domingo, 26 de abril de 2009

TU RISA

¡Muchas felicidades, mi niño! Veinticinco años ya y casi diecisiete sin tí o, mejor dicho, contigo en el recuerdo siempre, todo el rato. Cuando estoy contenta y cuando estoy triste, cuando me duermo y cuando me despierto, cuando salgo de casa y cuando entro, cuando estoy sola y cuando tengo compañía. Siempre. Espero que me oigas cuando te hablo y cuando te pido cosas para todos; para que, desde donde tú estés, nos eches una mano: a tu abuela, que está muy mayor y te quiere tanto -sigue diciendo que tiene doce nietos- a tu hermano, que ahora tiene problemas -no sé si ahí os llega la puta crisis esta, pero aquí ya tenemos más de cuatro millones de parados- a Ana que está muy cansada con los gemelos -son dos soles, pero la agotan y se estresa mucho cuando están malos, con el trabajo y eso- a Marta, que dentro de unos días leerá su tesis y está atacada. A papá, que ya sabes. Y a mí también un poquito. Y otras cosas que no te puedo decir por, bueno, porque no puedo, pero que tú ya las sabes. ¡Ah! y a Fer que pasado mañana también cumple veinticinco años; si has leído el blog, ya sabrás que se ha ido al Líbano a no se qué misión de paz. Ahí estáis en el columpio, los dos juntos como siempre, sólo unos días antes de aquello, parece mentira con esa cara que tienes. Ese cordoncito rojo que llevas por pulsera en la mano derecha, lo llevé yo durante muchos años hasta que se rompió. No me lo quitaba nunca, ni para ducharme; ahora está guardado en una caja que tengo con otras cosas tuyas.

Por lo demás, mi niño, pocas cosas. Visto lo visto, no me quejo de cómo me trata la vida últimamente. La liga, pues eso, que el Barça está intratable y parece que va a ganar todo este año. Yo no le deseo mal a nadie, pero en fin, un esguince a Iniesta -qué máquina de jugar al fútbol-, una tripotera a Messi, nada grave, sólo algo que les quitara de en medio estas últimas jornadas, a ver si...

Pues que te quiero, mi niño. Y que no me quites tu risa.

viernes, 24 de abril de 2009

PEAJES

Y estas ganas que me entran por la noche de hacer cosas. Son las doce y media y a estas horas ya no pienso en entrevistas de trabajo, ni en resultados de análisis, ni en nietos que se ponen malos, ni en hijas que no duermen, ni en madre que le duelen cosas, ni en la cuenta corriente. A estas horas ya no suenan los teléfonos y de alguna forma mi cuerpo se defiende de la realidad y se va por otros mundos. Creo que tengo sueño, me he levantado a las seis y media esta mañana, pero no me voy a la cama porque mi yo verdadero -que diría Aguamarga- reclama su parte, su tiempo, necesita respirar, necesita verse, existir y, seguramente, es la única forma de abordar el día de mañana.

Dejo que bailen los dedos sobre el teclado sin saber muy bien a qué letra dirigirlos, si a la f de felicidad o a la d de dolor o la m de miedo. Quizá esta última sea la que mejor defina esta hora de silencio, cuando sólo oigo el eco de términos médicos incomprensibles y amenazantes. Quizá "Los abrazos rotos" no sea tan mala como me ha parecido, he parado el DVD, me aburría enormemente. Pero igual era yo, que no me he metido en la película, que en realidad me importaban un bledo las andanzas de unos personajes con una vida tan vulgar como la de cualquiera, aunque se calce los zapatos rojos de tacón alto.

