lunes, 30 de junio de 2008

PI, PI, PIPIPI

Puedo buscar en el google las fotos de la victoria que publican los periódicos esta noche y poner aquí una mucho más lucida, pero me apetece poner esta tan mala que he sacado con el teléfono al llegar a mi casa después de pasar el fin de semana con los niños de Jesús y Sara, para que ellos se fueran a Paris, que es de donde vienen los niños. Espero que hayan tenido la sensatez de no traerse otro -el cuarto- en la maleta.

La Plaza Elíptica es una plaza con fuente que está casi en el extrarradio -un poquito más allá ya es la carretera de Toledo- pero ahora mismo está tal como Cibeles, con la gente envuelta en la bandera y bañándose en la fuente. Casi mejor, porque aquí no hay vallas ni policías y el personal se desmadra a placer. He aparcado el coche y, sin subir a casa, me he acercado sola hasta la plaza, que está a dos pasos. Los claxons dialogaban con toques cortos y repetidos -pi, pi, pipipi- y yo tenía muchas ganas de abrazarme con alguien. Y no sé por qué me he acordado mucho de Jaime, que ahora tendría veinticuatro años y andaría por ahí dando saltos en Colón o en Cibeles y llegaría a casa completamente pedo quién sabe a qué hora. Cuando uno se olvida de la crisis, del plan Ibarretxe y de su puta madre y se deja llevar de la euforia colectiva, y se le llena el corazón de una alegría visceral, que nace de las tripas, que no atiende a razones económicas ni políticas, simplemente se envuelve en esta felicidad efímera e irracional, echa de menos a los que no están. A los que no estarán ya nunca más y a los que no están hoy, en este preciso momento irrepetible. Pero está bien ser feliz un rato y con cosas pequeñas. Porque no todo es tan transcendente ni tan profundo. Hemos ganado, demonios, somos campeones, y lo demás esta noche no importa. Y hay una bandera inmensa que nos une y nos tapa las penas por un rato.

Mi barrio, lo he dicho muchas veces, es un barrio obrero y plagado de inmigrantes. Hoy en la Plaza Elíptica había muchos sudacas y muchos negrazos y también algunos chinos envueltos en la bandera de España; y se les han mojado los papeles cuando se han metido en la fuente junto a los españoles proletarios de Usera para gritar ¡¡¡campeones, campeones!!!, como si no existiera la puta directiva de retorno, porque viven aquí y aquí han puesto sus sueños. Y hoy también han ganado la eurocopa.

Por mi ventana siguen entrando los claxons -pi, pi, pipipi- y yo me voy a la cama sin pensar en la crisis, ni en el referendum de Ibarretxe, ni en su puta madre.

lunes, 23 de junio de 2008

EL TELEGRAMA

Las visitas a casa de mi madre, cuando no hay partida de bridge, se convierten en una especie de sesión de psicoterapia entreverada de disquisiciones filosóficas e incluso teológicas, que una sale de allí con la cabeza echando humo. Mi madre tiene unos ochenta y seis años inteligentes y lúcidos; elegantes, con una belleza que el tiempo ha trabajado a golpe de cincel y muy mal asumidos. De joven ha sido una mujer fuerte, enérgica, autoritaria, muy activa y con unos esquemas mentales modernos para su época, en cuanto a que siempre ha tenido una relación con su marido -es decir, mi padre- de igual a igual, en la que no había elemento dominante ni sumisión. Quiero decir que mi madre ha sido siempre una mujer con un par. Además la naturaleza la dotó de belleza, salud de hierro y un físico resistente a envejecer como si hubiera bebido algún misterioso elixir. Aunque entre los dos sólo había una diferencia de edad de pocos meses, en varias ocasiones tomaron a su marido por su padre. Tengo una foto suya con mi hija Ana recien nacida en brazos, cuando contaba cincuenta y tres años en la que puede pasar por la madre de la criatura, una madre joven.

