martes, 26 de febrero de 2019

SUBJUNTIVO

En una mujer se entra
con toda la biografía
y esa fragilidad,
esa verdadera identidad,
que llamamos
lo puesto.
(Mariano Crespo)
No quiero conjugar
el pasado imperfecto en subjuntivo
ni volver a pensar si nos hubiéramos
encontrado los dos en otro tiempo,
cuando el camino estaba por andar
y era el futuro
como una esplendorosa madrugada,
ni perder un minuto imaginando
lo que pudo haber sido.

Hoy estamos aquí,
en un presente cada vez más corto,
llenos de cicatrices y de heridas de guerra
en el alma y el cuerpo
que nos han dibujado como somos ahora.
Esa es nuestra verdad, ese es el vino
que moja nuestros besos.

Yo te quiero vestido con tu historia
y regalarte lo que de mí queda
envuelto en el papel de los recuerdos
que guardan mis dolores más queridos,
los que no olvido porque son mi carne,
mi carne maltratada por la vida.
Ya nos advirtió Biedma que no era
tal como la esperábamos.

miércoles, 13 de febrero de 2019

CANSANCIO

Se me ha cansado el alma de quererte.
Al fin he renunciado
a quererte, a soñarte, a desearte,
a que tu nombre llene mis insomnios
y mis amaneceres ateridos,
a que mis días tengan

un sentido más bello que pensar
cómo ahorrar en la lista de la compra,
cómo pagar la cuenta del dentista
o cuándo debo hacerme los análisis
para que este viaje -¡qué ironía!-
sea largo, feliz y saludable.

No he renunciado a que me quieras tú
-ni en mis mejores sueños lo pensaba-
sino a quererte yo, que es lo más triste,
lo que deja mi vida más vacía,
lo que alarga mis días sin sentido
y los vuelve más grises.

Se me ha cansado el cuerpo de buscarte
en el semáforo que siempre toca rojo,
en el banco de un parque sin columpios,
en una esquina de la madrugada,
en un anochecer sin luna y sin tabaco,
en un bar sin amigos ni gin-tonic.

Se me ha cansado el sueño de soñarte
en esta realidad tan desabrida,
en esta falsedad tan imposible,
en esta soledad mil veces sola,
en el frío que me entra por la espalda,
en ese despertar buscándote a mi lado.

martes, 5 de febrero de 2019

QUÉ ENVIDIA

Qué envidia esas mujeres que nunca se equivocan,
que no hacen tonterías, que saben dónde pisan,
que jamás se enamoran de quien no les conviene
y siempre tienen tiempo para darte un consejo.

Qué envidia ese control sobre sus sentimientos
—en el caso hipotético de que tengan algunos—,
esa cabeza fría, esa condescendencia
con las pobres pringadas que sufren por amor,

ese saber estar sin hacer el ridículo,
esa seguridad que emanan a su paso
diciendo aquí estoy yo pero no se te ocurra
ni siquiera mirarme o saldrás trasquilado.

Qué envidia que se duerman
sin sueños que soñar y una calculadora
que no les falla nunca
en el justo lugar del corazón.

Qué envidia de la imagen impecable, perfecta
que devuelve su espejo,
sin el rimmel corrido ni una lágrima
derramada a destiempo.

Yo me pregunto a veces si nunca han deseado
morderte suavecito
—apenas con el filo de los dientes—
la parte más carnosa de tu labio inferior

si nunca habrán tenido
esa necesidad perversa que me asalta
de que sufras por mí, cariño mío,
no mucho, solo un rato, al recordarme.