Se me ha cansado el alma de quererte.
Al fin he renunciado
a quererte, a soñarte, a desearte,
a que tu nombre llene mis insomnios
y mis amaneceres ateridos,
a que mis días tengan
un sentido más bello que pensar
cómo ahorrar en la lista de la compra,
cómo pagar la cuenta del dentista
o cuándo debo hacerme los análisis
para que este viaje -¡qué ironía!-
sea largo, feliz y saludable.
No he renunciado a que me quieras tú
-ni en mis mejores sueños lo pensaba-
sino a quererte yo, que es lo más triste,
lo que deja mi vida más vacía,
lo que alarga mis días sin sentido
y los vuelve más grises.
Se me ha cansado el cuerpo de buscarte
en el semáforo que siempre toca rojo,
en el banco de un parque sin columpios,
en una esquina de la madrugada,
en un anochecer sin luna y sin tabaco,
en un bar sin amigos ni gin-tonic.
Se me ha cansado el sueño de soñarte
en esta realidad tan desabrida,
en esta falsedad tan imposible,
en esta soledad mil veces sola,
en el frío que me entra por la espalda,
en ese despertar buscándote a mi lado.