Es una persona que no responde a los tópicos aplicables a una mujer de su generación y de su entorno social -madrileña, del barrio de Salamanca, hija y esposa de militar- pues aunque es muy religiosa y tradicional para sí misma, sabe ponerse en el lugar de los que no lo somos, no se escandaliza de los nuevos modos de vida que llevan muchos de sus nietos, no pretende imponerles el suyo ni nunca ha intentado que representaran ningún paripé por aquello del qué dirán. La hipocresía no va con ella.

A sus hijos, siempre nos ha sido imposible tener secretos con ella ni ocultarle ningún problema o preocupación, dispone de un radar infalible para detectar cualquier sombre de tristeza en nuestros ojos o la más mínima inflexión de nuestras voces, incluso por teléfono. Y no se pueden echar balones fuera o disimular porque ella indaga, nos somete al tercer grado hasta que acabamos desembuchando.

La vejez no le llegó de forma paulatina sino que le cayó encima de golpe y porrazo, hace menos de quince años, cuando ya viuda se le presentó un cáncer de colon y descubrió que no era inmortal. Yo creo que entonces lo descubrimos también todos sus hijos. Su coquetería llegó al extremo de prohibir al cirujano que le realizara la pertinente colostomía aún en el caso de que fuera inevitable y hacernos prometer a nosotros que lo impediríamos a cualquier precio; afortunadamente la operación salió con bien y sin la temida bolsita. Pero a partir de entonces no fue la misma: la intervención acarreó secuelas que no voy a detallar, pero que le producen dolores y molestias digestivas importantes cada cierto tiempo. Además le empezaron a aparecer pequeños achaques de otra índole que fueron afectando a su movilidad y por lo tanto a su independencia. Ahora es una anciana octogenaria que se mantiene mejor que muchas de su edad y peor que algunas, que tiene la cabeza perfectamente lúcida y que lleva fatal necesitar un bastón o un brazo en el que apoyarse para caminar por la calle; pero que todavía vive sola y se niega en redondo a meter a nadie en su casa; que conserva intacto su poderío y es imposible de manejar. Y que, como decía, no ha asumido su edad ni sus limitaciones; se queja sin parar de sus achaques -que en su opinión son lo peor del mundo- y nos trae a todas de coronilla; yo la llamo todos los días con la esperanza de que me diga, pues sí, hija, hoy me encuentro bien, pero nunca lo consigo.

Todas las semanas voy a verla; si hay partida, jugamos, que la entretiene mucho y dice que le mantiene la mente activa, que el bridge es juego de mucho pensar. Pero si falta alguna jugadora y no hay partida, entonces la conversación siempre versa sobre lo mismo: la vejez, la enfermedad, la muerte, el más allá. Un repaso absolutamente desenfocado e injusto en el que sólo cuentan los aspectos negativos de una vida en la que, lógicamente, ha habido de todo pero que cualquiera firmaría. Entonces vienen las disquisiciones sobre si la vida merece o no la pena, sobre la fe, sobre si hay algo luego o no lo hay. Tiene miedo, lo ve cerca y tiene miedo. Yo le digo que miedo de qué, que ha sido una buena persona y que ese Dios en el que cree no le va a hacer una faena. Me dice que miedo a lo desconocido. También me dice que ella no concibe que no exista nada al otro lado, que para qué es esta vida si no hay nada; yo en cambio opino que esta vida se justifica por sí misma y que no necesita nada más para tener sentido y ahí nos enredamos, ella que sí, yo que no, sin que ninguna de las dos tengamos datos fehacientes porque nadie ha vuelto para contarlo.

Yo suelo terminar el asunto diciéndole que a mí me da igual, que si hay, bien y si no, también. Que yo -que he sido mucho más mala que ella- estoy tranquila porque no creo merecer pasarme la eternidad recibiendo tizonazos, así que ella menos. Y que si me tengo que disolver en la nada, pues tan ricamente. Que, como dice Javier Krahe, la muerte no me llena de tristeza, las flores que saldrán de mi cabeza, algo darán de aroma. Y la pobre se lo traga sin rechistar.

