubosos con posibilidad de precipitaciones. Entonces decido enmudecer.

Sola en casa dos días; es el momento de revolver en los rincones de la memoria, de hojear -y ojear- libros viejos, como una recopilación de Hermano Lobo que me ha transportado a cuando entonces. Me he reído con chistes como éste -no sé si se puede leer bien, pero no me he podido resistir a ponerlo- y también me ha entrado un poco de nostalgia reviviendo un tiempo que no nos gustaba pero que estaba lleno de promesas. ¡Por los clavos de Cristo -como diría Cock- qué nos ha pasado! ¡Quién nos habrá robado todos los meses de abril que nos debían!

Llueve; sopla un viento malhumorado y ruidoso. Me siento afortunada de tener esta casa calentita y cómoda y de no necesitar poner un pie en la calle. Me gustan estas horas lentas y un poco aburridas, de ropa ancha y calcetines.

La vida no está tan mal, después de todo.

miércoles, 14 de febrero de 2007

MIEDO Y ESPERANZA

Me recorre por dentro un miedo incierto. El miedo a refugiarme en un exilio interior, en un diálgo silencioso conmigo misma. Es curioso como puede cambiar en un instante la percepción que tenemos unos de otros o la imagen que forjamos de los demás, creyendo que son un reflejo de nosotros. Una diferencia de opinión puede hacer que pasemos de una afinidad casi absoluta y, por lo tanto, de dar a alguien un apoyo poco menos que incondicional -si es como yo, es estupendo- a un rechazo visceral -si no es como yo, es un impresentable- y a negarle la más mínima valía. A partir del momento en que descubrimos que es distinto, nos sentimos con derecho a juzgarle, a criticarle, a ponerle a prueba, a hacerle bromitas para ver como reacciona utilizando datos que poseemos, precisamente, porque un día nos dió su confianza. Es decir, a abusar de esa confianza.

Sin embargo, ese rojo de mierda -o ese facha cavernícola- es el mismo que ayer sin ir más lejos, nos hizo vibrar, reír, emocionarnos, poniendo el dedo en unas llagas muy parecidas a las nuestras. Siempre lo digo, no somos tan distintos.

En casa de Ana ya todo está dispuesto. El armario de los
niños es una esperanza primorosa, levemente cursi. Me emocioné mirando las dos cunitas vacías como dos ilusiones paralelas; una azul, otra rosa; dos ositos de peluche diminutos -uno azul, otro rosa- ocupaban el lugar de Jaime y Carmen. Casi me parecía percibir ese olor dulzón mezcla de leche, polvos de talco, sudor de niño y colonia; el olor de la vida que empieza. El olor de la vida deseada.

Ella es ahora la hermosa imagen de la desproporción. Delgadas las piernas, finas las facciones, su vientre crece, sin prisa pero cada vez con menos pausa, al mismo ritmo imparable que crecen los niños. Es la escultura viviente de la maternidad.

Sigue siendo presumida -genio y figura- e intenta conservar sus maneras; pero el peso le traiciona y sus andares, antes ligeros y rápidos, se han vuelto lentos y, acaso, un poco torpes.

Hoy quiero regalarles a Jesús y a ella este poema de José Pedroni que tan bien recitaba Jorge Cafrune, dejando muda la guitarra:

Mujer, en un silencio que me sabrá a ternura
durante nueve lunas crecerá tu cintura
y en el mes de la siega tendrás color de espiga
vestirás simplemente y andarás con fatiga.

El hueco de tu almohada tendrá un olor a nido
y a vino derramado en nuestro mantel tendido.
Si mi mano te toca tu voz, con la vergüenza,
se romperá en tu boca lo mismo que una copa.

Tu cuerpo todo entero como un vaso rajado
que pierde un agua limpia; tu mirada, un rocío;
tu sonrisa, la sombra de un pájaro en el río.

Y un día, un dulce día, quizás un día de fiesta
para el hombre de pala y la mujer de cesta;
el día en que las madres y las recién casadas
vienen por los caminos a las misas cantadas
y el cargador no carga y el pescador no pesca,
quizás yo esté de viaje.

