miércoles, 31 de marzo de 2010

TU NOMBRE


Hoy creo recordar que me gustaba
enredar con los dedos en tu pelo
sin embargo
no sé si era verdad
el ritmo de tu aliento,
si tus ropas olían a tabaco,
si tus piernas tenían la curiosa costumbre
de pegarse a las mías al quedarte dormido,
si existió alguna vez
la exacta geografía de tu espalda,
si el hueco de tu hombro se ajustaba
igual que un molde a mi perfil derecho...

Es que mi piel recuerda los detalles
pero ignora tu nombre.

sábado, 27 de marzo de 2010

REGALO

Te lo regalo todo.
La mañana sin horas
y la gota de escarcha que persigo
por el cristal helado.

El gorrión insolente que se empeña
en volver a inventar la primavera
cuando febrero engaña a los almendros.

Te regalo este día
que se abre a mis sentidos
aunque sé que hoy tampoco
lograré seducirle.

Te regalo la noche interminable
y el alba sin tu cuerpo
declarándose en huelga a mi costado.

La música que habita mi silencio,
los fantasmas que pueblan mis rincones,
la edad que me recorre todo el cuerpo,
la que soy, la que fui, la que no seré nunca.

No se me ocurre nada mejor con qué comprarte.
Nada más codiciable que el otoño
que no me hiela aún la piel del alma.

sábado, 20 de marzo de 2010

LA HORA DEL CREPÚSCULO

A estas horas
la luz ya no entra en casa y la tristeza
se tiñe de amarillo por los bordes
como una hoja caída.

Hay que vivir tan solo con lo puesto
porque anochece pronto y a tus ojos
ya no les queda tiempo
para volverse del color del agua.

Cuando amanezca
serán los sueños pólvora mojada,
esta vez sí, definitivamente.

viernes, 12 de marzo de 2010

LA HOJA ROJA DE D. MIGUEL

Ayer supe que en el librillo de papel de fumar de Delibes ya había salido la hoja roja y esta mañana, cuando me estaba poniendo el café, como siempre medio dormida, he oído en la radio la noticia: acababa de morir Miguel Delibes, uno de los grandes, de los más grandes escritores en lengua castellana, y tan castellana. Yo, que soy muy mayor, recuerdo allá por el paleolítico, ver a mi padre -que ahora tendría su misma edad- liar cigarrillos con papel de fumar; a mi padre nunca le salió la hoja roja porque se pasó antes al Chester, pero se murió de todas formas.

Miguel Delibes es uno de los principales culpables de mi adicción a la lectura y, lo que es peor, de mi pretensión de escribir y la frustración que me produce saber que este oficio hay que practicarlo aspirando a la excelencia, esa excelencia que sólo consiguen unos pocos elegidos como él, que, aunque su castellano viejo incurriera en el laísmo, podía permitirse ese lujo y hasta hacernos dudar de lo que es correcto.

Pero no es sólo su manejo de la lengua castellana lo que me sobrecoge, sino, sobre todo, su capacidad de transformismo, esa condición camaleónica que le permite reencarnarse en cada uno de sus protagonistas, ser al mismo tiempo el jubilado D. Eloy y Desi, su criadita adolescente; Daniel "El Mochuelo" y la Mariuca-uca, Azarías y Paco, el candoroso homicida Pacífico Pérez de Las guerras de nuestros antepasados o Carmen, la viuda burguesa que se pasó cinco horas frente al ataud de su difunto contándole todo lo que no le había dicho en vida, por citar sólo una pequeña muestra de los irrepetibles personajes que nos ha dejado. Imagino a todos ellos, turnándose para portar a hombros su féretro hasta el Olimpo de los dioses de las letras, mientras Azarías agita la mano musitando ...milana bonita....

Yo tenía diez años cuando publicó esa pequeña obra maestra llamada La hoja roja, y algo más, quizá quince, cuando mi madre me la dió para leer. Desde entonces -y ya ha llovido- viene mi dependencia de Delibes, estar esperando como agua de mayo la aparición de una nueva obra suya; la combinación de ternura -sin caer en la sensiblería de alguna otra novela de argumento parecido que no quiero nombrar- y pragmatismo que destilan esas pocas páginas nos acerca a la grandeza, no ya del escritor, sino sobre todo del hombre que ha sido capaz de escribirlas. Me dejó tal huella que la volví a leer cuando ya se me habían echado los años encima y esta vez la disfruté más si cabe. La saborée en toda su enjundia, que queda de manifiesto en la frase que pronuncia D. Eloy cuando pide en matrimonio a Desi: Tendrás estorbo por poco tiempo, hija. A mí me ha salido ya la hoja roja en el librillo de papel de fumar.