El miedo e intentar arrancar a la vida una sonrisa; el miedo e inventarse una noche loca de música y gin-tonic. El miedo y este rato de placer en soledad, el miedo y el regocijo del amor. Siempre está ahí, para aguar la fiesta mayor de los sentidos. Porque el pasado no nos vacuna contra el presente ni contra el futuro y los dolores antiguos no evitan los presentes ni los que puedan venir. -Yo ya he pagado mi cuota, mi peaje por transitar por este jodío mundo; ahora me espera una vía rápida y tranquila, sin curvas peligrosas, sin badenes ni desniveles que no dejan ver lo que hay al otro lado. Pero no, nos esperan más peajes imposibles de esquivar, que no sabemos donde están. Se trata de conseguir que el miedo no nos atenace el alma, no nos paralice la risa, que no nos dejemos robar la cartera de los buenos ratos y sepamos dividir esta puta vida en compartimentos estancos, de manera que cada uno de ellos no derrame su contenido y contamine a los otros. Y cuando toque sufrir, pues a sufrir y a entregarnos a tope, pero cuando toque gozar, pues también a tope, sellando cualquier rendija que permita filtrarse las aguas turbias del dolor. No es fácil, pero se puede conseguir.

martes, 21 de abril de 2009

5 DE COPAS

No ocurre muy a menudo pero de vez en cuando a una se le pone el cuerpo golfo y no encuentra la hora de acabar; la noche entra por los poros, los sentidos se disparan y todo se vuelve humo y música y gin-tonic, como si no existiera nada más, ni la edad, ni el dinero, ni la familia, ni los principios. Empezó tranquilo, con algo de Eric Clapton -Do you like Eric Clapton? Sí, claro que me gustaba Eric Clapton. El local vacío, nos fuimos a arroparle al otro lado del falso piano de cola. -Your voice is better than that of Eric Clapton, chapurreé como pude. -Pero tengo menos dinero, chapurreó como pudo frotándose el pulgar y el índice. Aplaudíamos mucho y decíamos ¡bravo! muy fuerte para llenar aquel local tan grande los dos solos.

El mulato que vino después tenía gafas y una voz profunda hablando, pero cuando se puso a cantar le salió una voz maricona que aburría a las ovejas y movía el culo sin mucha convicción. -Cómo esto siga así pago y nos vamos; yo rezaba a todos los santos del blues para que se animara la cosa, porque ya iba por la segunda copa y aquello iba a ser como un coitus interruptus, quiero decir que el cuerpo me pedía guerra, era como empezar y no rematar. Miré para atrás y sólo ví a cuatro guiris desteñidos y una puta muy elegante pero también muy triste en la barra, bebiéndose su soledad con mucho, mucho hielo.

Pero como todo se acaba -en la vida hay que tener paciencia y, sobre todo, esperanza- el mulato terminó su número a duras penas, ayudado por la buena voluntad y los solos de piano de nuestro Eric, además del acompañamiento enlatado de batería y entonces llegó una Aretha Franklin -blanca, eso sí- que guardaba mucha voz, mucha vida y mucha marcha entre sus generosas carnes. Las enloquecidas notas de Respect recorrían el salón y el personal las esnifaba con entusiasmo. Al cantar lucía una sonrisa tan grande que le invadía el cuerpo entero y su contoneo, qué cosa más rara, me trajo el recuerdo de un negro en pantalón corto que había visto por la mañana, patinando en el paseo marítimo, que movía unas piernas perfectamente paralelas a derecha y a izquierda, con mucho más estilo que el mulato de antes, dónde va a parar, y sin música ni nada. Estaba bueno el negro, para qué lo vamos a negar. Pedí otra copa.

A esas alturas de la noche el Joy se había llenado pero la puta de la barra seguía sin vender un colín y a mí se me partía el corazón, que es que no hay derecho, será cosa de la crisis o algo. En cambio otras dos, no sé si profesionales o amateures, no paraban de bailotear una con la otra -alguien sugirió que era un rollo bollo- moviendo con mucho oficio los pectorales. -Me van a liar, dijo el que antes dijo... y de pronto tenía una colgada de cada brazo y yo acordándome del negro de la playa como una gilipollas. La cuarta copa fue de puro cabreo, también on the rocks, obviamente.

Menos mal que llegó un Chuck Berry con unos ciento veinte años a la espalda y blanco -a esas horas me daba lo mismo que hubiera sido chino- pero con mucha entrega y muchas tablas y los pies de mi alma trazaban todos los pasos y movimientos del rock and roll que siempre envidié y nunca supe bailar.