Siempre acabamos mirando fotos de cuando entonces, de cuando ella era joven y nosotros niños y luego jóvenes también. De mi padre en la Escuela Naval, de mis abuelos, de una vida larga. Me enseña las cartas que guarda de mi padre, atadas con cintas y perfectamente clasificadas por fechas. Cuando yo nací mi padre estaba embarcado y me mandó un telegrama, a mí, a mi nombre que aún no tenía. Hace mucho tiempo que le llevo reclamando el telegrama, que es mío, y siempre se ha negado a dármelo. El viernes pasado me dijo: te voy a dar una cosa que sé que quieres tener. Y me dió el telegrama, pinchando en la foto se ve muy bien. Es muy cortito, sólo dice: VIVA LA MADRE QUE TE PARIÓ.

jueves, 19 de junio de 2008

EL CARNET

Las palabras de la foto son de Pablo Iglesias y aparecen en la parte posterior del carnet del Partido Socialista. Pero el carnet es un pequeño rectángulo de plástico rojo que casi nadie lleva encima y nunca se mira; de hecho yo misma lo perdí una vez que me robaron el monedero en el metro y no me preocupé de reponerlo. A lo mejor quien me lo robó leyó estas palabras, aunque seguramente sería un jodío inmigrante que ni siquiera entendería mi lengua; mejor, porque de haberla entendido se habría quedado muy tranquilo pensando que en España había un partido político dispuesto a llevar a todas partes el espíritu de la justicia, empezando por las instituciones europeas.

Yo creo que los eurodiputados del Partido Socialista Obrero Español hace mucho tiempo que no miran su carnet o igual es que también se lo robaron en el metro, si es que saben lo que es eso -¿hay metro en Estrasburgo?- de camino al curro en el Parlamento Europeo.

De todas formas voy creyendo que para defender el espíritu de la justicia no hace falta ningún carnet, es más, a veces estorba. Porque una siente vergüenza de pertenecer a esta nueva Europa que eleva a la categoría de Ley la existencia de personas de una condición inferior a la suya, a las que se puede mantener detenidas durante dieciocho meses sin intervención judicial y sin ninguna acusación. Y una, que se ha caido de un guindo, sale a la calle con cuatro desharrapados tocando el tambor para protestar por semejante atropello, reenvía e-mails a la gente que cree que se moja; dentro de sus escasas posibilidades, grita, se cabrea, revuelve Roma con Santiago, para que luego los erodiputados que dicen representarla rechacen las enmiendas que intentaban rebajar mínimamente la dureza de la Directiva y den su apoyo a un texto vergonzante.

Pertenecer a un partido político no es ningún chollo, sobre todo cuando uno no lo hace por medrar ni por ocupar ningún sillón. Es algo que roba tiempo, que exige una cierta dedicación, que moralmente obliga a implicarse un poco más allá del voto y que proporciona más disgustos que satisfacciones. También obliga, de cuando en cuando, a tragarse algunos sapos, si bien debidamente condimentados en salsa electoral. Pero esto no es un sapo, es un dinosaurio de carne dura y putrefacta que no hay guiso que lo ablande y que va a ser una bomba para mi salud mental, para mi ética e incluso para mi estética, que la cara de gilipollas que se me ha quedado no es para descrita.

Una, insisto, puede comerse algún que otro sapo tapándose la nariz si el conjunto del menú le parece medianamente nutritivo y saludable para su país. Pero si la base del guiso, el fundamento y la sustancia del plato no es auténtico, no hay quien se lo coma.

Así las cosas, creo que mi decisión está clara. Voy a devolver ese inexistente carnet que me robaron un día en el metro, seguramente un jodío inmigrante.

miércoles, 18 de junio de 2008

VERGÜENZA

Entre la temperatura climatológica y la laboral, este mes de Junio frío, lluvioso y agitado por las huelgas, más que a las puertas del verano parece que estamos en un otoño "caliente", si no fuera por las copas de los árboles que lucen una frondosidad selvática, de un verde húmedo y exuberante. Cuando por la mañana estoy parada en el cotidiano atasco del Paseo de las Delicias, no se ven las casas y por encima de la calzada discurre otra calle -azul, gris o jaspeada de nubes, según los días- perfectamente paralela y flanqueada de espesura. La verdad es que Madrid todavía tiene motivos para estar orgullosa de sus árboles, a pesar de Gallardón.

