sábado, 27 de enero de 2007

FRÍO

Hace frío. Por fin enero enseña su verdadera cara y un viento glacial me arranca sin misericordia del espejismo tropical de hace unos días. Tengo el alma casera y el cuerpo remolón, por mí no saldría hasta la primavera. Es un sábado ideal para arrebujarme en la cama, dar otra vuelta soñolienta y volverme a dormir abrazada a la almohada. Y, cuando un sol frío penetre por las rendijas de la persiana y me despierte, levantarme sin mirar el reloj. Desayunar despacio, nada en que pensar, ninguna decisión, nada que resolver; una soledad perezosa y cálida, un punto melancólica. Si acaso, acercarme con sigilo a los recuerdos. Con mucho sigilo, para que no despierten.
Creo que me gustaba enredar con los dedos en su pelo, al ritmo sosegado de su respiración. Desde la distancia de los años, atisbo una sombra difusa de sus ojos clavados en mi nuca, cierto olor a tabaco agarrado al jersey. La curiosa costumbre que tenían sus piernas de pegarse a las mías al quedarse dormido -siempre tienes los pies fríos- No sé si existió alguna vez la exacta geografía de su espalda, si era verdad aquella cavidad, moldeada en su hombro, que se ajustaba tan bien a mi perfil derecho.

Supongo que no era importante ni la noche ni el alba, hicimos un pacto con el tiempo e inventamos un horario sin horas. No me acuerdo de su nombre.

Los recuerdos conviene conservarlos envueltos en hielo.

Es sábado y hace mucho frío. El despertador ha sonado a las siete y media, una hora más tarde que otros días; hoy no tardaré tanto, el tráfico estará mejor. Me he tomado un café deprisa y corriendo y me he metido en la ducha. Al echar gasolina se me han quedado las manos heladas, me dolían las yemas de los dedos. Los termómetros de Madrid marcaban 0º. Tengo sueño y no sé qué hago aquí perdiendo el tiempo. Con la de cosas importantes que tengo que hacer.