sábado, 31 de marzo de 2007

ASÍ FUE, ASÍ PASÓ

No, estos no son los auténticos. Los auténticos los pondré cuando Jaime salga de su refugio calentito y se incorpore del todo a este jodío mundo. Si me deja Ana, que está por ver.

Cuando a las siete y veinte de la mañana del lunes sonó el teléfono y Ana me dijo que estaba ingresada desde las diez de la noche del domingo, pensé bueno, han querido pasarlo solos, es muy respetable; y me fuí para la clínica con los nervios correspondientes, jurando en el atasco mañanero de la M-40, convencida de que iba a llegar con los niños ya en el mundo. Pero me encontré a Ana, con una cara estupenda, repantingada en la cama, enchufada al monitor y sin más síntomas que un leve cosquilleo de cuando en cuando. Así pasó el día entero, a ratos con alguna contracción lejana, a ratos sin nada; cada vez que le quitaban las correas del monitor se levantaba y daba paseos por el pasillo para ver si se animaban los enanos. Pero nada, me fuí a casa sin nietos a las nueve de la noche.

El martes decidieron darles un empujón y sí, muy temprano la empezaron a preparar. Cuando llegué a las nueve ya le habían hecho todos los trámites previos y tenía puesto el goteo con la oxitocina para provocarle las contracciones. Marta me dijo que la famosa oxitocina es una hormona que, además de acelerar el parto, hace que la madre quiera a los hijos. Ahora lo entiendo, todo es cuestión de química. Lo que saben estos biólogos.

Ana, a los primeros dolores pidió la epidural, con lo que se quedó tan ricamente viendo en la tele a Federico Jiménez Losantos, que tiene bemoles para recibir a dos criaturitas inocentes, no me extraña que se resistieran a nacer. En el monitor aparecían los latidos de los dos chiquitines y los de Jaime, de vez en cuando nos daban un susto tremendo, no le gustaba nada que le metieran prisa con aquellas contracciones provocadas. La máquina empezaba a sonar con un pitido estridente y los dígitos que reflejaban su mínimo corazón se descontrolaban. Yo me movía entre mi propia angustia y la necesidad de aparentar calma para tranquilizar a mi hija. Al fin decidieron dejarla a su aire, con su oxitocina propia, que por lo visto era suficiente para traerlos al mundo y para quererlos a rabiar. Aparentemente las cosas iban muy despacio y, entre una y otra revisión, apenas avanzaban. Además, como por suerte ahora no se enteran de lo que vale un peine, yo veía la cara relajada de Ana y me hacía cuenta de que iba para largo. Pero cuando a las cuatro y media la miró la médica, dijo ¡que ya están aquí, nos vamos al paritorio!

Y se fueron. El paritorio es una especie de cámara acorazada, con unas puertas de acero de un palmo de gruesas tras las que desapareció la cama de Ana con Jesús a su lado, que le habían puesto una bata verde, un gorro y unas calzas. Yo me quedé sola, mirando aquellas puertas tremendas y asumiendo mi inexistencia. Apreté los brazos contra el pecho, como dándome a mi misma el abrazo que necesitaba y apoyé la frente en el cristal de la ventana con los ojos clavados en las matrículas de los coches de enfrente 5843...3179...2477. Quién sabe por qué, en los momentos cruciales me da por fijarme en las mayores tonterías -una mancha en la pared, un anuncio de la calle- y me di cuenta de que todas sumaban veinte, que cosa más rara. Entonces me empezaron a caer unos absurdos lagrimones, hechos de nervios, de miedo, de ansiedad y de impotencia. Fueron diez minutos, los que tardó en salir Jesús, informarme de que Carmen ya estaba aquí y volver a entrar, sin darme tiempo a preguntar ¿y Jaime? que era el que de verdad me preocupaba. Otros diez minutos en la ventana y salió un tío como un castillo vestido de verde que, mientras se desataba la mascarilla, me dijo todo bien, una campeona, el niño se queda ingresado porque es muy chiquitín. Y se largó pasillo adelante.

