jueves, 29 de mayo de 2014

DESDE CERO

...y por fin,
sin pagar el arriendo,
sin avisar a nadie,
irme
donde me dejen ser
una página en limpio.

(Euler Granda)


Empezar desde cero nuevamente
como si fueras joven y la vida
te estuviera esperando.

Y borrarte los miedos y las culpas,
ese cáncer que crece con la rabia,
esa materia extraña que enmudece la risa,
que seca hasta las lágrimas
y corrompe el silencio,
ese hielo que arrasa la lujuria,
esa niebla que enturbia los espejos
y te dibuja surcos de amargura
en la zona más frágil de tu alma.

Y te convierte en otra, si te topas
con uno de esos días que suelen nacer muertos,
la que no quieres ser y quizá eres
por puro instinto de supervivencia.

Y te vuelves deforme y contrahecha,
vieja de pronto, desdentada, fofa,
y ya no tienes ganas de regar los geranios
ni de escribir poemas.

Cuando eso ocurre hay que salir corriendo,
prender fuego al pasado con todo lo que guarda,
apretando los puños aunque sangren
las palmas de las manos
sin emitir apenas un quejido.


Quedarán cicatrices, quién lo duda
pero podrás gritar a voz en cuello.

miércoles, 28 de mayo de 2014

UN CUENTO QUE NO ES DE FÚTBOL

Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral
 y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol". 
(Albert Camus)

Ese día salió de casa con un puño apretándole muy fuerte dentro del pecho, tanto que casi le impedía respirar con normalidad. Se puso unas gafas de sol muy grandes y muy oscuras, quería tapar la tristeza de sus ojos, y se compró una bufanda de su equipo en un puesto de la Castellana. Estaba sola, sola con sus dolores, con sus culpas, con sus angustias, con sus desprecios, con sus agravios, con sus silencios. Estaba sola con su soledad y necesitaba fundirse en la masa, diluir su amargura en una ilusión común y compartida.

El bar era pequeño, un bar de barrio, corriente. Lo atendía un chico joven muy simpático, de una edad parecida a la de sus hijos. Todavía era pronto, faltaba un buen rato para que empezara el partido, pero entró y se sentó en la mesa más próxima al televisor; pidió una cocacola, aún no quería empezar a beber alcohol. Luego se tomaría un gin-tonic durante el primer tiempo y otro durante el segundo, eso si no había prórroga.

De vez en cuando salía a fumar un cigarrillo y charlaba con el chaval:

—¿Eres del barrio?— la tuteó con familiaridad, parecía que le extrañaba que aquella mujer sexagenaria, no habitual del bar, hubiera ido sola a ver el partido precisamente allí.

—No, estoy esperando a un amigo —contestó ella como disculpándose. En realidad no sabía muy bien por qué había entrado a ese bar, sería por bares. Quizá fue porque estaba casi vacío y le daba un poco de corte entrar en un sitio lleno de tíos vociferantes y medio borrachos. Viejos prejuicios de los que aún no había conseguido liberarse.

Poco a poco fue entrando gente, casi todos jóvenes como el propietario. No sabía por qué, pero la fue invadiendo una especie de calidez anónima, como una complicidad sobrevenida con aquellas gentes desconocidas, independientemente de la bufanda que llevaran colgada al cuello o anudada en la cabeza. Entre los de uno y otro equipo se hacían bromas, se atacaban amigablemente, insultaban de buen rollo a unos u otros jugadores. Todo entre sonrisas, entre choques de jarras de cerveza brindando por la victoria o por la derrota de los otros.

Antes de que salieran en la pantalla las alineaciones una periodista entrevistó a Rajoy, que dijo unas cuantas tonterías preelectorales en la tarde de reflexión. Luego, entre el abucheo general de indios y vikingos, el presidente de la comunidad y la alcaldesa vestida de flores, dos grandes próceres . Parecía que ellos dos solitos hubieran eliminado al Bayern y al Chelsea.