Pero por fin los pronósticos son más esperanzadores y parece que mañana o pasado viene el verano, así que me he puesto a preparar el armario para el calor. Vergüenza me da confesar públicamente que, ordenando la ropa, he desechado tres bolsas de las grandes de basura llenas de pingos que ya no quiero, que están ocupándome sitio y hace por lo menos tres inviernos que no me pongo. Al verlas he pensado que me quejo de puro vicio, que tengo mucho más de lo que necesito y de lo que podré necesitar aunque viva cien años, a no ser que de repente me calce veinte kilos -lagarto, lagarto- o se me presente a la vejez una anorexia galopante. Y me ha entrado un ataque de mala conciencia. En esto me ha llamado mi amiga Ángeles.

Mi amiga Ángeles es la persona más concienciada que conozco; no digo que no existan pero yo no las conozco, al menos personalmente y con datos. Es una mujer a la que, literalmente, saca de quicio la injusticia y dedica todo su tiempo libre a luchar contra ella de forma activa, no de boquilla. Es médica y canaliza una generosidad de la que encima no es consciente, a través de Médicos del Mundo, ocupándose personalmente de los desheredados de la sociedad, que son muchos y variopintos; de los sin papeles, de las prostitutas a las que da cursos de formación, en fin, de todas esas personas perdidas por los caminos de la miseria. Ella no se casa con nadie políticamente y le canta las cuarenta al más pintado, empezando por los gerifaltes de su organización que, como todas, está aquejada de burocracia aguda y de inflamaciones políticas y económicas crónicas.

Ni que decir tiene que mi amiga Angeles está que echa las muelas con la puta directiva europea de la inmigración a la que dió el visto bueno el Consejo de Ministros de Justicia e Interior de la UE el pasado día 5 y que, si algún dios no lo remedia, aprobará mañana el Parlamento Europeo. Me da vergüenza y me duele especialmente que el gobierno socialista de España, mi gobierno, esté pringado en semejante contubernio, una norma que permite retener en "centros de internamiento" -no sé muy bien que quiere decir ese eufemismo, pero para mí que se parece mucho a lo que entendemos por cárcel, a los inmigrantes sin papeles un máximo de ¡¡¡dieciocho meses!!! y su posterior expulsión. Ha habido discrepancias entre los veintisiete para pactar el borrador; el punto de fricción era si se les reconocía o no derecho a asistencia letrada gratuita a los que osaran presentar recurso ante su expulsión; algunos paises como Alemania se oponían porque salía muy caro; al final, en un alarde de generosidad, se ha aprobado reconociendo a los sin papeles ese mínimo derecho, por supuesto, sin unanimidad.

Me da vergüenza y pena la deriva que está tomando la civilizada Europa, el paraiso de los derechos humanos.

Esta noche había una concentración en la Castellana, delante de la delegación del Consejo y el Parlamento europeos, contra la puta directiva; me he ido allí con Ángeles. No habría más de cien o ciento cincuenta personas, pero me han subido la moral; casi todos eran jóvenes y eso me ha hecho creer que otro mundo es posible. Era un derroche de energía positiva tocando el tambor y denunciando con pancartas el euroguantánamo. Tambores, pitos y percusiones varias; espontáneos de todas las razas bailaban la danza de los desahuciados, el ballet que nace de la rabia.

