El sábado me tocó trabajar, bueno no exactamente. Me tocaba estar en la oficina perdiendo el tiempo o ganándolo, no sé, y la mañana transcurrió lenta y perezosa. Me llevé un libro para leer pero no leí una sola línea y me compré el periódico pero no lo abrí. Tenia una desgana tristona y apática y, al mismo tiempo, una emotividad absurda y fuera de lugar que en cuanto bajaba la guardia, hacía que se me acumularan demasiadas cosas a la altura del estómago y se me agolparan las lágrimas. Me lo voy a tener que mirar.
Paseé por la blogosfera buscando yo qué se qué, seguramente compañía. Aprender de la sabiduría escéptica de Aguamarga, informarme con el seguimiento de la vida que hace Deyanira y acompañarla en su dolor y su rabia. Me he acordado de ella con la decepción que me ha producido el Juez Gómez Bermúdez por lo que le toca en las ganancias -gananciales- que va a reportar el vergonzoso libro de su mujer. No lo he leído ni pienso, pero me da igual. Me parece una impudicia que sea ella y en este momento preciso la que publique ese libro. Ojalá no venda ni un puto ejemplar, pero no caerá esa breva. ¿Hasta qué punto se ha perdido la vergüenza?
Relajarme con la suavidad de Sherpa e identificarme con la visión realista de las cosas que tiene Ybrim. Animarme con el buen rollo de Gary y reírme y asombrarme con el ingenio y la gracia repajolera de Elefancia.
Pero a todos menos a Gary os encontré detenidos en el tiempo. Luego Elefancia nos dió la gran noticia y Deyanira nos ha transcrito un artículo sobre la politización de las víctimas. Siete manifas de la AVT, siete. Ni un grito contra ETA, todos contra ZP. Ya es que me canso de repetir lo obvio. Todo el mundo sabe, y ellos más que nadie que esto es artificial. En la legislatura que menos víctimas y más detenciones ha habido, es cuando se hacen más manifestaciones. Si matan, mal. Si no matan también mal porque el gobierno pacta. Ya no me producen ni siquiera indignación, sólo un hastío infinito ¿A qué viene esto ahora? Es todo tan evidente...
Por alguna razón que se me escapa, la blogosfera languidece; Gary nos pone unos videos preciosos de una actuación de su banda que ha ganado un premio y sin embargo su post obtiene un eco escaso; Elefancia nos cuenta que ha sido tía y, en un grito de júbilo, prolonga hasta el infinito la última vocal de su nueva condición, pero no encuentro las felicitaciones y las enhorabuenas de sus incondicionales. Lo que digo, el corazón colectivo está perdiendo latido; quizá es que ha llegado el momento de volvernos cada uno hacia nuestro propio disco duro, en un ejercicio de onanismo. Yo no sé el vuestro, pero el mío, mi disco duro, no me dice ni oste ni moste; le dá lo mismo que hable del Rey o de Chavez, de ZP o de Ansar; de amor, de política, de soledad, de penas o de dichas. Se limita a guardar todo en una carpeta que se llama "cosas mías", pero ni siente ni padece. Tiene la ventaja, eso sí, de que no me juzga ni cuenta nada a nadie, por lo que me puedo permitir el lujo de largar más libremente, de llamar al pan, pan y al vino, vino, y de poner nombre y apellidos a mis emociones, a las buenas y a las malas. Pero eso ¿para qué sirve? Hace mucho tiempo que perdí aquel diario de piel verde que escribía de pequeña; además, creo que siempre abrigué la esperanza de que alguien rompiera el candado. Esto es una ventana abierta, pero no al campo sino a un patio de vecinos y si los vecinos cerramos las persianas y no nos hacemos caso, a ver a quién le vamos a pedir la sal o el perejil, cuando nos haga falta darle un poco de gracia al guiso cotidiano de la vida.
Paseé por la blogosfera buscando yo qué se qué, seguramente compañía. Aprender de la sabiduría escéptica de Aguamarga, informarme con el seguimiento de la vida que hace Deyanira y acompañarla en su dolor y su rabia. Me he acordado de ella con la decepción que me ha producido el Juez Gómez Bermúdez por lo que le toca en las ganancias -gananciales- que va a reportar el vergonzoso libro de su mujer. No lo he leído ni pienso, pero me da igual. Me parece una impudicia que sea ella y en este momento preciso la que publique ese libro. Ojalá no venda ni un puto ejemplar, pero no caerá esa breva. ¿Hasta qué punto se ha perdido la vergüenza?
Relajarme con la suavidad de Sherpa e identificarme con la visión realista de las cosas que tiene Ybrim. Animarme con el buen rollo de Gary y reírme y asombrarme con el ingenio y la gracia repajolera de Elefancia.
Pero a todos menos a Gary os encontré detenidos en el tiempo. Luego Elefancia nos dió la gran noticia y Deyanira nos ha transcrito un artículo sobre la politización de las víctimas. Siete manifas de la AVT, siete. Ni un grito contra ETA, todos contra ZP. Ya es que me canso de repetir lo obvio. Todo el mundo sabe, y ellos más que nadie que esto es artificial. En la legislatura que menos víctimas y más detenciones ha habido, es cuando se hacen más manifestaciones. Si matan, mal. Si no matan también mal porque el gobierno pacta. Ya no me producen ni siquiera indignación, sólo un hastío infinito ¿A qué viene esto ahora? Es todo tan evidente...
Por alguna razón que se me escapa, la blogosfera languidece; Gary nos pone unos videos preciosos de una actuación de su banda que ha ganado un premio y sin embargo su post obtiene un eco escaso; Elefancia nos cuenta que ha sido tía y, en un grito de júbilo, prolonga hasta el infinito la última vocal de su nueva condición, pero no encuentro las felicitaciones y las enhorabuenas de sus incondicionales. Lo que digo, el corazón colectivo está perdiendo latido; quizá es que ha llegado el momento de volvernos cada uno hacia nuestro propio disco duro, en un ejercicio de onanismo. Yo no sé el vuestro, pero el mío, mi disco duro, no me dice ni oste ni moste; le dá lo mismo que hable del Rey o de Chavez, de ZP o de Ansar; de amor, de política, de soledad, de penas o de dichas. Se limita a guardar todo en una carpeta que se llama "cosas mías", pero ni siente ni padece. Tiene la ventaja, eso sí, de que no me juzga ni cuenta nada a nadie, por lo que me puedo permitir el lujo de largar más libremente, de llamar al pan, pan y al vino, vino, y de poner nombre y apellidos a mis emociones, a las buenas y a las malas. Pero eso ¿para qué sirve? Hace mucho tiempo que perdí aquel diario de piel verde que escribía de pequeña; además, creo que siempre abrigué la esperanza de que alguien rompiera el candado. Esto es una ventana abierta, pero no al campo sino a un patio de vecinos y si los vecinos cerramos las persianas y no nos hacemos caso, a ver a quién le vamos a pedir la sal o el perejil, cuando nos haga falta darle un poco de gracia al guiso cotidiano de la vida.
Así que yo aquí sigo. Seguramente tengo algo de masoquista y, como con la cafetera de Carelman, vierto sobre mi propia mano el café hirviendo. Quizá algún vecino guarde en su botiquín una pomada milagrosa.