sábado, 22 de enero de 2011

FRIO

A veces tengo dudas
de si vivo o si muero
sobre todo me ocurre algunas noches
en que tengo los pies casi tan fríos
como el silencio
o como la venganza 
que dicen que se sirve sobre hielo.

A tientas te persigo,
indago entre tus pliegues.

No encuentro tus recodos
ni el instante preciso en que atacarte
por tu flanco más débil
y me quedo tan yerta, tan sin alma,
...acaso tan sin cuerpo.
(FOTOGRAFÍA DE CRISTINA GRANADOS)

lunes, 17 de enero de 2011

MIA

A mí los boleros siempre me han dado un poco de repelús porque si a una le dicen algo como
Mía,
porque jamás dejarás de nombrarme
y cuando duermas habrás de soñarme
y hasta tú misma dirás que eres mía

estando los dos desnudos en la cama, susurrándole al oído con voz enronquecida por la pasión y entrecortada de deseo, mientras le acarician la espalda muy suavemente con el borde de las uñas y le reparten unos besos pequeños y tiernos por toda la superficie del cuerpo, en esas condiciones puede sonar hasta bien y estremecerla hasta el paroxismo.

Pero si esas mismas palabras, o estas otras
Mía,
aunque con otro contemples la noche
y de alegrías hagas un derroche
nunca te olvides, sigues siendo mía

se escuchan estando los dos vestidos, en medio de la calle y teniendo el que las pronuncia el dedo índice levantado, hay que salir corriendo al juzgado contra la violencia de género más cercano.

Digo esto porque no conviene confundirse y hay que saber que las palabras dicen lo que dicen, independientemente de la situación en que se pronuncien. Y sigues siendo mía quiere decir exactamente eso: que tú harás lo que a mí me dé la gana que hagas y ni siquiera serás libre para pensar ni para desear algo sin mi permiso. Que no me entere yo.

Y que nadie me tache de feminista exacerbada porque mujeres que se apoderan de la mente de sus santos, haberlas haylas, como las meigas.

Pero bueno, que eso; que vamos a disfrutar esta magnífica versión de Mayte Martín con el gran Tete Montolíu.

Yo sigo a lo mío.

viernes, 14 de enero de 2011

HAY QUE LEER...

la letra pequeña.

martes, 11 de enero de 2011

CORTINA DE HUMO



TRIBUNA: FRANCISCO RICO
Teoría y realidad de la ley contra el fumador
(El País 11 de enero de 2011)
Quizá no por entero, pero en aspectos importantes la "Ley 42/2010, de 30 de diciembre, por la que se modifica la Ley 28/2005, de 26 de diciembre, de medidas sanitarias frente al tabaquismo", etcétera, etcétera, es un golpe bajo a la libertad, una muestra de estolidez y una vileza. Vayamos, brevísimamente, por partes, y en cada una con solo un par de calas.

Golpe bajo. Dejemos de lado que no pocos de los argumentos contra el tabaco carecen de rigor científico y son simple fruto del desconocimiento, por las actuales insuficiencias de la investigación. (Como cuando hace unos años el aceite de oliva se consideraba malo para el colesterol y se excluía de la "sana dieta mediterránea" en la que hoy tanto se ponderan sus virtudes). Concedamos asimismo que la prohibición de fumar en muchos lugares públicos es una medida juiciosa. En muchos, sí, bien está, pero ¿en todos?

A los fumadores en ejercicio se les veta la entrada en multitud de sitios, mientras a nadie se le fuerza a ir a los bares o restaurantes que aquellos elijan. ¿Cuál es el problema para que los fumadores -clientes, dependientes y dueños- dispongan de lugares en que los no fumadores sean libres de no entrar? Cada uno puede hacer de su capa un sayo: contra su voluntad no hay por qué protegerlo de vagos peligros. Más de las tres cuartas partes de los españoles da por buena la existencia de locales para fumadores. La ley de marras es una efectiva restricción de la libertad y un estorbo a la conllevancia.

Estolidez. Los redactores de la ley confirman clamorosamente la opinión que de los políticos tiene la mayoría de los ciudadanos. La torpeza preside en especial la lista de espacios vedados al tabaco. Es patente que el legislador ha ido señalándolos a voleo, según se le pasaban por la cabeza, sin ninguna preocupación por el orden y la congruencia.

El artículo séptimo, así, cataloga los tales espacios desde la letra a hasta la equis. Al llegar a la erre menciona las "Estaciones de servicio y similares". A continuación, en la ese, introduce una disposición universal y omnicomprensiva: "Cualquier otro lugar en el que, por mandato de esta ley o de otra norma o por decisión de su titular, se prohíba fumar". Parece que ahí debiera acabarse la cosa. Pero no, el inventario vuelve a la enumeración particular: "Hoteles, hostales y establecimientos análogos", etcétera, etcétera. Para acabar majestuosamente: "En todos los demás espacios cerrados de uso público o colectivo". En comparación, la enciclopedia china de Borges es un modelo de lógica: "Los animales se dividen en a/ pertenecientes al Emperador, b/ embalsamados, c/ amaestrados, d/ lechones...". 

De las luces que exhiben los parlamentarios reos del texto baste solo otro espécimen: según el artículo octavo, quien en un hotel quiera el desayuno en su habitación de fumador tendrá que salir de ella para que el camarero se lo sirva y que volver a entrar cuando el camarero salga.