Por no sé qué misteriosa reacción química, cuanto más bebía mejor sonaba la música, aquello no tenía fin. Alguien debería estudiar este fenómeno. Cayeron cinco y al día siguiente ni siquiera me dolía la cabeza.

sábado, 11 de abril de 2009

PUNTOS Y COMAS

Hay autores cuya lectura provoca en mí una esquizofrenia; me divido entre el asombro y el placer que me produce la literatura químicamente pura y la frustración de saber con absoluta certeza que nunca seré capaz de escribir. Eso me ocurre, por ejemplo, con Cortázar, al que una especie de masoquismo me empuja a releer una y otra vez y siempre descubro algo que se me había escapado en ocasiones anteriores. Leo cosas como "Antepongo minuciosamente las palabras a la realidad que pretenden describirme, me escudo en consideraciones y sospechas que no son más que una estúpida dialéctica" y me veo retratada en mi ridícula pretensión de escribir. Me digo dónde vas con tus puntos y tus comas y tus puntos y comas, todo tan colocadito en su sitio, intentando evitar rimas internas o repeticiones y buscando sinónimos, cuando la vida es un puro desorden, un caos inacabable que se repite eternamente y casi nada está colocado en su sitio. Siempre que hago un repaso a este blog, aparte de revivir hechos o momentos personales o colectivos que ya son como flores marchitas prensadas entre las páginas de un libro, me quedo con la sensación de que las palabras se atascaron en algún recoveco del pensamiento, enfajadas en la corrección, en la gramática o en la sintaxis y no transmitieron ni la décima parte de lo que quería decir o transmitieron otra cosa completamente distinta.

Una quisiera coger las palabras con las manos, amasarlas, revolverlas, mezclarlas como un guiso, doblarlas sobre sí mismas hasta el infinito y conseguir que aparezca una pajarita de papel diminuta que eche a volar y se pierda en el agujero negro de los sueños, o un plato agridulce con sabor a ternura, a dolor, a risa, a descontrol, a alcohol, a deseo absurdo e irracional, a ilusión, a me quiero morir, a quiero vivir. Palabras que puedan abrazar o golpear en el centro mismo de la cosa esa que es la vida de cada uno. Buscar -y encontrar-
un adjetivo inspirado y posesivo que te arañe el corazón. Palabras como música de bolero que junta los cuerpos intentando juntar las almas, palabras de tango desgarrado que esconde el propio llanto en el llanto prefabricado de un culebrón. Una quisiera que sus palabras brotaran como notas de música del saxo de Charlie Parker que, como la vida, no la entiende ni dios, pero engancha quién sabe por qué.

La vida no tiene puntos ni comas ni punto y coma ni puntos seguidos ni puntos y aparte; o los tiene en un lugar absurdo, que no viene a cuento porque la frase todavía debía continuar. La vida no se detiene nunca aunque a veces quisiéramos pararla, no te vayas de aquí, tenemos toda la vida. Pero no tenemos toda la vida, tenemos sólo hasta el siguiente punto y aparte, en el que habrá que volver a empezar desde cero. Y otra vez inventar una nueva frase, un párrafo potente que no contenga repeticiones ni rimas internas y que, al mismo tiempo, mantenga el interés del argumento.

lunes, 6 de abril de 2009

ADIOS A FER

La noche del 27 al 28 de abril de 1984 yo estaba en una habitación de hospital recuperándome del parto de Jaime, que había nacido la tarde del 26. Mi madre estaba conmigo, tratando de dormir en la cama del acompañante. Cuando mi padre llamó al hospital para que la avisaran de que su hija estaba de parto, la telefonista seguramente pensó que que falta de coordinación existía en esa familia y le contestó que su nieto ya había nacido, que la señora estaba con la madre en la habitación y que sí, que la madre y el niño estaban bien. -No, es que es otro, contestó mi padre. -Otra hija está a punto de dar a luz. Cuento esto para dejar claro que Jaime y Fer fueron dos primos hermanos unidos desde el momento de nacer; ese verano mi hermana y yo, después de bañar a los niños, sacábamos al jardín los dos cochecitos, juntos en alguna sombra; comparábamos sus progresos, debo decir que con ventaja de Jaime que, mientras Fer remoloneaba con su biberón, él devoraba el suyo en un pispás hasta que sonaba el ruidillo de sorber en el vacío, con gran envidia de mi hermana. Las comparaciones siempre fueron inevitables: cuál de los dos empezaba antes a andar, cuál chapurreaba mejor las primeras palabras, cuál era más malo. Los niños crecieron juntos y compartieron todo tipo de diabluras, la mayoría de ellas tengo para mí que se fraguaban en la mente de Jaime, Fer siempre fue muy formal.