Algo por dentro me impedía estar contenta. Creo que, en mi fuero interno, esperaba un milagro y que el peso de Jaime alcanzara al menos el límite para no necesitar incubadora. Pero la matrona me informó de su tamaño inverosímil y me entró una congoja muy grande por este nieto diminuto que había nacido con ese nombre. Y pensé en Jaime, en el otro Jaime.

Me fuí a la habitación 209, desnuda sin la cama; como una autómata empecé a ordenarla: a retirar revistas llenas de fotos de recién nacidos famosos y sudokus a medio hacer, latas de coca-cola, bolsas de patatas vacías; los rastros de la espera.

Al poco rato trajeron a la chiquitina, que es una miniatura con una mata de pelo negro como la mora, mofletes sonrosado, morritos de mujer fatal y cara de pocos amigos. Yo esperaba que se pareciera a su madre que, aunque me esté mal el decirlo, era un bombón cuando nació -bueno, ahora también- pero no, es clavadita a su papi, que también es guapetón.

Y bueno, Ana llegó tiritando de frío, guapísima. Dos días en la clínica y a casa. Afortunadamente está como una rosa, que falta le hace. Tiene que repartirse entre Carmen y las visitas a Jaime. Los dos están decididos a comerse el mundo, por lo menos mientras el mundo se concentre en el pecho de su madre y en unos suculentos biberones. Carmen zampa todo lo que le echen y a Jaime, las enfermeras de la incubadora le llaman "el glotón". Así que es de esperar que pronto sean unos bebés rollizos y felices. Ana, las primeras veces que bajó a ver al niño, volvía a la habitación llorando y a mí se me partía el alma, pero ya está tranquila. Han sido unos días agridulces.

Yo, con mucha dignidad, cumplo mi papel que básicamente consiste en poner a la niña a echar el aire, cocinar un estofado, arreglar los papeles de la baja maternal y procurar no dar demasiado la lata, para no traspasar la fina línea que separa a una madre de una suegra. Eso sí, como mozo de cuerda no tengo precio. Ayer, yo solita cargué con seis centros de flores, una maleta, un neceser y un número indeterminado de bolsas de la clínica a casa de Ana, lo que me costó como cinco viajes cargada de la habitación al coche y del coche al piso.

Y estoy contenta de ver lo bien que se manejan. Jesús es un chico moderno, que está viviendo su paternidad intensamente, compartiendo responsabilidades al mismo nivel que Ana. Esto no debería ser noticia pero lo hago constar porque me parece un signo muy positivo de los tiempos
.

sábado, 24 de marzo de 2007

ESO QUE LLAMAMOS FELICIDAD

Estas dos últimas semanas estoy desasosegada con la llegada de los pequeñines. En el ámbito que llamamos de la política -por llamarle algo- siguen pasando cosas pintorescas que no tengo ganas de comentar porque la verdad es que, aunque en este blog pueda haber dado la imagen de que me va la vida en ello, esos temas me alteran sólo relativamente; preocupan a un porcentaje mínimo de mis emociones, el que dejan libre las cosas importantes. Y las cosas importantes son mis hijos, mi madre, mis amigos y mi estabilidad, normalmente en este orden, que se puede cambiar cuando las circunstancias inciden de manera especial en alguno de esos fundamentos.

Evidentemente ahora es Ana la que concentra toda mi atención. Una atención puramente testimonial y teórica, porque poco puedo hacer yo para que las cosas transcurran felizmente. Lo cierto es que tengo todo el día una especie de angustia depositada en algún lugar inespecífico de por dentro.

