jueves, 19 de enero de 2012

MUDANZA

Quedan las alcayatas
como testigos mudos de un tiempo que termina;
sujetando rectángulos vacíos
oscuros por los bordes,
gritan a voz en cuello
que hace falta una mano de pintura.

Ya no me mira desde la pared
el señor con bigote y entorchados
-antepasado ilustre
del que yo soy indigna descendiente-
espectador de llantos y de risas,
de delirios de amor más o menos efímeros
y hasta de alguna escena solo para mayores
que le habría matado de envidia
si no tuviera el alma color sepia.

Guardo en cajas las fotos, 
espectros olvidados
vuelven a recordarme que existieron.
De la que yo era entonces queda poco
y encima igual de inúltil que la crema antiarrugas. 

Los libros que soñaba casi no ocupan sitio,
pero pesan igual que la memoria
y, si me caen encima,
aún me harán más daño
que la culpa por no haberlos escrito.

Los muebles despojados
de marcos, ceniceros, cachivaches,
muestran su desnudez
esperando a que el polvo les tape las vergüenzas.

Ante este cataclismo Charlie Parker y Billie
enmudecen tirados por la alfombra
como en la manta de un senegalés
a la entrada del metro.

Con la cristalería de la abuela
envuelvo algunos besos en burbujas de plástico
y un letrero de FRÁGIL.
Hay que tratarlos con delicadeza,
el cristal es tan fino que al rozarse
suenan como violines,
pero si se me rompen
no podré reponerlos, son antiguos.

Me voy.
Atrás dejo un pretérito imperfecto
plagado de promesas incumplidas.
Por delante una incógnita: el futuro.

lunes, 16 de enero de 2012