martes, 30 de enero de 2007

EL PARQUE DESIERTO

Los colores del parque eran suaves, sosegados; mostraban una belleza callada y tímida. Los árboles secos lucían su cabellera, enmarañada y leñosa, en una desnudez sin alardes. Sólo la hierba aportaba color, pero también matizado, discreto.

No había un alma; los pájaros estaban escondidos y cuándo hablábamos parecía que nuestras voces arañaran la piel del silencio, que caminaba a nuestro lado con las manos en los bolsillos.

Inevitablmente, me vinieron a la cabeza otros paseos de hace cinco años, cuando los astros se conjugaron para que viniera a parar a este Madrid arrabalero y popular, para mí hasta entonces desconocido. De Atocha hacia el sur era la nada, un mundo inexplorado, una incógnita que nunca me molesté en despejar. Y me encontré este apéndice de la ciudad que todavía conserva el ambiente vecinal, donde la gente convive en la plaza; donde los tenderos llaman a las vecinas por su nombre -señora y de usted si peinan canas- y se pueden llevar unas botas a poner medias suelas al zapatero remendón de abajo, encontrar un cerrajero o un electricista que haga una chapuza en casa. Y donde todavía se puede comprar media barra de pan. La gente sabe lo que cuesta ganarlo y concede al dinero el valor que tiene. Casi todos los bares, de lunes a jueves, están cerrados a las nueve de la noche, porque tomarse una copa es un extraordinario de fin de semana. Los domingos las mujeres se pintan los labios, aprisionan los pies en sus zapatos pasados de moda pero todavía con la dureza de recién estrenados, y se van a pasear por el parque del brazo de su santo, saludando a las vecinas muy ufanas. Después, el lujazo de la caña y los boqerones en vinagre. Una forma de vivir austera y menestral; unos tipos humanos ingenuos y sabios a la vez, infantiles y llenos de la sabiduría que únicamente se adquiere mirando pasar la vida.

Este mundo me encontré hace cinco años. Un mundo al que yo no pertenecía -uno no elige dónde nace- y que tenía mucho que enseñarme.

Cuando dimos aquel primer paseo todavía no habían entrado las excavadoras municipales en el parque. Ahora le han expoliado unos miles de árboles en aras de la modernidad. Un intercambiador de autobuses que yo, en mi inconsciencia, no había echado de menos pero que, por lo visto, me hacía mucha falta. A mí, en cambio, me gustaría que la línea 6 del metro hiciera su recorrido sin sobresaltos y para eso no hacía falta talar ningún árbol. Pero ¿quién soy yo para opinar sobre las prioridades del Ayuntamiento?

He paseado en distintas ocasiones, sola y con diferentes compañias. Con los prumos en flor y con las hojas secas alfombrando el suelo. Con mi amiga Lola y su perra Ewok, haciéndonos confidencias, riendo, llorando y tratando de encarar un futuro incierto. Ewok murió de vieja hace tres años y Lola, a estas alturas, tiene que volver a hacer frente al futuro. Que el destino te depare muchos buenos momentos en esta nueva andadura, que ya te toca.

El domingo pasado nos fuimos a pasear. Ojalá que nosotros, los de entonces, todavía seamos los mismos. Hacía mucho frío y el parque estaba silencioso y desierto. Luego nos tomamos unos boquerones en vinagre.