Cuando mantenemos el control de nuestras vidas y, con más o menos esfuerzo, podemos encauzar el día a día sin que se nos desmande demasiado, el resultado es gratificante y lo más parecido a eso que llamamos felicidad. Pero la vida a veces tira por la calle de en medio sin preguntar y toma rumbos sinuosos en los que estamos a merced de los elementos. Irrumpe el dolor, la enfermedad, la muerte y nos quedamos inermes, desprotegidos ante lo irremediable. Los que me conocéis sabéis que estos monstruos incontrolables han sido determinantes para mí, dejando en mis manos una parte muy pequeñita de mi vida. Y por más que haya querido evitar a mis hijos daños colaterales, también han llevado lo suyo -quizá Ana especialmente- y ya les toca ser felices.

Soy de natural optimista y normalmente no me agobio con futuribles ni con desgracias venideras. Trato de vivir el presente y de afrontar las cosas cuando lleguen, si llegan. Pero ahora tengo miedo. De repente he tomado conciencia de lo frágil que es la felicidad. Esa felicidad pequeña y doméstica que huele a café recién hecho y a sábanas limpias. A problemas compartidos, a discusiones tontas, a reconciliaciones, a tienes los pies fríos. A proyectos de a dos, a hipoteca, a domingos tranquilos. A cansancio, a dormirse en la tele, a un beso en la puerta -hasta luego, cariño- A cómo has pasado el día, a estoy hasta los mismísimos. A te quiero.

Ahora vienen Jaime y Carmen a completar todo eso. Son unos privilegiados, vienen a un entorno favorable, fabricado con amor, la mejor materia prima.

Ojalá que ocupen sus cunitas sin sobresaltos. Ojalá que los monstruos incontrolables nunca les amenacen.

viernes, 23 de marzo de 2007

CERRADO POR RECUENTO


“ Si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima trataría de cometer más errores.” (se atribuye a Jorge Luis Borges)

Yo, al revés que el poeta, cometí
casi tantos errores como pude,
si por error se entiende
dejar el corazón a la intemperie,
expuesto a toda suerte de peligros
salvo el de ser feliz y acostumbrarme.

A gala tengo
haberme equivocado muchas veces
sin haber aprendido casi nada,
y permitirme el lujo de estrenar
en cada amanecer
una nueva derrota reluciente.

He bebido el ahora de manera insensata;
como si cada día fuera el último
del resto de mi vida
y el futuro tan solo se tratase
de un incierto espejismo.

Hice mal casi todo lo importante:
no ahorré ni una peseta,
fumé, no hice deporte,
y hasta me enamoré de algún extraterrestre
sin requerir informes de solvencia.

Tuve hijos
y no los preparé para el mañana;
me limité a quererlos mucho más
de lo que hubiera sido razonable.

Y ya estoy
instalada de golpe en el futuro
sin chaleco antibalas, sin fortuna,
sin refugio antiatómico siquiera
que pueda protegerme
de la lluvia de abril y de tus ojos,
amor ...y de tus ojos.

miércoles, 21 de marzo de 2007

DIFERENCIAS, IGUALDADES

Hay pocas cuestiones que me molesten más que la eterna polémica entre hombres y mujeres. No soporto esos chistes machistas, de humor cateto y nula gracia, que a los únicos que ofenden es a los hombres, transmitiendo una imagen del género masculino casposa y troglodita que, afortunadamente, cada vez se corresponde menos con la realidad. Pero es que tampoco aguanto lo contrario, los supuestos chistes feministas que muestran al hombre como un idiota microcéfalo que se pasa la vida midiéndose los genitales.

Con motivo del 8 de marzo, me han inundado el correo de presentaciones de Power Point, a cual más cursi y casi siempre acompañadas de una música dulzona y soporífera, alardeando de las infinitas virtudes que nos adornan. Desde la fortaleza a la diligencia pasando por la facultad de multiplicar los panes y los peces cada día y de convertir unas cortinas viejas en un modelazo. Desde la tan traÍda y llevada intuición femenina -que no deja de ser un modo machista de llamar a la inteligencia cuando se refiere a una mujer- a una presunta sensibilidad que casi se confunde con la sensiblería. Estas artísticas cadenas de imágenes presentan, por un lado, un modelo de mujer que anda por ahí levitando y dando saltos entre nubes y, por otro, ahondan, con un empeño digno de mejor causa, en los tópicos más caducos que siempre han ido unidos a nuestro sexo. En la capacidad de entrega que no escatima padecimientos, en el amor unidireccional en el que, como en la letra de una copla, ella pone toda su carne en el asador sin esperar nada a cambio y que, por supuesto, es eterno e irremplazable.

