Este año me está costando tomar contacto con la realidad después de las vacaciones. No compro el periódico y oigo la radio como ahora mismo estoy oyendo llover a mi espalda; el cambio climático no respeta las tradiciones y se ha saltado a la torera el veranillo de San Miguel, esos días dorados que nos traían el otoño dulcemente. Veo con desazón que a ZP le crecen los enanos por doquier y me da muchísima pereza meterme en harina electoral. Lo de Cataluña me parece, más que nada, una ordinariez que no se corresponde con el tradicional seny. Me considero republicana de corazón, sobre todo porque la monarquía es un lujo innecesario, caro como todos los lujos, y un anacronismo. Pero creo que es un debate inoportuno en este momento y eso de quemar fotos es un espectáculo que hiere la sensibilidad de la chica bien educada que llevo dentro. Ahora Ibarreche -o Ibarretxe o como coño se llame el menda ese- viene también a tocar las narices para cobrar un protagonismo que no consigue por solucionar problemas sino por crearlos. Y mientras tanto, el PP crecidito y dando por saco como es su obligación. El gobierno trata de encontrar la fórmula imposible de repartir la pasta entre todas las autonomías sin agravios comparativos y promete casas, dentistas y no sé qué más. La oposición también se quiere poner medallas y le obliga a ampliar el cheque-bebé en el caso de hijos discapacitados, familias numerosas y madres solteras. Este último supuesto desata la santa ira de la Conferencia Episcopal, que está más en la línea de las arrecogías de Santa María Egipciaca. La justicia ya se sabe que es independiente de la política, por eso las leyes son o no constitucionales dependiendo de quién domine en el Tribunal Constitucional. Así las cosas, conseguir que la ideología propia pueda sobreponerse al escepticismo es un verdadero triunfo. Y abundando en la teoría de que cada cual vive la vida que quiere vivir, una catalana desmitifica el 11-S, haciéndose pasar durante seis años por una superviviente, con un nombre yanqui y ejerciendo de guía de los visitantes de la zona cero. Yo me pasmo con la capacidad del personal para, como dice mi Sabina, meterse en el traje y la piel de todos los hombres que nunca serán. ¿cómo no se le habrá ocurrido escribir un libro?
Por otra parte, en el ámbito familiar y doméstico las cosas no están mucho mejor. El declive de mi madre continúa imparable. Su lucidez sigue intacta pero, quizá por eso, le embarga una tristeza negra y un negativismo contra el que es muy difícil luchar. En el otro extremo, los niños de Ana estupendos, pero comiéndose a su madre por los pies y yo viéndola agotada y, a veces, un poco desbordada. Palomita y sobre todo Marcos, celosos de Almudena y reclamando a su madre su parte de atención. Menos mal que Sara es una mujer templada que nunca pierde la perspectiva ni la cabeza. Yo trato de dividirme entre todos pero tocan a muy poco.
Para afrontar las vacas flacas del otoño, me he puesto a tejer jerseys a mis nietos, que es cosa barata, relajante y levemente marujil, a ser posible con un buen culebrón delante. Así que me fui a una mercería a comprar lanas. Las mercerías siempre han sido un lugar de convivencia muy enriquecedor donde las vecinas intercambian impresiones mientras eligen botones, hilos y cremalleras, tarea delicada que lleva su tiempo y no se debe hacer a tontas y a locas. Una quería comprar unas gomas para coser en unos zapatos que había comprado en un chino, con lo que la conversación derivó hacia las tiendas de chinos, a los chinos en general y, por extensión, a los gitanos y otras minorías étnicas.
-¿Por qué no los llevas al zapatero?
-Porque me va a salir más caro que los zapatos, me costaron diez euros en un chino.
-Si es que los chinos sólo venden mierda, mi marido no me deja comprar en los chinos.