sábado, 27 de enero de 2007

FRÍO

Hace frío. Por fin enero enseña su verdadera cara y un viento glacial me arranca sin misericordia del espejismo tropical de hace unos días. Tengo el alma casera y el cuerpo remolón, por mí no saldría hasta la primavera. Es un sábado ideal para arrebujarme en la cama, dar otra vuelta soñolienta y volverme a dormir abrazada a la almohada. Y, cuando un sol frío penetre por las rendijas de la persiana y me despierte, levantarme sin mirar el reloj. Desayunar despacio, nada en que pensar, ninguna decisión, nada que resolver; una soledad perezosa y cálida, un punto melancólica. Si acaso, acercarme con sigilo a los recuerdos. Con mucho sigilo, para que no despierten.
Creo que me gustaba enredar con los dedos en su pelo, al ritmo sosegado de su respiración. Desde la distancia de los años, atisbo una sombra difusa de sus ojos clavados en mi nuca, cierto olor a tabaco agarrado al jersey. La curiosa costumbre que tenían sus piernas de pegarse a las mías al quedarse dormido -siempre tienes los pies fríos- No sé si existió alguna vez la exacta geografía de su espalda, si era verdad aquella cavidad, moldeada en su hombro, que se ajustaba tan bien a mi perfil derecho.

Supongo que no era importante ni la noche ni el alba, hicimos un pacto con el tiempo e inventamos un horario sin horas. No me acuerdo de su nombre.

Los recuerdos conviene conservarlos envueltos en hielo.

Es sábado y hace mucho frío. El despertador ha sonado a las siete y media, una hora más tarde que otros días; hoy no tardaré tanto, el tráfico estará mejor. Me he tomado un café deprisa y corriendo y me he metido en la ducha. Al echar gasolina se me han quedado las manos heladas, me dolían las yemas de los dedos. Los termómetros de Madrid marcaban 0º. Tengo sueño y no sé qué hago aquí perdiendo el tiempo. Con la de cosas importantes que tengo que hacer.

miércoles, 24 de enero de 2007

UN MAL DÍA

No fue por Ariadna. Era una gran chica, he sentido mucho su muerte, pero no fue por Ariadna. Yo, como todos, también tomé cañas y me reí un poco. hice fotos y me comí un cabrito. Lo de Ariadna sólo fue un fugaz estremecimiento, el mínimo calambre de la buena educación; dí el pésame a Ricardo y era sincera, pero ahí acabó todo. Ahora escribiré una necrológica para El Afilador -me estoy especializando, para eso ha quedado mi vocación literaria- y encima quedaré bien con la familia.

Pero lo que se me agarró a la tripa mirando el campanario de las Clarisas no tuvo nada que ver. En esa espadaña había algo más que una campana muda; en un momento se asomaron todos mis fantasmas juntos, dándose codazos unos a otros para hacerse sitio. Y todos los miedos difusos a los que nunca quiero plantar cara. Me di cuenta de lo deprisa que ha pasado todo, de cómo me he tragado la vida sin apenas masticarla. Y me he sentido regular. Las cosas llegaban y las iba bandeando como podía, por instinto, sin calma ni madurez para decidir y sin pensar si lo hacía bien o mal. Tampoco había mucha elección, sobrevivir y punto. Creo que el sábado pasado se asomó al campanario de las Clarisas todo el tiempo que no viví, todo lo que la vida dispuso por mí -y para mí- sin consultarme.

Un proyecto que tenía sorpresa dentro, como el roscón de Reyes; sólo que yo disimulé, me guardé la sorpresa y seguí comiendo el roscón como si nada. El programa debía cumplirse, pese a todo. Los hijos vinieron y me dividí en cinco partes. O me multipliqué, no sé. Era él y yo. Jesús y yo, Ana y yo, Marta y yo, Jaime y yo. Jaime...Mi vida ya fue para siempre la vida de ellos. Y la muerte. En el camino se quedaron un montón de cosas sin hacer, irrecuperables ya. Ahora son Jesús, Sara, Paloma, Marcos y otra pequeña vida; Ana, Jesús, Jaime y Carmen; Marta y Alfonso. Y Jaime; pero a Jaime tampoco le hago falta. Me pongo muy pesada, todo el rato al teléfono ¿estáis bien? ¿Qué tal Marcos? cuidad de que no pase frío, que me da miedo. Ana, te he comprado unos juegos de cuna ¿cuándo tienes médico? Marta, mi niña ¿cuándo os váis a ese viaje a Praga? Vuestro padre ¿cómo está? Ahora mi vida sigue siendo la de ellos, pero yo sé que los necesito mucho más que a la inversa. Yo sé que soy perfectamente prescindible. Y, bueno, también escucho la radio y voy a manis y esas cosas. Y hay ratitos en los que hago tonterías, trato de recuperar un poco de lo que no viví, busco por los rincones de mi historia, intento llenar huecos; pero no sé, igual ya no es momento. Yo no soy la que era.