Esa catalogación de las mujeres a un lado y los hombres a otro me parece estéril y, sobre todo, trasnochada. Creo que atribuir a las mujeres, por el mero hecho de serlo, ciertas facultades y negárselas a los hombres por idéntica razón, es caer en el mismo error contra el que luchamos. No sé qué opinarán de esta teoría mis amigas con larga trayectoria en la lucha feminista y mucho más versadas que yo en el tema, pero estoy dispuesta a rectificar si me demuestran científicamente que las emociones tienen algo que ver con los estrógenos y que la testosterona paraliza la sensibilidad. En ese caso, no tendría más remedio que compadecer a los hombres por las limitaciones que les supone el peso que tienen que soportar entre sus piernas. Pero mientras eso no llegue seguiré pensando que somos igual de capaces -o de incapaces- de sentir o de pensar y que, en lo tocante a los sentimientos y a la inteligencia, no hay que hacer diferencias entre sexos sino entre personas.

Otra cosa es que durante siglos la cuestión cultural haya grabado a fuego ciertas características de unos y de otras, tanto que ya casi forman parte de la masa de la carne. Ciertos roles sociales que encima van unidos, mucho más en unos que en otras, a unos privilegios a los que es difícil renunciar.

Sin embargo, el día que vosotros y nosotras aprendamos a ser emocional e intelectualmente idénticos y a mirarnos a la cara en igualdad de condiciones, disfrutaremos mucho más de nuestras diferencias.

martes, 20 de marzo de 2007

CONTRADICCIONES

Me descoloca este invierno que ha llegado a destiempo. La luz que irrumpe en mi cuarto por la mañana me consuela un poco del madrugón y las tardes, cada día más largas, invitan a callejear y a retrasar la recogida. Pero es que el termómetro marca cuatro grados y hay que subirse el cuello y enfundarse las manos en los guantes. Es un contrasentido, una engañifa un poco perversa. Soy muy sensible a la meteorología, así que estoy hecha un lío. Mi parte irracional -que, dicho sea de paso, es casi toda- no sabe muy bien si toca deprimirse o sentirse eufórica. Y ando por ahí dando tumbos entre una tristeza difusa y un optimismo tal vez excesivo.

Los niños de Ana ya llegan; parece que están muy a gusto en su refugio líquido y calentito, pero es cuestión de días. Estoy deseando verlos y ver a Ana con ellos fuera, pero al mismo tiempo me tiene nerviosa el trance. He puesto en el móvil el sonido más fuerte y más estridente que he podido. Me aterra la idea de que suene y no oírlo. Voy a trabajar en coche por si tengo que salir corriendo, y antes de irme a alguna parte la llamo para ver si todo sigue igual o hay el más mínimo aviso. Todo en mi vida gira en función de ella, aunque aparentemente no haya cambiado nada. Y bueno, sí, me da un poco de miedo.

Las mimosas de la calle de Arturo Soria se han cubierto de esponjas amarillas, sin embargo hace un viento helador.

La vida es una enorme contradicción.

viernes, 16 de marzo de 2007

MISTERIOS

Esta cosa de la tecnología es impredecible. Resulta que pinchando en la dirección de mi antiguo blog, los vericuetos de internet llevan al personal a un anuncio de viagra ¿...?, que dice no sé qué ordinarieces de un banano. Y sale un aviso que vaticina grandes males en la familia y en el puesto de trabajo si no se instala un programa que borra el rastro del vicio que, por lo visto, vamos dejando por ahí. Quizá mi subconsciente haya tenido algo que ver en esta extraña deriva que han tomado mis posts, perdidos en el abismo virtual, pero, mira por donde, a alguien le habrá aprovechado el anuncio; y yo que me alegro por las beneficiarias indirectas del asunto. Creía que mis artículos eran bastante blancos, si dejamos a un lado el rojo que traslucen algunos, sin embargo debían esconder alguna carga erótica que los ha trasfundido en el viejo "haz el amor y no la guerra". Qué cosas.

