lunes, 26 de abril de 2010

VEINTISÉIS CUMPLEAÑOS

¿Serás el más pequeño de todos tus hermanos?
Tu voz ¿será de niño o será grave?
No sé si te ha crecido la edad por todo el cuerpo
y volverás lleno de hombría y de reposo.

(Francisco García Marquina. Última Galería)


Perdida entre la niebla de los años.
ya no puedo pensarte
tras la risa silente de las fotos
ni adivinar a tientas el borde de tu cuerpo.

Son tantos -dieciocho- con tu ausencia
y tan pocos los ocho que te tuve...

No sé dónde han quedado
los planes que yo urdía en mis insomnios
para un tiempo que no iba a llegar nunca.

No sé cuánto has crecido hasta la fecha,
no reconozco el roce de tu barba
cuando me das un beso
al regresar de tantas correrías.

No me tengas en cuenta que este año
no haya cumplido el rito de las flores,
que también yo envejezco y se me escapa
la vida por los flancos.

Te miro por la calle entre los jóvenes
que ríen y se besan con oficio;
no me gusta ninguna de esas rubias
que llevan minifalda y quieren ser tus novias,
se las verán conmigo;
voy a pagar con ellas que no pude,
a su debido tiempo, vengarme de la muerte.


jueves, 22 de abril de 2010

CUALQUIERA

Si pudiera guardarme para siempre
un instante cualquiera
escogería aquel que tú ya sabes
-entendiendo que podrías ser cualquiera-
y lo atesoraría
prensado entre las páginas de un libro cualquiera.

Porque hay ciertos instantes diminutos
silenciosos, discretos
de los que no se habla
ni merecen siquiera una mirada
pero quedan grabados como las cicatrices.

Y contigo -que puedes ser cualquiera-
yo he vivido unas cosas que ni te las sospechas
.

lunes, 12 de abril de 2010

PALOS DE CIEGO

Vivo a base de dar palos de ciego
y a veces el bastón no toca nada,
sino un aire cargado de vacío.

No hay un lugar más triste
que el estruendo de voces extranjeras
aturdiéndome el alma,
ahogando el eco de mis soledades.

Pero en este mercado
la tristeza no vende,
es preciso reír a toda costa,
bailar, tirar cohetes celebrando la vida
y ser feliz, por si esto fuera poco.

Con este panorama
una intenta agarrarse a las palabras
como último asidero
antes de despeñarse en el silencio.

Palabras que se adhieran a un saliente del muro
o en su defecto,
a un corazón perdido en la intemperie
que haga menos violenta la caída.

sábado, 10 de abril de 2010

EL PARTIDO

Como sabe cualquiera que me conozca un poco, estoy absolutamente embrutecida por el fútbol, lo que anula por completo mi interés por la poesía y cualquier otra manifestación cultural. Lo importante es lo importante. De manera que esta mañana me he levantado con la bufanda blanquimorada enrollada en el alma y, dado que no he tenido noticia fidedigna de que se le hayan partido las dos piernas a Messi -con una creo que no sería bastante- en un entrenamiento, aquí estoy dispuesta a soportar con dignidad el chaparrón de goles -y, lo que es peor, el cachondeíto culé en la mismísima Cibeles- que se nos viene encima a los merengues. Que la vida no nos dé todo lo que podemos aguantar.

En honor al evento he rescatado de un cajón de mi memoria histórica uno de los primeros poemas que escribí, allá por el pleistoceno, cuando todavía no sabía ni siquiera lo poco que sé ahora de poesía y técnica poética. La cosa salió sola, de tirón, un día como hoy, cuando una jovencísima prostituta que esperaba en un semáforo de la calle Capitán Haya a que terminara el partido y salieran los posibles clientes, se me acercó al coche en un semáforo a preguntarme cuánto faltaba y cómo iba el encuentro de marras.

Helo aquí, tal y como lo perpetré entonces:


Madrid, ciudad fantasma en noche de partido.
Está envuelta la calle en un silencio tenso
súbitamente roto
por el aullido ciego de la hinchada.