En Sigüenza empezaba a anochecer cuando todos esos fantasmas se asomaron en tropel al campanario de las Clarisas, negros contra el cielo de la tarde.

domingo, 21 de enero de 2007

GRANDES Y PEQUEÑAS EMOCIONES

Frente al camino del cementerio la muralla brillaba con una luz triste. Llegamos hacia las doce dispuestos a comernos un cordero y a pasar un día agradable entre amigos y nos recibió la noticia de la muerte de Ariadna. Desde que empecé a escribir este Blog, apunte, clumna o qué sé yo lo que es esto -yo tampoco lo sé, te lo juro- he tenido que dar cuenta de la muerte de varios amigos. Ariadna llegó a Sigüenza desde Argentina hace veinte años; no sé si tendría algo que ver, pero las fechas coinciden con otras de triste recuerdo en aquel querido país. Entonces era una chica muy joven dispuesta a establecerse como dentista. Ignoro las circunstacias que la trajeron a este pueblo de Castilla, pero enseguida se integró en el paisanaje del lugar y con su simpatía consiguió convertir el torno y el sillón en algo divertido. En Madrid hay unos pocos dentistas, sin embargo éramos muchos los que nos hacíamos ciento treinta kilómetros para que nos atendiera ella. Aquí nacieron sus hijas que hoy son dos guapas chavalas que hablan con un acento dulce, entre seguntino y porteño. Hace tres años la visitó el cáncer y ella siguió sonriendo y trabajando mientras pudo y animando con su fortaleza a toda su familia. Estoy segura de que antes de irse prohibió a Ricardo, su marido, que se le escapara una sola lágrima; fui a verle y me recibió con una sonrisa tímida, perdido en la frialdad del tanatorio. Ha sido una gran suerte tenerla entre nosotros estos años.

La vida es obstinada y casi siempre se empeña en seguir como si no pasara nada; de manera que el personal tomaba cañas en los bares igual que cualquier sábado y los árboles de la Alameda, están hechos un lío en este enero absurdamente cálido, se preguntaban por qué la gente paseaba sin abrigo y no sabían si terminar de deshojarse o empezar a brotar.

Comimos en la Venta del Miño, a unos cuantos kilómetros de Sigüenza por la carretera de Soria, en medio del áspero campo castellano
. Al llegar el aire estaaba vestido de purísima y oro y el sol arrancaba a la tierra un brillo húmedo y verde; tres horas más tarde el cielo se desteñía en un blanco lechoso y la tierra se había puesto un elegante abrigo color cobre. Tanta belleza junta me sobrecoge y me penetra hasta los tuétanos del alma, si en ese momento alguien me pasa el brazo por el hombro me puedo derretir como la mantequilla al fuego. Devoramos unas setas soberbias y un cabrito del país. Se rieron de mí por la caterva de nietos que tendré este verano y que , según mis amigos, me van a tener presa, aunque Ignacio se brindó amablemente a echarme una mano donde hicera falta. Y me sentí llena de gratitud a tanta gente que me quiere con todas mis varillas, aunque alguna de ellas se le clave; saben que, con una que intentaran quitar, el abanico quedaría inservible.