Un día, un dulce día, con manso sufrimiento
te romperás cargada como una rama al viento
y será el regocijo de besarte en las manos
y de hallar en el (los) hijo (s) tu misma frente simple,
tu boca, tu mirada y un poco de mis ojos.
Un poco...casi nada.

martes, 6 de febrero de 2007

OS DIJE QUE IBA A HABLAR DE SEXO

Apenas él le amalba el noema, a ella se le agolpaga el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaban en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendida como trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los exproemios del merpasmo en una sobrehumítica argopausa ¡Evohé, Evohé! Volposado en la cresta del murelio se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendias gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.
(Julio Cortázar.- RAYUELA.- Capítulo 68)

TRADUCCIÓN LIBRE:
Apenas él le aproximaba la lengua, a ella se le agolpaba la sangre y se disolvían en sudores, en salvajes abrazos, en convulsiones exasperantes. Cada vez que él comenzaba a lamerle los lóbulos, se enredaban en un nudo quejumbroso y tenía que volverse de cara al cielo, sientiendo como las rodillas se aflojaban, se iban reblandeciendo, debilitando, hasta quedar tendido con el impulso del deseo al que se le han dejado caer unas gotas de ternura. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella entornaba los párpados, consintiendo en que él aproximara suavemente sus labios. Apenas se entrelazaban, algo como un calambre los recorría, los agitaba y estremecía, de pronto era el clímax, el vigoroso espasmo del temblor, el jadeante resuello de la cumbre, los estertores del orgasmo en una sobrehumana complacencia. ¡Más, más! Anudados en el vértice del placer, se sentían desfallecer, sonrientes y trémulos. Temblaba el pulso, se vencían los cuerpos y todo se resolvía en un profundo suspsiro, en quimeras de trasnparentes gasas, en caricias casi crueles que les enajenaban hasta el límite de la razón.
(Con perdón de D. Julio)

Se han escrito otras versiones más explícitas de este pasaje de RAYUELA, eso es a gusto del lector. A mí así me parece suficiente.

lunes, 5 de febrero de 2007

LA OTRA MANI

El viernes por la tarde me pasó una cosa muy rara. De repente, suena mi móvil:
-¿sí?
-Hola, Solateras. Me llamó así; bueno, así no. Me llamó por mi nombre.
-¿Quién eres?
-Soy Francisco. Estaba repasando en mi cabeza todos los Paco de mi vida -tampoco son tantos, no voy a tirarme el folio- cuando me aclaró:
-Soy Francisco, del Foro de Ermua.
-¡¡¡¿¿¿Y???!!!
-Te llamaba para a invitarte a la manifestación de mañana. Me lo dijo así, como quien invita a una fiesta. -Tenemos que estar todos allí, todos contra ETA.

Le dije que me venía mal, que tenía un mitin del PSOE por la mañana y que iba a ser demasiado cacao para mi body pero que le agradecía su invitación. En el momento no reaccioné, pero luego me quedé preguntándome cómo habrían conseguido mi número de móvil estas buenas gentes. Como estaba el número en "llamadas recibidas", llamé para que me aclararan la cosa y me salió el típico contestador de ha llamado al número 617 etc, etc. Así que me quedé con la duda. En fin, qué fichaje ¿no? Supongo que era una broma, no sé si poner el número aquí por si os suena a alguien y podéis darme una pista. Es sólo curiosidad.


Pero bueno, les debió dar resultado el sistema porque, según cuentan las crónicas, nos han ganado. No sé si pusieron en las entradas a la Plaza de Colón unos molinetes, como en el metro, para contar a la gente o es que los del PP son más flacos y caben muchos más en el mismo espacio. Pero es igual. El caso es que esta manifestación tampoco era contra ETA ni contra el terrorismo. Nunca he negado que la del pasado día 13 fuera de apoyo al Gobierno y al Presidente, pero ésta era para insultarle, pedir su dimisión y dar rienda suelta al ingenio y a la chispa con gritos tan chistosos como "Zapatero, entraste por Atocha, saldrás por Barajas" y pareados de gracia repajolera del estilo de "Zapatero, coge la maleta y vete con la ETA" y exhibir las mismas pancartas que llevan paseando todo el año, hay que reconocer que las están sacando el jugo. Es decir, que la manifestación fue un episodio más dentro de la estrategia de acoso y derribo. Que bueno, no me parece ni bien ni mal -vamos, sí, me parece mal- pero por lo menos que tengan la decencia de no esconderse detrás de las víctimas. Y las víctimas que también tengan la decencia de no servir de excusa para otros fines.

Y es que aunque salieran a la calle tres millones, no tendrían razón. El dibujo de Máximo no puede ser más certero. Las víctimas, por el mero hecho de serlo, no tienen más derecho que el resto de los ciudadanos a dictar al Gobierno de turno la política antiterrorista. Si acaso, menos.

Y encima tienen la desfachatez de echar en cara al Presidente que no estuviera en semejante juerga. Hubiera sido un poco surrealista ver a ZP pidiendo la dimisión de sí mismo y a la Vicepresidenta desgañitándose ¡Zapatero, embustero!

Estaría bien que empezáramos a llamar a las cosas por su nombre. Porque a estos señores que tanto dicen amar a España les trae sin cuidado el daño que hagan, no ya al Gobierno que tendría su lógica, sino a la ciudadanía y a la democracia. Han convertido la mentira y la intoxicación en armas arrojadizas y así vamos.