Junto a la luz cambiante de un semáforo
Marilyn se abriga levemente,
sin tapar casi nada,
torcidos los altísimos tacones
de niña disfrazada;
la melena de un rubio inverosímil
para cubrir las trenzas
que todavía se enredan en su alma,
los labios infantiles camuflados
de un excesivo rojo
para ocultar el miedo
que, también esta noche, la atenaza.

Son diecisiete años mal cumplidos
y media vida ya en Capitán Haya.

De cuando en cuando escucha
el gran rugido de cien mil gargantas,
y al volver la cabeza alguien le dice
que no hay nada que hacer:
quedan cuatro minutos, tres cero gana el Barça.

¡Cómo vendrán los hombres esta noche!
Cabizbajos, huraños,
no estarán para nada;
tendrá que recurrir a algún truco secreto
para intentar que levanten las... pancartas
y vuelquen en su carne
la rabia de ese gol que salió por la banda.

Ha amanecido ya, y de vuelta a casa
arruga en el bolsillo tres o cuatro billetes
que ha metido en su escote
alguna mano extraña.

Se cruza con un grupo de ninfas de uniforme
que huelen a colonia y a familia cristiana;
en la carpeta, bajo el brazo, llevan
la foto de Brad Pitt que ella contempla
clavada en la pared frente a su cama,
mientras la muerte esquía por la nieve
que penetra en su venas
y que a la misma esquina
la empujará mañana.

Se ha dormido abrazada a su peluche.
Un churrrete de rimmel mancha su almohada.

martes, 6 de abril de 2010

OJOS QUE NO VEN

No sabía si la gestación llegaría a término -es complicado a según qué edades- pero ya tenía pensado el nombre de la criatura; algo original y sugerente, que sirviera para ambos sexos y fuera atractivo.

Se le ocurrió en el metro. Le estaba dando vueltas al asunto cuando entró él y los golpecitos de su bastón blanco le hicieron levantar la cabeza. El ciego estaba ahí, cantando su gratitud a la vida que le había dado tanto, con una voz profunda y acariciadora y acompañándose por un instrumento parecido a una guitarra pequeña de cuatro cuerdas; cuatro venezolano, así le dijo que se llamaba. Por raro que parezca, el ciego le agradecía a la vida que le hubiera dado dos luceros que, cuando los abría, podía distinguir perfectamente no sólo el negro del blanco, sino también la dicha del quebranto. Cuando terminó la canción ella echó en su faltriquera todas las monedas que llevaba en el monedero; y es que el ciego cantor le había dado la solución.

Las cosas no son lo que parecen. Sin ir más lejos, todos los días le compraba el cupón a otro ciego que se situaba a la puerta del mercado. Se lo compraba a él porque era un ciego muy intelectual que siempre estaba leyendo, no revistas del corazón ni el MARCA, no; aquel hombre ciego leía libros gordos de autores de esos que los que entienden llaman de culto. Además de ser muy antipático y largarle el papelito de las cinco cifras con un gesto de hastío, como si le molestara que le hubiera interrumpido la lectura, nunca le había dado ni el reintegro; pero a ella le gustaba fisgar el libro que tenía entre manos. Esa mañana le había visto con el Ulises de Joyce y, claro, le compró toda la tira; pensó que si era capaz de entender el Ulises, seguramente tendría la clarividencia suficiente como para llevar el gordo del cuponazo colgado del pecho; debe ser que los ciegos pueden ver más allá que el común de los mortales.

Así que cuando oyó en el metro el clic, clic del bastón blanco y el Gracias a la vida, dio un respingo: ¡ya lo tengo! ¡Palos de ciego! Mi libro se llamará Palos de ciego. Ahora sólo me queda escribirlo.

Pero ocurrió que no le tocó el cuponazo, ni siquiera el reintegro; y además cuando buscó "Palos de ciego" en el google, enseguida apareció un libro de poesía con ese nombre. Y es que está todo inventado.