Al volver a Sigüenza, la campana del convento de las Clarisas se recortaba en su espadaña, negra contra el cielo de la tarde. No sé por qué me entraron tantas ganas de llorar.

jueves, 18 de enero de 2007

LA MALA BABA

Lo del sábado pasado fue un espejismo. Me sirvió un rato, lo justo para pasar el fin de semana animada y con una esperanza difusa. Pero el lunes el aire volvió a impregnarse de una tristura sucia y pegajosa. Y es que contra la mala baba es muy difícil luchar, siempre nos pilla desprevenidos.. No me tengo por ingenua, ya tengo una edad, la vida me ha dado algunos palos y creo que he desarrollado una cierta intuición para verlas venir. Incluso me ponen un poco nerviosa los que van por ahí de "viva la gente" y de "to er mundo e güeno", como que no me lo creo mucho y me parece que esa actitud tiene algo de pose; o de querer cerrar los ojos, no sé. Sin embargo me desconcierta el manejo de la crueldad como arma. Me he mordido la lengua en infinidad de ocasiones porque me he dado cuenta a tiempo de que lo que estaba a punto de decir podía herir a mi interlocutor. Supongo que, como todo el mundo, mil veces habré dicho cosas que hagan daño a alguien, pero nunca lo he hecho de una forma premeditada; digamos que siempre ha sido un daño colateral.

Por eso me da miedo esa clase de personas que no se paran en barras, que entre todas las frases construyen la que puede dar en el punto más doloroso. La maldad me paraliza, me deja sin reacción precisamente porque no me la espero. Ante la agresividad verbal me quedo inerme, creo que el otro también va a pecho descubierto y de repente me suelta un directo a la mandíbula que me hace tambalear hasta las lágrimas. Estas cosas pasan en la vida privada y en la pública. En las oficinas, en el metro, en el mercado y en el Congreso de los Diputados. Hay por ahí una baba pringosa que, como no la cortemos pronto, nos va a inundar la vida; la vida de todos. Sería triste que no bastara con ser español y tener dieciocho años; sería muy triste que, para alcanzar los legítimos objetivos, tambien fuera imprescindible la mala baba.

lunes, 15 de enero de 2007

EL ABANICO

Creo que los amigos que elegimos son un poco reflejo de nosotros, de manera que nos podemos hacer una idea de cómo es alguien observando a sus amigos. No hablo de los amigos que vienen impuestos por el entorno en el que hemos crecido –esos no se eligen, forman parte del paisaje y uno los quiere porque sí, a veces a su pesar- sino de los
que escogemos o nos escogen -suele ser recíproco- entre otras muchas personas a las que hemos conocido en el mismo ámbito o en circunstancias similares y, sin embargo, nos pasan inadvertidas o incluso nos “caen mal” sin ninguna razón objetiva y, no sólo no les damos ninguna oportunidad sino que, con demasiada frecuencia, nos permitimos el lujo de juzgarlas ignorando todo sobre ellas.

Pero sucede que eso que llamamos feelling es algo absolutamente irracional y a menudo injusto. Dejando aparte la atracción sexual, que eso es otra historia, en el terreno de las relaciones humanas nos movemos por motivos muy extraños y poco o nada contrastados. Unas veces porque nos parece tener ciertas similitudes con esa persona y otras al contrario, porque le creemos dueño de lo que a nosotros nos falta.

Al menos en mi caso ni siquiera es algo razonado. Tengo tendencia a dejarme llevar por impulsos y cuando una persona me inspira confianza, puedo enseñarle en un momento todas mis vergüenzas y contarle cosas de las que sólo debería hablar en presencia de mi abogado. En general no me ha ido mal con este sistema, creo que tengo un puñado de excelentes amigos y amigas que han llegado a serlo después de un rato de confidencias. Pero también ha habido alguna ocasión –afortunadamente, las menos- en las que, como con la policía, todo lo que he declarado se ha vuelto en mi contra. Mi interlocutor ha tergiversado y manipulado mis palabras –y lo que es peor, mis sentimientos- a su gusto y conveniencia, ofreciendo su particular versión, una versión escasamente generosa. Pero no aprendo y creo que a estas alturas del partido va a ser difícil que cambie.