También me da vergüenza decirle a Haydée, mi asistenta ecuatoriana, que elija lo que quiera de esas tres bolsas. Me haría un gran favor si se las llevara enteras, pero supongo que me dirá con su dulce acento que me las meta por donde me quepan.

viernes, 13 de junio de 2008

PALABRAS, SILENCIOS

"...Hablar, mucho más que pensar, es lo que tiene todo el mundo a su alcance; y es lo que comparten y han compartido siempre los malvados con los buenos, las víctimas con los verdugos, los crueles con los compasivos, los sinceros con los mentirosos, los pocos listos con los muchos tontos, los esclavos con los amos y los dioses con los hombres ...Hasta tal punto es lo único que nos iguala que llevamos siglos creándonos todos diferencias leves, de pronunciación, de dicción, de entonación, de vocabulario, fonéticas o semánticas, para sentirnos cada grupo en posesión de un habla que los demás desconozcan, de una contraseña para iniciados..." Estas palabras son de Javier Marías, puestas en boca de uno de sus personajes. El mismo personaje, dos páginas más adelante, termina una larga disertación sobre la facultad de los seres humanos para comunicarse, con esta sentencia: "...el hablar, la lengua, es lo que comparten todos, hasta las víctimas con sus verdugos, los amos con sus esclavos y los hombres con sus dioses...Los únicos que no lo comparten son los vivos con los muertos"

Sin embargo ese maravilloso instrumento no sirve para nada si no se cuenta con una mínima colaboración. Y colaborar es, simplemente, escuchar con la mente limpia de ideas preconcebidas. Si de antemano "sabemos" lo que va a decir el otro, no le escucharemos y acabaremos creyendo que ha dicho lo que no ha dicho; retorceremos sus palabras hasta conseguir que encajen en el molde que tenemos preparado y entonces soltaremos nuestro cuarto a espadas, que lo más seguro es que no tenga nada que ver con con lo que nos estaban diciendo. Y lo que hubiera podido ser un diálogo enriquecedor para ambos, se convierte en un diálogo para besugos cuando no en una áspera discusión.

Parece una tontería pero es difícil, tanto para el que habla como para el que escucha, despojarse de subjetividades, de los particulares apriorismos de cada uno, de nuestros íntimos complejos y dejar las palabras en su pura desnudez.

A mí a veces me da miedo hablar; me resulta demoledor cuando alguien me recuerda -tú has dicho que...- y, sí, seguramente dije lo que dije, pero compruebo que se comió las hojas de mis palabras y el rábano se perdió quién sabe dónde. Puede que yo no me explicara bien o puede que a mi interlocutor no le gustaran los rábanos; el resultado es una sensación de soledad en compañía poco reconfortante.

Sin embargo, hay pocas experiencias más placenteras que una conversación en buena sintonía, que no quiere decir absoluta coincidencia sino un plácido intercambio de inquietudes, de emociones, de opiniones, de fluidos verbales, de gestos, de silencios; también de silencios.

martes, 10 de junio de 2008

LA HUELGA

Hoy toca un tema mucho más aburrido que los entierros siderales y que los museos de los amores rotos y mucho más serio también. Lo siento, pero es lo que hay. Yo, afortunadamente, no soy ministra de fomento -le tocan todos los marrones a la pobre- ni presidenta del gobierno y no me quisiera ver en el pellejo de ninguno de los dos. Y seguramente por mi filiación política habrá quien considere que no soy objetiva y me lloverán las críticas. Pues bueno, gajes del oficio de bloguera, qué le vamos a hacer, pero me siento en el penoso deber de decir tres o cuatro cosas. Y lo primero es aclarar que esta es una huelga muy original, que está promovida por las grandes empresas del transporte, en lugar de por los trabajadores como toda la vida de dios han sido las huelgas. Es decir, que una poderosa minoría está impidiendo trabajar a una mayoría de currantes autónomos que, mal que bien, se ganan la vida con su camión.

Ignoro la capacidad de maniobra que tiene el gobierno para la negociación, pero me da que no es Zapatero el que ha subido el petróleo a ciento treinta dólares el barril, y eso de momento, que los pronósticos que se oyen por ahí son aterradores.

En la anterior legislatura se creó el llamado gasóleo profesional, algo que el sector llevaba reivindicando largo tiempo. Entró en vigor en enero de 2007 y supone la devolución a los transportistas de veintidós millones de euros, más el céntimo sanitario en las Comunidades Autónomas que lo decidan. Además se aplicó una bonificación del 50% en el Impuesto de Actividades Económicas para el transporte por carretera en los años 2006 y 2007.