Vileza. Domina la ley el espíritu persecutorio, en un horizonte de entredichos y busca de culpabilidades ("incluso en los supuestos de infracciones cometidas por menores"), de aliento a la intolerancia y la discordia, y de cerrazón sectaria a la realidad de la vida y de los hombres.

En la España de otros tiempos se llamaba malsín al que "de secreto avisa a la justicia de algunos delitos con mala intención y por su propio interés". Es un hecho que la ley y las incitaciones de la ministra de Sanidad están abriendo ya la puerta a los malsines. Nada tan fácil como la delación movida por conveniencias innobles, inquinas o malhumores, y anónima o presentada con una falsa identidad: no hay más que enviarla a cualquiera de las diligentes webs que le darán curso sin comprobar (así lo pregonan) "la veracidad de los datos expuestos por el denunciante". No se trata de una presunción: insisto, es ya un hecho.

Donde la actitud inquisitorial y el celo puritano se precipitan vertiginosamente hacia la vileza es en el nuevo artículo 7 c, que generaliza la interdicción en los "centros, servicios o establecimientos sanitarios, así como en los espacios al aire libre o cubiertos comprendidos en sus recintos". En ningún otro sitio estaría más justificado que ahí fijar lugares y excepciones para fumar (también marihuana). Pero los padres de la patria, hijos de moralinas abstractas y huérfanos de toda comprensión humana, desprecian las personas y las situaciones reales.

En las cárceles y en los psiquiátricos está autorizado fumar "en las zonas exteriores" o en "salas cerradas habilitadas al efecto". A los viejos y discapacitados se les permite en las áreas ad hoc de los asilos, aunque de ningún modo al aire libre ni en sus habitaciones. Con los enfermos hospitalizados no hay la mínima complacencia. A los padecimientos que comporta verse en tal situación, el legislador añade, ensañándose, la tortura de la abstinencia. "¡Qué escándalo -debe de juzgar-, satisfacer los bajos apetitos de un paciente terminal -de cáncer de pulmón, pongamos- que no piensa en otra cosa que en echarse unos pitillos!". Con absoluta desestima de los datos, de la voluntad y el sufrimiento ajenos, sacrifica al individuo cercano en el altar de un remoto ideal genérico. Líbrenos Dios de los altos principios.

P.S. En mi vida he fumado un solo cigarrillo.

Las negritas son mías. Por mi parte nada que añadir. Solo que la única explicación que encuentro a esta absurda y desmesurada ley es una paradoja: que con ella se pretenda tender una cortina de humo que ciegue nuestros ojos a tantas otras cuestiones realmente importantes.

domingo, 9 de enero de 2011

LÁGRIMAS EN LA NIEBLA

La carretera penetraba en la niebla y el coche avanzaba dejando atrás dos hileras de árboles desnudos con su esqueleto recortado entre la bruma. A pesar del algodón sucio que los envolvía podía distinguirse hasta la más mínima ramita, hasta el palito más diminuto arañando el velo de agua. Era víspera de Reyes y yo cumplía la tradición como todos los años desde hace dieciocho. Y es que esta es la fiesta de los niños y tú, como Peter Pan, has conseguido ser niño para siempre.

Así que me fui a Sigüenza una vez más, a dejarte un ramo grande de claveles blancos que parece una tarta de nata; una tarta de nata que, por muchos años  que pasen, siempre tendrá las mismas ocho velas.

Iba casi muerta, con el corazón petrificado; hacía tres días que se había negado a trabajar, estaba en huelga de lágrimas, como si se hubiera vaciado el depósito. Un dolor seco y paralizante me había bloqueado el alma.

De repente algo falló; se encendieron unas luces incomprensibles sobre el salpicadero y el coche empezó a dar pequeños trompicones parecidos a los estertores de un moribundo. En medio de aquella carretera desolada y fantasmal me sentía igual que un piloto suicida a bordo del avión que le habría de llevar a otro mundo, quizá mejor que éste. Paré y me quedé sentada al volante, mirando sin ver a través de la espesura gaseosa que me rodeaba. 

No sé cuánto tiempo estuve allí, hasta que vi por el retrovisor dos luces que atravesaban la nube gris y un todo terreno se detuvo delante de mi coche.  Un rostro de hombre con gorra se acercó a mi ventanilla. Bajé el cristal.

-Señora ¿podemos ayudarla?

No acerté a pronunciar palabra. Me quedé mirando los ojos del guardia civil y balbuceé algo sin sentido. No sé por qué los ojos solícitos de aquel desconocido hicieron que se me abrieran las compuertas y noté que mi rostro se contraía en un puchero, como el de un niño pequeño al que da vergüenza romper a llorar; en un momento los pucheros se convirtieron en hipidos roncos y después en sollozos que me sacudían todo el cuerpo y las lágrimas brotaron como dos manantiales inagotables de aguas termales; dos cascadas calientes y saladas que nacían en un punto indefinido de quién sabe qué profundidades. Era como si se desbordara un pantano, como si algo me reventara por dentro, como si se licuara el dolor y se derramara sobre el asfalto.  

Ignoro el tiempo que estuve llorando ante la mirada atónita del guardia. Solo sé que después me invadió la placentera sensación que dicen que acompaña al último suspiro.

-Muchas gracias, no se preocupe. Creo que ahora puedo seguir.