Una vez coincidí en unas vacaciones con la amiga de una amiga de mi amiga Lola, que me dio un sabio consejo. Me dijo que para ella los amigos eran como un abanico, en el que cada uno ocupaba una varilla y con cada uno ofrecía una cara. Con este hablaba de sus amores, con aquel de sus hijos, con el de más allá de su trabajo, con el otro de dinero o de política, y cada uno se había formado una opinión de ella completamente distinta. Según para quién era una madre amantísima o una mujer fatal o una ejecutiva agresiva o una enfervorizada militante. Todo esto me lo dijo un día que se me soltó la lengua delante de unos gin-tonics y no la volví a ver más. Sabe Dios qué le contaría para que me diera ese consejo. Por supuesto que no lo seguí, más que nada porque me hubiera hecho un lío, seguro que me equivocaba de interlocutor.

No le hice caso de forma premeditada, tengo para mí que nunca me han sentado bien los disfraces. Pero, de forma instintiva, tengo mis dudas de que no enseñe mi mejor perfil según quién me esté mirando, que estas cosas son muy raras.

domingo, 14 de enero de 2007

LA MANI

Pues sí, fui a la manifestación. Quiero contarla tal como fue, con lo que se veía y con lo que se adivinaba. Creo que es obvio que contra el terrorismo estamos todos, pero aquí se están ventilando otras cosas y eso lo saben los que no fueron. La condena al terrorismo -repito, obvia- en este caso es una cortina de humo tras la que ocultar que salimos a la calle para gritar que apoyamos al Presidente. Como ya no estamos en los tiempos de la Plaza de Oriente y está mal visto convocar una manifestación de apoyo al Gobierno, hay que buscarse las vueltas para defendernos de la oposición más demoledora, falsaria, obstruccionista, desleal y destructiva que se recuerda en los anales de la historia, incluidos los años previos a la guerra civil. Es una manera de sacarnos todas las espinas que nos ha clavado el odio de la A.V.T. y del Partido Popular desde el mismísimo día 15 de marzo de 2004. Es la forma de decirle al Presidente, en estos momentos difíciles, que no está solo y que le respaldamos en su intento de conseguir una PAZ que nos merecemos todos y por la que tiene que unirse todas las fuerzas políticas, dejando a un lado las mezquindades partidistas.

Me desgañité gritando hay mucha gente con el Presidente, Za-pa-te-ro noes-tás-solo y contra ETA u-ni-dad, u-ni-dad, porque me parece una indecencia la utilización que se ha hecho del terrible atentado de la T4. Y no vale todo para recuperar el poder.

A mí la boca me pierde, y no sé si un blog es el sitio más indicado para hablar de estas cosas. A lo mejor debería decir que estábamos en la calle para condenar un atentado. Pero eso es innecesario. Las manifestaciones son un arma política y esta vez nos ha tocado a nosotros, que ya era hora. Llevamos asistiendo a un embarramiento premeditado de la política desde hace casi tres años. Viendo a los líderes del PP bajo pancartas en las que se llama asesino al presidente del Gobierno, escuchando insinuaciones de que el 11-M poco menos que lo preparó el Partido Socialista. Ya está bien, señores, hasta aquí hemos llegado. Ayer la calle fue nuestra y se respiraba aire fresco. No hubo insultos, sólo alguna coña ¿Donde están, no se ven los obispos del PP?, ¿Dónde está, no está aquí el alcalde de Madrid? y se presentía que la Espe no venía, pero ni una mala palabra para nadie; aplausos a los ecuatorianos y el manifiesto, impecable.