Se acercó a la barra:

—¿Cómo te llamas? —preguntó al chico.

—Mario ¿Y tú?

—Por favor, Mario, ponme un gin-tonic de Beefeater —le pidió después de decirle su propio nombre.

Por fin empezó el partido mientras continuaba el ambiente distendido, incluso, a su juicio, con escasa atención de la parroquia, hasta que en el minuto treinta y cinco “El Santo” se salió de sus casillas con un error de principiante y los rojiblancos marcaron en medio de un batiburrillo de piernas delante de los tres palos. Un churro de gol, pero un gol al fin y al cabo. Estalló el lógico júbilo de los colchoneros: abrazos, cervezas en alto, cachondeo del rival.

A partir de ahí, sí. El aire se iba haciendo cada vez más espeso para los merengues que aguantaban en silencio las mofas rojiblancas. Todos menos Mario, que no dejó un momento de animar, de cantar, de meterse con los otros. Y de pedir a la afición blanca que saliese del marasmo.

Pero ni el segundo gin-tonic conseguía hacerla reaccionar. No ya por el partido, sino porque el puño del pecho seguía apretándola, apretándola…

Era el minuto noventa y tres cuando el muchacho de Camas lanzó un cabezazo impecable al fondo de la red a la salida de un córner y el estruendo de ¡¡¡Gooool!!! resonó por todo el local y por la calle, por los balcones, por los cuartos de estar, salió de las gargantas de los niños y de los ancianos.

Ella soltó en su grito todo el silencio de piedra que la ahogaba, toda la rabia contenida, toda la tristeza acumulada durante meses, todo el dolor injusto contemplado tarde tras tarde. Y ocurrió que todos los abrazos que se le estaban pudriendo por dentro encontraron donde anudarse en aquellos jóvenes desconocidos. De repente se vio subida en volandas por los poderosos brazos de Mario.

Después vinieron más goles, más saltos, más gritos, más abrazos.

Luego, al despedirse, le preguntó:

—¿Tienes hijos?

—Sí, cuatro —seguía diciendo que tenía cuatro—. Y seis nietos.

—¡Pues qué más te da cinco! ¡Anda, adóptame, que yo quiero una madre como tú!

Cuando salió de allí ya no le apretaba ningún puño en el pecho, respiraba a pleno pulmón el aire fresco de la noche. Llevaba colgada al cuello la bufanda de su equipo y una sonrisa idiota dibujada en el rostro. Los coches pitaban saludándose y agitando banderas. Parecía que las gentes se amaban.

En el cristal de su bar Mario había escrito con letra redondilla, un pincel fino, un bote pintura blanca y mucha paciencia, los versos de su tocayo Benedetti:

“No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños. Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque cada día es un comienzo nuevo, porque esta es la hora y el mejor momento, porque no estás solo, ¡porque yo te quiero!"

Evidentemente, Mario era uno de esos estúpidos descerebrados que se emocionan con el fútbol.

miércoles, 21 de mayo de 2014

LO QUE QUEDA

Tu le has puesto palabras
a eso que ya andaba sospechando,
que acaba de empezar
lo mejor de lo malo; lo que queda
seguramente irá pendiente abajo.

Hay una mezcolanza de besos y canciones
y lunas voluptuosamente llenas
escondida en la niebla del recuerdo
y una casi no sabe si era feliz entonces,
cuando la vida estaba por hacer
o estábamos haciendo poco a poco
lo que ahora nos hemos encontrado,
un amasijo informe de dolores,
de culpas sin culpables
y de absurdas preguntas a deshora.

Ya no tiene sentido cuestionarse
qué es lo que hicimos mal;
ahora toca vivir con estos mimbres,
exprimir los instantes, la belleza
de esos pocos instantes.

Y tratar de dormir, a ser posible
con un solo Orfidal.