Aparte de esta tontería, este blog va recuperando poco a poco algunos de los antiguos seguidores a los que nunca agradeceré lo suficiente que se hayan tomado el trabajo de buscarme. La verdad es que era desolador clamar mis neuras en el desierto. Además me he llevado la alegría de que la amiga de un amigo, desconocida para mí, tenía impresos en papel, con fecha incluida, todos los post menos los dos últimos -el que originó la catástrofe y el siguiente- y voy a poder reproducirlos. Desde aquí le doy las gracias. Lo que nunca podré recuperar es lo mejor de todo, vuestra huella grabada en los comentarios.

Esto de los amigos es una gran suerte. Además de proporcionarme los papeles con mis momentos perdidos, hablamos de lo divino y lo humano con un gin-tonic delante y sin darnos cuenta de que pasaba el tiempo. En realidad hablamos más de lo humano -lo divino lo dejamos para el obispo de Huesca- y llegamos a la conclusión de que a esta vida tan rara ya le faltan ideas, que se repite sin parar, a casi todos nos pasan las mismas cosas y uno tiene la sensación de haber visto mil veces la misma película; que el desencanto y la decepción se reiteran machaconamente en casi todos, que los errores y los miedos de los otros son iguales que los nuestros. Y que no paramos de inventarnos problemas, en lugar de disfrutar la fortuna de haber nacido por azar en un mundo privilegiado. Que el amor es un lujazo, pero hay lugares en los que el lujazo es comer. De amor, ni se habla.

Reconstruir el blog me está suponiendo un reencuentro con momentos pasados, algunos muy recientes, pero pasados. Me doy cuenta de lo deprisa que pasa todo y de cómo cambian las emociones en poco tiempo. No somos casi nada o somos mucho, no sé.

domingo, 11 de marzo de 2007

COMIDA CON LOS CHICOS EL 11-M

Ha sido una comida refrescante. Estos chavales irradian alegría incluso cuando están cabreados, da gusto. Cuatro jóvenes inteligentes, divertidos, ilusionados, cargados de presente, repletos de futuro suben la moral a cualquiera. Uno comprende enseguida que no hay tsunami que pueda con ellos, tienen demasiada hambre, son demasiado felices, se quieren demasiado para dejarse vencer. Su risa es más sonora que todos los himnos, su carcajada más clara que todas las mentiras. Al mismo tiempo son serios, sensatos, razonables, saben analizar, piensan.

Al fondo, el ruido, el griterío de ayer para -entre otras cosas- ahogar las verdades del barquero que se están oyendo en el juicio de la Casa de Campo.

Al fondo, la evocación de aquel día aciago. El sabor agridulce de la sangre en la memoria. En aquellas horas primeras -unas pocas- todas las lágrimas se unieron en el mismo río porque el dolor químicamente puro no entiende de política. En las primeras horas del 11 de marzo de 2004 el dolor era patrimonio de todos, la sangre brotaba de las heridas de todas las almas y se juntaba en una mancha inmensa en el centro de Madrid. Luego vino lo otro. La manipulación, la mentira. Ya no íbamos todos en ese tren. Y no nos hemos vuelto a subir. Tres años más tarde nos estamos tirando los muertos a la cara. ¿Subiremos alguna vez al tren que nos lleve a la convivencia?