¿Cuánta gente? No lo sé, mucha. La suficiente para sentirnos fuertes. Una inyección de moral frente a tanta insidia. Abrazos, sonrisas cómplices, buen rollito, no estamos solos, somos muchos, que parecía que nos habían acojonado. Me encantaría ser tan optimista como para creer en la buena voluntad. Pero aquí se trata de tirar al Gobierno, no importan los medios. Soy consciente de que mucha gente que lee este blog no piensa como yo. Lo lamento si alguien se siente molesto, pero necesito hablar con libertad. Aquí, no nos engañemos, hay dos Españas. Y la que yo quiero no es esa ¡¡¡ESPAÑA!!! rabiosa, cerrada, intransigente y en posesión de la verdad. La que quiero es una España civilizada y dialogante, en la que cabe todo el mundo. La España que yo amo es mestiza y acogedora con los inmigrantes, valora la riqueza que nos aportan y les reconoce los mismo derechos. En la España que yo quiero se respetan las identidades de todas la regionas y no se boicotea a ninguna. Se brinda con cava catalán y se discuten las aspiraciones de cada cual con respeto.

La Cibeles nos contemplaba desde su trono mojado y sonreía. Ahí está, ahí está la Puerta de Alcalá, recibiendo nuestro optimismo, nuestra fuerza y ofreciendo al pueblo ecuatoriano un Madrid abierto a todos. Sentí que el corazón se me esponjaba. Fue una terapia de reencuentro con los míos. Repito, llevaba muchos meses tragando quina y necesitaba esta inyección. Luego estuve por Huertas. La mani por la PAZ se fue de copas. En todos los baretos había gente con pegatinas Por la PAZ y contra el terrorismo. ¡Qué bien me sentía!

domingo, 7 de enero de 2007

DE TURISMO POR MADRID

Los Reyes me trajeron dos cosas importantes: una cámara de fotos y un nieto. Resulta que en su camino desde Oriente se encontraron el paquete que había perdido la cigüeña y lo depositaron otra vez en su sitio; el camino desde Oriente es largo, de manera que hace ya tres meses que ocupa el lugar que Jesús y Sara le reservaban. Mientras, yo sin enterarme y sufriendo por ellos, estos chicos no tienen consideración. La casa de mi hijo era un caos de papeles, cajas de cartón y juguetes desperdigados por el pasillo. Marcos vestido de supermán y con la corona del roscón en la cabeza estaba apabullado ante tanto trasto y pasaba de uno a otro sin conseguir centrarse en ninguno. Paloma nos enseñaba sus progresos al piano poniendo fondo musical a la reunión. En mi carta a los Reyes había pedido para Marcos unos guantes de boxeo de colorines con un punching a juego, blandito y suave como un peluche, pero cuando se lo dije a mi nuera me dio la sensación de que torcía el gesto pareciéndole que eso iba contra la idea de la no violencia y, claro, ya no me atreví a decirle que también les había pedido un equipo de policía que incluía estrella, esposas y…¡¡¡horror, PISTOLA!!! Así que tuve que escribir un e-mail urgente a los Magos diciéndoles que lo cambiaran por un camión de bomberos, para iniciar al niño en el gusto por las labores humanitarias. Lo políticamente correcto nos contamina hasta la cursilería, ya estoy viendo a la Barbie con el hábito de la Madre Teresa. Marcos quiere ser maquinista de tren pero su padre le dice que, puestos a viajar, si no le da igual piloto que ganan mucha más pasta. No sé en qué quedará todo esto.

Yo estaba como loca con mi cámara y el domingo me fui con Artu
ro a hacer turismo por Madrid para estrenarla. Hacía un día radiante con un vientecillo helador. Por las calles aún circulaban juguetes despistados, como un oso inmenso que, en brazos de una mujer, quién sabe por qué no había llegado a su destino.

Por Bailén deambulaba sin prisas el gentío; un ángel de oro nos felicitaba el año, las palomas convivían amigablemente con los gorriones –quizá ellos sí han logrado superar el proceso de paz- repartiéndose las migas y dos barquilleros argentinos, leían el Martín Fierro junto a su bandeja de barquillos.

Llegamos por Mayor hasta la Plaza, pasando por la de la Villa y descubriendo rincones deliciosos que uno, con las prisas, no ve
nunca, como una puertecita de arco gótico en la calle del Codo y la Antigua Farmacia de la Reina Madre, que no sabía yo que tuviera farmacia propia tan excelsa señora.

