Por alguna razón que desconozco apenas tengo
percepción del presente, cada día
me tienta una amargura
distinta y semejante
(Vicente Martín)
Parece ser que tengo
la dura obligación de ser feliz,
que algún dios generoso
ha dispuesto la vida
para mi uso y disfrute, sin embargo
creo que ya ha pasado el tiempo de cerezas.
No sé cómo inventarme cada día
una razón que acabe con el tedio,
un motivo, aunque sea
de ayer -como el pan duro-,
donde pueda apoyarme
de ayer -como el pan duro-,
donde pueda apoyarme
para elevar los pies y el corazón
y atisbar claridades de mañana.
Hoy me dejo llevar por los relojes
derretidos de hastío
y voy aquí y allá como un autómata
sin más motivación que la costumbre.
Un antidepresivo en la mañana
me empuja a deambular por este páramo
sin desmayar de sed, otra pastilla
me elimina el dolor que muerde mi cintura
y, por la noche,
y, por la noche,
una píldora mágica me hunde
a ciegas en un sueño
demasiado fugaz, para mi gusto.
demasiado fugaz, para mi gusto.
Ya no sé en qué recóndito rincón
de mi cuerpo se esconde
de mi cuerpo se esconde
el impulso de amar, la dulcísima fiebre
de sentirme perdida en unos brazos,
sinuosos humedales de deseo,
sin proyectos ni horarios ni planes ni futuro,
esa clase de amor sin condiciones
que siempre acabó mal pero era hermoso.