"Si es un verdadero amigo, no habrá que perdonarle jamás nada"

Esta frase es de José Luis Coll. Hace ocho años que Tip le estaba llamando desde el país de la eterna sonrisa "dame la manita, Pepe Luis". Y al fin se ha ido. Nos han dejado aquí, a ver cómo salimos de ésta. A ver cómo nos las arreglamos sin su hongo y su chistera.

Dos amigos, unidos por el humor. El amor del humor, el humor del amor. Tan distintos en el físico como en la ideología. Ojalá aprendamos un poco.

sábado, 10 de marzo de 2007

EL TSUNAMI

A las ocho y media de esta mañana el cielo tenía un color pálido, gris azulado, surcado de jirones de color naranja. Madrid iniciaba el fin de semana lentamente, con la calma indolente del sábado. En el Paseo de las Delicias algunas personas, con el cuello subido, esperaban el autobús en las paradas, tranquilas, sin intentar divisarlo al fondo de la calle, sin la ansiedad tensa de la prisa. Atocha era el espacio destartalado e impreciso de siempre, castizo y plebeyo, con su eterno aroma a bocadillo de calamares en el aire. En el ambiente nada hacía intuir el tsunami rojigualda que se avecinaba.

Ayer volvió Marta de Portugal. Ha estado allí dos semanas, aprendiendo cosas nuevas de su trabajo. Porque, aunque parezca mentira, detrás de toda esta mugre existe vida inteligente. Una vida callada y fértil, enriquecedora y laboriosa que intenta seguir su camino contra todos los vientos del odio y todas las mareas de la crispación. Nada más llegar me dijo mamá, no quiero saber nada, no me lo contéis, por favor. Venía de un absurdo país, aburridísimo, en el que la gente vive en paz y no se odia. Gentes sin conciencia que concentran sus energías en tonterías tales como el trabajo, el futuro de sus hijos, qué comprar en el mercado para comer bien sin gastar demasiado, cómo camelar a esa chica de la facultad que no me hace caso, qué hacer para promocionar en la profesión, cómo conseguir una vivienda, en fin, chorradas. Gentes insensatas que cada cuatro años se acercan tranquilamente a las urnas para votar a quienes creen que pueden gestionar mejor esas gilipolleces. Pero es que ni en Portugal ni en ningún país de nuestro entorno tienen el privilegio de contar con líderes políticos capaces de movilizar al pueblo, de sacudir las conciencias, de manipular los más bajos instintos para sacar lo peor de cada uno. De inocular al pueblo en vena el virus maligno del odio.

Aquí, sí. Aquí tenemos patriotas. Que no descansan, que no cejan en su empeño de salvar a España de un Gobierno legítimamente constituído; que dedican toda su energía a atizar el espíritu guerracivilista; que no pueden soportar el contradiós de que el poder esté en manos de estos desharrapados en lugar de en las suyas, como sería lógico, ya que son los depositarios naturales -seguramente, por designación divina- y los dueños de la VERDAD. Ya lo de menos es De Juana Chaos. A lo largo de tres años, aparte del sempiterno tema del terrorismo, ha sido la reforma de la Ley de Educación, el matrimonio homosexual, el Archivo de Salamanca, el Estatuto catalán y ya no me acuerdo qué más. Todo vale en esta política de tierra quemada, de cuanto peor, mejor. Estos son los patriotas que llevan tres años dedicados a la intoxicación inmisericorde, fabricando mentiras en garitos oscuros y difundiéndolas en medios de comunicación in-mundos.

Estos son los patriotas que no se paran en barras; que están convirtiendo la vida de su país, de mi país, en un bochornoso espectáculo internacional, en un siniestro circo, en una obscena exhibición del rencor. Que están fomentando la división, que están dando motivos de júbilo a los terroristas todos los días. Que están llevando la confrontación a las oficinas, a las cenas de amigos, a las familias. Que están consiguiendo que observemos de reojo al vecino de arriba y al que soporta el atasco en el coche de al lado; que miremos de refilón el periódico que cada uno lleva debajo del brazo, antes de atrevernos a brindarle nuestra amistad

Aquí no importa la economía, ni el empleo, ni los avances sociales, ni los derechos de la mujer, ni el calentamiento global. Aquí el único calentamiento que interesa es el de los ánimos. Ayer vi un manifestante solitario en el centro de la plaza del Dr. Marañón. Portaba una pancarta casera, pintada a brochazos burdos en la que se leía: gracias al terrorismo ya no importa la pobreza.