Como
a Arturo le tira la cosa del dibujo, nos quedamos mirando en la Plaza a un caricaturista que dibujaba con trazos sabios a un viejo barbudo con aspecto de lobo de mar que le apremiaba porque, según decía, iba a coger la gripe. Al lado, otro dibujante nos ofrecía sus caricaturas pero, viendo lo que había sido capaz de hacer con Penélope Cruz, cualquiera se ponía en sus manos. Hay que tener mucho cuidado con estos tipos que, si te descuidas, te retratan el alma en un pispás.

Nos apretamos un bocatacalamares de reglamento -es una suerte ser de gustos proletarios- y, de camino hacia el metro de Sol, contemplamos lo más fashion en casullas y vimos con qué facilidad los senegaleses de la manta se hacen invisibles a la policía en una fracción de segundo. Por la tarde, otro disgusto del Madrid, que hay cosas que no cambian ni con el Año Nuevo.

jueves, 4 de enero de 2007

YO NO SOY RACISTA

Carlos Alonso Palate… Alonso ¿es nombre o apellido? No, yo lo digo porque todos estos sudacas tienen nombre de culebrón, igual se llaman Carlos Alonso que Jorje Arturo o Wilson Antonio, lo que les falta en la estatura les sobra en el nombre y luego que todos son iguales, con esa cara de indios. Oye, que yo no soy racista, pero las cosas como son, que no son como nosotros, que un amigo mío le alquiló a uno un piso que tiene en Usera -se lo compró para alquilarlo, como comprenderás no se iba ir a vivir él a ese barrio- y se metieron dieciocho, como te lo digo, dieciocho, que el piso estaba decentito para una familia modesta de cuatro o cinco personas, sin lujos pero muy arreglao y muy bien, que hasta calefacción tiene, ya me dirás para esta gente que viene de donde viene. Pues eso, lo que te decía, que se metieron allí hacinados, hasta en sacos de dormir por el suelo y se turnaban, ya sabes, lo de la cama caliente; vamos, que cuando se levantaban unos por la mañana, se acostaban los que
trabajaban por la noche, una guarrería, que lo pienso y me dan arcadas¿ te imaginas meterte en la cama que acaba de dejar otra persona? Pero es que es otra sensibilidad, hombre, que para ellos esto es Jauja, sabe Dios si en su país no dormirían en el suelo. Y claro, el piso lo dejaron como lo dejaron y además mi amigo para cobrar se las vió y se las deseó porque entran y salen sin parar, les surje un trabajillo en otra parte y échales un galgo. Y esa es otra, lo del trabajo, que es que sirven para todo, tío, lo mismo están en la construcción, que recogiendo la fresa, que de dependientes en la pescadería, que en un taller de coches y a mi me parece que no se puede saber de todo, ah, pero ellos sí, ellos saben de todo y se están cargando el mercado laboral, que los de aquí no encuentran un trabajo decente porque todo lo tienen copado, que lo que yo digo, lo primero los españoles. Y no me entiendas mal, que yo no soy racista. Y luego, eso sí, los mismos derechos que cualquiera, que no tengas que ir a un hospital porque te puedes hartar de esperar, están las urgencias llenas de sudacas, que es que parece que van en pandilla. ¿Y los colegios? pues igual, que es que son como conejos, un niño tras otro y están los públicos y los concertados plagados de inditos; y yo, pues que quieres que te diga, pues que no quiero eso para mis hijos, francamente, que uno se esfuerza para que tengan una educación y esta gente baja el nivel, así que si quieres que tus hijos se eduquen como Dios manda te tienes que gastar la pasta. Y, oye, que yo no soy racista, que los tengo mucho respeto, pobre gente, también tienen derecho.