Yo no he visto que se haya dejado de detener ni de condenar etarras desde el 22 de marzo pasado; ni siquiera he visto que se hayan trasladado presos -lo que, en mi opinión, no hubiera estado de más- pero da lo mismo; la vieja táctica del "calumnia, que algo queda" sigue dando resultado. Rajoy dejó claro que no hay salida: "Si no negocia, habrá bombas; y si no hay bombas es porque ha negociado".

Yo sé que estos temas no os gustan, pero no tengo la culpa de que la política -llamando política a esta basura- forme parte de la vida. Al menos de mi vida sí forma parte. Me importa el país en el que vivo y en el que viven mis hijos y vivirán mis nietos. Me encantaría hablar de la luna llena y del perfume de las glicinias, pero es que la realidad a veces se pone muy panfletera.

En el próximo post, espero hablar de amor. O de sexo, que vende más.

viernes, 2 de febrero de 2007

LOS TOMATES

Este edificio tan luminoso, con las paredes de cristal, es la sede del Banco Mundial, en Washington. En él y en las más de cien oficinas que tiene repartidas por distintos paises, diez mil y pico empleados se afanan en luchar contra la pobreza en el mundo. Para tan noble causa, El Banco Mundial no se para en barras, y ayuda a que los países ricos instalen sus industrias más contaminantes en los países que tratan de incorporarse al desarrollo y, de paso, a que se quiten de en medio sus residuos tóxicos exportándolos a otras tierras que bastante tienen con sobrevivir.

La benefactora institución ha financiado proyectos causantes de daños medioambientales incalculables, como la presa Sardar Sarovar, en la India, que obligó a doscientas y pico mil personas a abandonar sus casa y trasladarse a otros lugares donde todavía no habían llegado las molestias del desarrollo, pero tampoco el agua potable ni la electricidad; o como las minas a cielo abierto de Singrauli, también en la India donde, como es sabido, sobran los alimentos; estas minas contaminaron las cosechas y acabaron con los peces, que murieron en el agua envenenada de los ríos.

En su afán de acabar con la injusticia social y la miseria, el Banco Mundial financió la deforestación de un pedacito -equivalente en extensión a Gran Bretaña- de la selva tropical en Brasil, para urbanizarlo.

Y, en fin, movido por los mismos intereses altruistas y humanitarios concedió préstamos a gobiernos tan democráticos y tan respetuosos con los derechos humanos como los de Chile, Uruguay o Argentina de los años 70 y 80.

Bien, pues el nunca suficientemente alabado Banco Mundial lo preside un señor, que se llama Paul Wolfowitz que fue Subsecretario de Defensa en Estados Unidos, es decir, el segundo de a bordo de Donald Rumsfeld. Este buen señor, que tiene costumbres higiénicas como las de los gatos y se atusa la cabellera echando un salivazo en el peine, hace unos días fue a Turquía, un viaje en el ejercicio de su cargo.

Cuentan que Truquía atesora innumerables maravillas, entre ellas la mezquita de Selim, en Edirne. Estos musulmanes son muy suyos, tienen costumbres ancestrales pero, oye, donde fueres haz lo que vieres y si hay que descalzarse para entrar en la mezquita, se descalza uno y en paz, que ahora lo que se lleva es la Alianza de Civilizaciones.

Aquella mañana MR Wolfowitz se levantó tarde, iba con prisa. Así que se lavó a lo gato y se puso un traje azul con brillo en las rodillas y sin raya en el pantalón; el botón de la americana le tiraba un poco. Sin mirar cogió de la maleta unos calcetines enrollados en bola, se los puso y, doblando un poco la punta, introdujo los pies en los zapatos. Tampoco estaban muy brillantes, esa es la verdad, pero ya no tenía tiempo de llamar al limpia.

El chofer le esperaba a la puerta del hotel. Frente a ellos, la mezquita de Selim elevaba sus torres al cielo. Se parecían a los misiles Scud y Tomahwk apuntando a Bagdad y, por un instante, pasaron por su mente aquellos tiempos felices junto a Donald, provocándole un estremecimiento de ternura.

Aún conservaba en la retina la emoción de esa imagen, cuando el coche paró justo delante del templo. Periodistas gráficos de todo el mundo le esperaban con sus cámaras al pie de la escalinata. La gloria que no había alcanzado en la guerra estaba ahí, al alcance de su mano. Casi podía tocarla.

Antes de entrar se quitó los zapatos, como mandan las normas musulmanas.

Fué entonces cuando todos los desheredados de la tierra pudieron contemplar los tomates de los calcetines de Paul Wofowitz, Presidente del Banco Mundial.