En fin, amigos. No sé qué váis a hacer vosotros. Yo me voy a encerrar en mi casa con la música muy fuerte. Luego, creo que se juega el Barça-Madrid. Dios nos coja confesados.

¡¡¡HUUUY!!! POR POCO...

viernes, 9 de marzo de 2007

HARA-KIRI

Mi anterior blog se suicidó el lunes pasado; no fue una decisión meditada sino una huida hacia adelante intentando escapar de una situación sin salida, en la que me había puesto un comentario. Intenté ignorarlo, hacer como si no lo hubiera leído, pero hubo algún comentarista que entró al trapo de la provocación y, sin querer me puso entre la espada y la pared. La espada de Jesús y la pared de mi propia vergüenza. A Jesús le conozco como si le hubiera parido y siempre supe que no tenía futuro en la carrera diplomática y que, entre sus muchas virtudes, no se cuentan ni la moderación dialéctica ni la prudencia. Eso no impide –o, quizá, conlleva- que tenga la facultad de despojar a la realidad de todo adorno, dejarla en cueros vivos sin piedad y, a veces, proclamar verdades de a puño que da mucho miedo mirar a la cara. El precio que paga por esta actitud es alto, en una sociedad políticamente correcta cuya sensibilidad no está curtida para resistir según qué cosas. Pero sarna con gusto no pica; lo malo es que, sin comerlo ni beberlo, también lo pago yo, como responsable emocional subsidiaria.

El caso es que entró en el blog como un elefante en una cacharrería, ofendiendo al personal y el personal respondió comparándole a De Juana Chaos. Él no se calla ni debajo del agua y contestó, entre otras cosas, que lo que le diferenciaba del menda ese es que no había matado a nadie, aunque no fuera por falta de ganas, y que la línea que separa lo moral de lo inmoral es, precisamente, el hecho de aguantarse las ganas. Y se quedó tan ancho.

Este bonito espectáculo a lo mejor me hubiera divertido si no se hubiera representado en mi blog o si el protagonista principal –el malo de la película- fuera un desconocido, pero me tocaba demasiado de cerca para dejarme indiferente y no podía permitir ni que Jesús ofendiera a mis lectores desde este espacio, ni que ninguno de ellos le comparara con un asesino. Y no me quedó más salida que hacerme el hara-kiri.

Fue el lunes por la noche; desde entonces he estado llorando mi propia muerte. En cada uno de los veinte post que tenía publicados me había dejado muchas horas y muchos jirones de mi mismidad. Había cuidado la ética y la estética como si se tratara de un hijo; ocurre que los blogs y los hijos tienen vida propia y así pasa lo que pasa.

De esa herida abierta nace este nuevo blog. No sé si es un hijo o una reencarnación pero, a pesar del parecido externo, no es lo mismo. Contra todos mis principios me he visto obligada a configurarlo con “moderación de comentarios”. Eso, crudamente, quiere decir que pasarán censura y que no se publicará ninguno que contenga insultos a ningún comentarista, aunque fueran para apoyar a la autora. Por el contrario, se publicarán todas las opiniones, discrepantes o no de las mías, que se formulen con un mínimo de corrección. Lo siento, repito que va contra mis principios, pero tal como está el patio, no tengo alternativa.

O sí, tengo la alternativa de callarme pero tampoco es cosa de que me salga una úlcera, que el patio no invita precisamente al silencio. Y ante la que se nos viene encima este fin de semana –y de aquí en adelante- algunos vamos a necesitar esta barricada para protegernos tras ella de las personas decentes y sensatas, según el particular criterio de Rajoy.

