sábado, 12 de junio de 2021

EL HORROR

Supongo que habrá quien opine que no es necesario tanto realismo, que el horror hay que disfrazarlo para poderlo digerir. Y es muy respetable, pero no lo comparto. Hay que saber hasta dónde es capaz de llegar la maldad del ser humano, aunque muestras sobran en la historia colectiva y en las historias individuales. Abstenerse los espíritus delicados.
 
El día veintisiete de abril del veintiuno, 
a hora indeterminada, 
quizá usted estuviera en el supermercado 
o tal vez les daría la merienda a sus niños 
o algún afortunado puede que se encontrara 
en los brazos ardientes de su amante. 

Seguramente alguien estaría angustiado 
con los números rojos trepando por su espalda 
mientras una mujer se palparía el vientre
buscando los latidos de su hijo. 

Quizá alguna pareja estuviera buscando 
un piso baratito donde juntar sus vidas 
y un opositor, encerrado en su cuarto, 
estaría estudiando derecho de familia. 
Tal vez habría llovido, no recuerdo, 
y tal vez se jugaba un partido importante 
−tampoco me enteré del resultado−. 

Quién sabe lo que harían las personas decentes 
mientras Tomás Gimeno 
 –quiero poner su nombre y apellido
que no se nos olviden
los nombres de los monstruos− 
mataba a sus dos hijas, 
las asfixiaba con sus propias manos, 
las metía en dos bolsas de deporte, 
dejaba al perro en casa de sus padres
-dos niñas muertas en el maletero,
objetos de dolor para el dolor-, 
las subía a su lancha fuera borda 
navegando a la zona más profunda. 
Luego lastró las bolsas con un ancla 
y las lanzó al abismo de la nada. 

El día veintisiete de abril del veintiuno,  
el campo reventando de jaras y cantueso, 
el horror se vistió con ropa deportiva, 
la MALDAD con mayúsculas, químicamente pura, 
el machismo más cruel, más refinado, 
asesinó con saña a sus dos hijas. 

Y el mundo seguirá, como si nada.

martes, 1 de junio de 2021

EL PASADO

Me resisto a vivir en la nostalgia, 
a anclarme en un pasado 
que, si tuvo momentos de luz y de armonía, 
también los hubo negros como noches eternas.
 
Y puestos a pintar de colores mi vida, 
inventándome historias que nunca sucedieron, 
prefiero decorar la de ahora mismo 
con algún sueño hermoso e imposible.
 
Si he llegado hasta aquí con la cabeza 
mínimamente lúcida 
es porque no me aferro a un tiempo ya remoto 
ni idealizo los días que se fueron. 

Porque ya se han perdido algunos rostros 
en una bruma turbia, algunos nombres 
escritos en la arena o en la nieve 
los ha borrado el agua o la ventisca.
 
Hoy tengo que vivir con estos mimbres, 
y con ellos tejer un cesto en el que lleve 
lo poco que me queda de futuro. 
Pero hay algunas noches que llegan por la espalda,
 
cuando estoy desarmada y distraída, 
y dejan en mis labios una antigua humedad. 
Yo sé que es de aquel beso, aquel, aquel de entonces, 
que hace ya tanto tiempo que nos dimos.