No sé cómo se hubiera desarrollado esta amistad si la muerte no se hubiese interpuesto entre ellos; yo, a través de Fer, he visto al Jaime adolescente y al Jaime estudiante y al Jaime en edad de elegir carrera o de enamorarse. Quiero creer que, aunque sus maneras de ver la vida hubieran sido distintas, siempre habrían conservado esa especial unión que les marcó desde el nacimiento. Nunca he podido -y, seguramente, tampoco he querido- separarlos en mi mente y en todas las reuniones de primos, en todas las fotos a lo largo de estos diecisiete años siempre veo la sombra de Jaime junto a la presencia real de Fer. Se me escapa cómo pudo vivir un niño de ocho años la desaparición de su amigo del alma, cómo pudo afrontar el absurdo de la muerte de su compañero de fatigas a una edad en la que no existe la idea de la muerte.

La vida de Jaime se detuvo una madrugada de 1992 y Fer siguió aquí; cumplió nueve años, luego diez, luego once... así hasta los veinticinco que está a punto de cumplir y yo siempre me he forjado la imaginaria vida de Jaime junto a la de Fer; aunque sé que no hubieran sido iguales, cuando le veo en Sigüenza coger la bici e irse a tragar kilómetros por esas carreteras y por esos montes veo a Jaime pedaleando a su lado. O volver en noches de fiestas después del encierro, con alguna copa de más.

Fer se hizo militar, Jaime quién sabe lo que hubiera sido, no tuvo tiempo de decidir. Ahora Fer se va a una de esas misiones de las tropas españolas en el extranjero que muchos no tenemos muy claro qué pintamos en ellas. En este caso es al Líbano, donde por lo visto, hay una situación de "tensa calma" y nuestros soldados, según palabras del discurso de despedida que pronunció un General llamado José Ignacio Medina, "deben extremar las medidas de seguridad".

No imagino a Jaime militar, pero espero que su sombra acompañe a su primo por esos mundos y le proteja de todos los peligros.


sábado, 4 de abril de 2009

RUTINA

Abril ha entrado hace cuatro días y va deprisa, los árboles de mi calle están cada mañana un poco más frondosos, ya casi tapan las casas de enfrente. A mí sin embargo, me invade una apatía blanda para ponerme a escribir. Estos días pasados, entre operaciones, paros y demás angustias, me han dejado para el arrastre.

Dice la sabiduría popular que la rutina acaba con el amor y que, por lo tanto, hay que estar continuamente inventando nuevas emociones, como si la vida de su natural no nos regalara ya las suficientes. Pero una está un poco cansada tras muchos años de sobresaltos y quizá lo que ahora le pide el cuerpo es el refugio de lo previsible, el confortable rincón de la rutina; sobre todo porque las infalibles leyes de Murphy dicen que no hay situación que no pueda ir a peor. De manera que casi entono la vieja letanía de virgencita, virgencita, que me quede como estoy.

Además, teniendo en cuenta que la rutina ocupa un gran porcentaje de nuestro tiempo, lo inteligente sería acoplarnos a ella e intentar que fuera lo más placentera posible. Se trata básicamente, de ser o de estar como cada uno sea o esté en cada momento, no sé si me explico. Quiero decir que no se puede estar tirando fuegos artificiales continuamente ni inventándose risas siendo la vida como es. Quiero decir que cuando toca llorar, toca llorar y la gente necesita poder estar cómodamente triste y preocuparse relajadamente, aunque parezca una contradicción.

Y seguramente, las risas y el buen rollo, como la primavera y como las oscuras golondrinas, volverán solos a colgar sus nidos en mi balcón -lo malo es que no tengo balcón- si tenemos un poco de paciencia y un sillón confortable donde esperarlos.