Por otra parte, en el ámbito familiar y doméstico las cosas no están mucho mejor. El declive de mi madre continúa imparable. Su lucidez sigue intacta pero, quizá por eso, le embarga una tristeza negra y un negativismo contra el que es muy difícil luchar. En el otro extremo, los niños de Ana estupendos, pero comiéndose a su madre por los pies y yo viéndola agotada y, a veces, un poco desbordada. Palomita y sobre todo Marcos, celosos de Almudena y reclamando a su madre su parte de atención. Menos mal que Sara es una mujer templada que nunca pierde la perspectiva ni la cabeza. Yo trato de dividirme entre todos pero tocan a muy poco.
Para afrontar las vacas flacas del otoño, me he puesto a tejer jerseys a mis nietos, que es cosa barata, relajante y levemente marujil, a ser posible con un buen culebrón delante. Así que me fui a una mercería a comprar lanas. Las mercerías siempre han sido un lugar de convivencia muy enriquecedor donde las vecinas intercambian impresiones mientras eligen botones, hilos y cremalleras, tarea delicada que lleva su tiempo y no se debe hacer a tontas y a locas. Una quería comprar unas gomas para coser en unos zapatos que había comprado en un chino, con lo que la conversación derivó hacia las tiendas de chinos, a los chinos en general y, por extensión, a los gitanos y otras minorías étnicas.
-¿Por qué no los llevas al zapatero?
-Porque me va a salir más caro que los zapatos, me costaron diez euros en un chino.
-Si es que los chinos sólo venden mierda, mi marido no me deja comprar en los chinos.
-Pues hay gente que todo lo compra en los chinos; todo, la ropa, los zapatos, lo de limpieza...hasta la comida.
-Pues ya viste lo que pasó con la pasta de dientes, que tenía no sé qué cosa tóxica...y era como el Colgate. Bueno, y los juguetes, que esa es otra. Mierda, todo mierda.
-Un vecino mío se compró un destornillador y se le partió al apretar un tornillo, le costó tres euros y en la ferretería costaba dos.
-Si es que lo barato sale caro.
-Caro no, carísimo.
-¿Te has dado cuenta de que nunca vienen esquelas de chinos en el periódico? Yo nunca he visto una esquela de un chino; a mí eso me da que pensar.
- Ni esquelas ni entierros. No hay entierros de chinos.
-Pero ¿cómo va a haber esquelas si no son creyentes?
-Ah, claro, pero ¿y los entierros? ¿Por qué no hay entierros? Es curioso que no haya entierros de chinos. Yo me quedo pensando...
-Yo creo que los ponen en chop suey en los restaurantes.
-¡Hija, qué asco! ¡Qué cosas dices!
-Pues mi marido no me deja ir a comer a los restaurantes chinos. Prefiere hasta un burguer.
-¿Y te has fijado que tampoco se ven chinos subnormales?. ¿Por qué no hay chinos subnormales?, eh, eh, dime por qué no hay chinos subnormales. Ni gitanos tampoco. ¡Qué curioso! ¿no?, tampoco hay gitanos subnormales.
-¿Te has dado cuenta de que nunca vienen esquelas de chinos en el periódico? Yo nunca he visto una esquela de un chino; a mí eso me da que pensar.
- Ni esquelas ni entierros. No hay entierros de chinos.
-Pero ¿cómo va a haber esquelas si no son creyentes?
-Ah, claro, pero ¿y los entierros? ¿Por qué no hay entierros? Es curioso que no haya entierros de chinos. Yo me quedo pensando...
-Yo creo que los ponen en chop suey en los restaurantes.
-¡Hija, qué asco! ¡Qué cosas dices!
-Pues mi marido no me deja ir a comer a los restaurantes chinos. Prefiere hasta un burguer.
-¿Y te has fijado que tampoco se ven chinos subnormales?. ¿Por qué no hay chinos subnormales?, eh, eh, dime por qué no hay chinos subnormales. Ni gitanos tampoco. ¡Qué curioso! ¿no?, tampoco hay gitanos subnormales.
- A saber...
Elegí una lana color granate y unas agujas del tres.
Elegí una lana color granate y unas agujas del tres.