Mira, la que cuida a mi madre es una jeta que no te imaginas; he tenido que poner un candado en el teléfono porque llamaba a su país una vez a la semana, ya sabes, les das la mano y se cogen hasta el codo. Y ahora me ha dicho que se quiere quedar externa, que ha cogido una habitación porque ha venido su marido de Ecuador y, claro, no es plan; pretende entrar a las nueve de la mañana y salir a las nueve de la noche y ya me dirás qué hago porque está empeñada en dormir con su marido todas las noches, que digo yo que tampoco hace falta tanto, que es que parecen animales y, oye, si no se puede no se puede, así se cogerán con más ganas el sábado.

Pues sí, parece ser que son dos ecuatorianos, que no sabes el susto, a esa hora se iba mi cuñado a pasar el fin de año a París y, bueno, hasta que llamó y dijo que estaba bien no respiré, imagínate. Y bueno, pues mala suerte, oye, que si viven aquí, viven aquí como cualquiera y les toca lo que les toca. A las duras y a las maduras...

MADRID POR LA PAZ, CONTRA EL TERRORISMO. Sábado, 13 de enero 18 horas Colón-Puerta de Alcalá. APOYO A LA COMUNIDAD ECUATORIANA EN MADRID.

martes, 2 de enero de 2007

NIEBLA

El año terminó mal; el golpe bajo que se estaba mascando desde hace semanas llegó dentro de una furgoneta al aeropuerto de Barajas y nos robó el resquicio de esperanza al que algunos nos queríamos aferrar. Pero Madrid seguía con su traje de fiesta, las luces de paz cegaban los ojos y los petardos ahogaban la explosión.

Con esto y la noticia de que un ser humano había sido ahorcado por otros seres humanos, me fui a Sigüenza con mal cuerpo. No había vuelto desde el aniversario de Jaime, en septiembre. Hacía un día reluciente y frío, la gente estaba en la calle y todos se besaban sin parar. Yo también participé en este rito de felicitaciones, me tomé unos vinos y repartí besos a diestro y siniestro, con la sensación conocida de que cada vez pertenezco menos a este pueblo al que amo; una vez más sentí que me he quedado en tierra de nadie.

Después de comer me fui a dormir un poco. Vano intento; acababa de cerrar el libro y apagar la luz cuando un bombardeo de esemeses prefabricados cayó sobre mi movil. Unos graciosos, otros soeces, otros críticos -con ZP, claro- incluso los había que, en un alarde de mal gusto hacían bromas con lo de Sadam, y todos muestra de una pobreza intelectual preocupante; si no somos capaces de felicitar a los amigos con nuestras propias palabras, mal vamos. Alguien se está forrando con esta moda.

Cené en casa de mi ex, con mis dos hijos mayores, sus cónyuges y mis nietos. Mientras los mayores preparábamos una cena de escándalo, que parecía que no volveríamos a comer en los próximos tres meses, los niños saltaban en su litera como si fuera una cama elástica de feria; al mismo tiempo la televisión, entre risa y risa, daba imágenes del destrozo de la T4, un amasijo de escombros y ferralla entre los que se escondía la muerte, dos jóvenes que estaban aquí en Madrid en busca de un sueño; también nos enseñaba una manifestación con una pancarta clarificadora del ánimo conciliador de los participantes: ZETAP tú eres el terrorista. ¿Cómo van esas ostras?.

Al día siguiente Sigüenza estrenó el año envuelta en papel de regalo, velada de niebla. La Catedral hundía sus torres en un cielo turbio y la Alameda, silenciosa y desierta, era una alucinación algodonosa. Un placer caminar por el paseo y atravesar el velo mojado que se quedaba pegado en la cara y en el pelo.

Volví a Madrid dejando atrás la borrosa belleza de Sigüenza y el campo cubierto de bruma. La carretera, durante sesenta eternos kilómetros era un abismo espeso en el que mi coche pen
etraba a ciegas. Pasé miedo hasta que casi choco con un par de luces rojas a dos metros. Me coloqué detrás de ellas, decidida a seguirlas sin preguntar a dónde.

Me gustaría percibir un pálpito más optimista en este principio de año pero esto no pinta bien, mal que me pese.