“Esta es su casa, paisano, y ahí puede pegar el grito”
.

domingo, 4 de marzo de 2007

HUIDA A CUENCA

Nos fuimos a Cuenca un poco huyendo de la quema y otro poco para comprobar que, a pesar de todo, hay gente que quiere disfrutar de la primavera que se asoma, pasar un día lejos de todas las banderas, hacer las fotos más tópicas y comprarse recuerdos absurdos. Paloma nos dijo que estos objetos se llaman "pongos" -esto ¿dónde lo pongo?- Arturo, que hace colección de pongos, se compró una botella de resolí con la forma de las Casas Colgadas. Ya tiene dos calaveras y un torero; le falta la gitana, pero todo se andará.

Y sí, el aparcamiento de la Ciudad Encantada estaba atestado de coches. Las piedras continuaban manteniendo un equilibrio inverosímil, resistiendo los envites de todos los vientos. Comimos, ni bien ni mal, en un restaurante vulgar y a la vuelta paramos en el Ventano del Diablo. Desde una altura infinita se contemplan las Hoces del río Cuervo, un lugar ideal para arrojar los malos sentimientos y que se estrellen contra tanta belleza.

Las Casas Colgadas, quizá un poco cansadas de posar durante siglos, mantenían el tipo con una cierta altivez recortándose contra un cielo limpísimo. Ignacio se mareó sobre el puente de hierro y eso que los cubatas vinieron luego.

Callejeamos por el casco viejo y en una plazuela un gitano arrancaba a una guitarra algo que quería ser flamenco, mientras otro daba unos torpes taconeos. Alguien dijo que eran los famosos fandangos de Cuenca.



Después de unas copas, volvimos a Madrid. La fachada de la Catedral parecía un decorado de cartón piedra con el cielo negro asomado a sus ojivas vacías.

Una hermosa luna llena nos dijo adiós. Era un chorro de esperanza entre tanta negrura.

sábado, 3 de marzo de 2007

PREGUNTAS

Miedo me da tocar el tema. Miedo y una pereza mortal. Pero en este arranque de la primavera, junto a los cerezos y las mimosas, alguien está regando la flor negra del rencor.

Maldito día en el que al prenda ese se le ocurrió dar rienda suelta a su vena literaria y publicar dos artículos en Gara. Si no fuera por eso, hace más de un año que estaría en la calle, por la única e incontestable razón de que habría cumplido la condena que en su día le impuso la justicia. Y nos habríamos ahorrado el espectáculo de la huelga de hambre y, sobre todo, de las fotos en calzoncillos. Distinto es lo que nos pidan las vísceras más oscuras, pero una cosa son las vísceras y otra el código penal.

Dieciocho años son pocos o muchos, según se mire. Son muy pocos, no son nada, si lo comparamos con los que ha robado a sus víctimas. Y son muchos si pensamos la de cosas que se pueden hacer en ese tiempo. Que cada uno en su edad piense lo que ha cambiado su vida en los últimos dieciocho años y concluya si son pocos o muchos. ¿Cuántos besos se pueden dar? ¿Cuántos atardeceres se pueden contemplar? ¿Cuánto se puede aprender?

¿Que nos ha chantajeado? De acuerdo. Pero aquí estamos hablando de un año y medio más de condena a cambio de que la palme. Os aseguro que yo no iba a llevar luto por él si la llega a diñar, pero no estoy tan segura de que no tuviera que llevarlo por mi país.

Y no quiero meterme en más berenjenales que luego me salen muchos enemigos. Prefiero quedarme con la imagen de esas dos ancianas, amigas y vecinas que se ayudaban una a la otra. La que ha muerto hace unos días era la madre de De Juana Chaos. Su vecina, su amiga, la que le llevaba un caldito a la cama todos los días, la que tenía su mano cogida cuando le llegó la muerte era su consuegra, viuda de un guardia civil víctima de ETA.