martes, 9 de marzo de 2010

EL BASTÓN

Hay quien mantiene que la edad no está en el cuerpo sino en el espíritu; que no pesan los años, pesan los kilos, decía un slogan publicitario de algún producto supuestamente adelgazante. Esas cosas se dicen por ahí, sin embargo tengo para mí que es fácil hacer ese tipo de afirmaciones cuando se tiene una salud aceptable y una autonomía suficiente para no depender de nadie, al menos en lo básico. Pero cuando uno no puede caminar si no es agarrado del brazo de alguien y, aun así, arrastrando los pies; cuando apenas ve con las gafas de lejos ni con las de cerca, cuando sólo puede comer purés o papillas porque la dentadura propia o la postiza no dan para más; cuando el cuerpo es un fardo de dolor ¿qué espíritu ni qué espíritu? Frases hechas que no significan nada. Lo cierto es que somos cuerpo y espíritu, o cuerpo y mente o cuerpo y alma, como queramos llamar a esa parte de nosotros que encierra el raciocinio. Pero el cuerpo cuenta, ya lo creo que cuenta. Hasta el punto de que la mente, el pensamiento, los intereses personales, están condicionados por el cuerpo. Y no sólo en lo que se refiere a la estética, que ya jode el descolgamiento general, la pérdida de la cintura, del brillo de la mirada, de la sensualidad de la boca, esos surcos que nacen en las aletas de la nariz y en las comisuras dibujando en el rostro la máscara triste del teatro; el código de barras en el labio superior, las patas de gallo que castigan la risa y la esclavitud del tinte para disfrazar la transformación de una brillante melena en un gorro de algodón; todo eso se podría soportar -con el consiguiente cabreo, claro- si por lo menos a uno no le doliera nada y sus facultades básicas mantuvieran un rendimiento admisible. Pero cuando a uno le falla todo, poco a poco se va metiendo dentro de sí mismo, pierde el interés por lo que le rodea y se dedica a mirarse el ombligo, a observar el avance de su deterioro y a compadecerse.

En esto de la aceptación o el rechazo de la vejez hay distintas posturas. Hay quien se lo toma como un proceso natural y lo asume con resignación, incluso dando gracias al cielo por haber llegado a ella, y hay quien se hunde en un abismo de soledad considerándose una víctima del destino. Estos casos son muy difíciles de manejar por los allegados porque no sirve ninguna palabra de consuelo, fracasa cualquier intento de ayuda; si uno trata de quitar importancia, malo -cómo a tí no te pasa... Si procura animar al anciano a que venza la tendencia a la inactividad, a que se mueva un poco, peor -no te das cuenta de que no puedo, no lo entiendes. Si uno busca soluciones de asistencia domiciliaria, tampoco sirve, sólo se valoran los inconvenientes. Y si uno ya se rinde y pasa, para qué queremos más. Hablo de personas ancianas lúcidas e inteligentes, que mantienen la voluntad intacta, con poderío, y se niegan a aceptar esa segunda niñez y delegar en la gente que les quiere. El bastón no es solo para apoyarse, es también un bastón de mando.

Luego hay otros casos, que no sé si son peores o mejores. Yo creo que preferiría -preferiré a no mucho tardar- ser consciente de mi situación y manejar el bastón a perderme en los vericuetos de la memoria; a que mi mente se hunda en la nube silenciosa y negra de la incapacidad de raciocinio. Pero eso no se elige y, en cualquier caso, no me gusta ninguna de las dos opciones. Así que voy a seguir fumando.

lunes, 8 de marzo de 2010

8 DE MARZO



















Te quisiera decir que yo conozco
el efecto letal de tu sonrisa
cuando la usas sin venir a cuento.

Ahora toca estar triste
y tú vas y sonríes sin pensarlo dos veces.

Sé que muchas mañanas,
dibujas con el dedo en el cristal
el rumbo previsible de una gota de escarcha,
sonríes y te lanzas a la calle.

No tienes que explicarme que no cumples
con los planes previstos;
sonríes y caminas
en sentido contrario al de la flecha.

Que hablas un idioma
para todas mis hijas,
para todas sus madres.
Y para las mujeres que ríen a deshora.

lunes, 1 de marzo de 2010

CUANDO YA NO IMPORTA

Con los años, la pena
de tan raída solo duele a nada...
(Francisco García Marquina. Volver a casa.)

Al dar la vuelta al último recodo
aparece una niebla tan espesa
que apenas se distingue el alba del crepúsculo
pero tampoco importa demasiado.

Cuando la propia historia está bajo sospecha
y las guerras civiles, las proclamas
que marcaron la vida
no interesan a nadie.

Cuando el presente es un desbarajuste
y el carpe diem
el único valor que se cotiza.

Cuando el futuro ha dejado de existir
y todos los parientes
son parientes lejanos, queda el miedo
a que fueran mentira las certezas
y ahora Dios no se dé por aludido.