Hasta 2006 los impuestos por gasóleo que se aplicaban en España estaban por debajo del mínimo obligado por la Unión Europea, a la que pertenecemos no sé si para bien o para mal, pero ahí estamos. Eran de 293,8 euros por cada mil litros y lo exigido por Europa ascendía a 302 euros por cada mil litros, por lo que en enero de 2007 hubo que adaptarse a la normativa europea. Pues el gobierno español no aplicó esa subida a los transportistas para ayudar al sector, que continuaron y aún continúan con el impuesto antiguo.

Y bueno, que la cosa está jodida es evidente. Pero para todo el mundo y no creo yo que la solución esté en pedir la luna ni en romper las lunas de los que quieren trabajar. Ni en someter al país a una presión absolutamente insolidaria con el común de los mortales. Ni creo, por supuesto, que el Gobierno pueda ni deba ceder a unas exigencias insostenibles.

Y en fin, hoy ha muerto un piquetero -asalariado- arrollado por una furgoneta cuyo conductor salió despepitado huyendo de los piquetes informativos y se lo llevó por delante. Sólo quiero decir que descanse en paz y que ojalá no haya ninguna muerte más. Pero esto no pinta bien.

domingo, 8 de junio de 2008

EL COHETE

Parece que este año, de momento, no nos vamos a quitar el sayo. Junio ha entrado indeciso y vacilante, sin ninguna convicción. Ha amagado un par de días, pero nada; vuelven los nubarrones, la lluvia, el viento y el desasosiego. Y para desasosiego el que nos producen los telediarios, que yo no sé cómo va a salir ZP de este marronazo. Menos mal que hoy nos ha dado una alegría Rafa Nadal que, literalmente, ha machacado al gran Federer sin despeinarse, bueno, despeinado está siempre, de su natural; 6-1, 6-3, 6-0, ni él se lo creía. Cuatro Roland Garros consecutivos, tres de ellos contra el número uno del mundo. Me he emocionado viéndole mirar al frente con su cuerpazo y su cara de niño indio, escuchando el himno nacional. Federer, un señor, como siempre gane o pierda, aunque yo creo que está de Rafa un poquito hasta las pelotas -de tenis, of course-. Y a su novia, la pobre, se le saltaban las lágrimas en la grada. Por cierto, que vale más él que ella, tiene un poco de cara de pan.

Pero no todo es deporte y huelgas; esto de la crisis parece ser que aguza el ingenio y la gente se exprime la sesera. Una empresa americana llamada
Celestic. Inc. ha sacado al mercado lo que podríamos llamar el entierro sideral; la cosa consiste en enviar a la luna el uno por ciento de los restos del finado tras la incineración, al módico precio de 9.500 dólares, una minucia, que ya estoy viendo yo a los herederos jurar en arameo cuando lean en el testamento el último caprichito del abuelo: ahora tenemos que apartar un kilito para pagar el cohete, con lo bien que nos venía para amortizar el crédito del coche. La empresa también ofrece un pack para parejas que quieran pasar una eterna luna de miel en el Mar de la Tranquilidad, en lugar de en Cancún como todo el mundo; lo malo es que tiene que ser póstuma y ya no sé si merece la pena, mira, cariño, qué te parece que nos gastemos los veintinueve mil y pico dólares en irnos a Punta Cana ahora que estamos vivitos y coleando, es un poco hortera pero lo vamos a pasar da buten y nos hacemos fotos y video para enseñarlo a los amigos, yo, lo que tú quieras pero piénsatelo.

Porque es que ni siquiera los mandan enteros y amortajados en un traje de astronauta que, bueno, la cosa podía tener su punto; no, lo que mandan es sólo el uno por ciento de las cenizas, metido en una cápsula como si fuera un nolotil. Yo, la verdad, si me van a convertir en un medicamento prefiero que alguien saque provecho y elaboren con mis cenizas un antiinflamatorio eficaz que alivie los reúmas de algún ser querido; o una viagra que pueda ayudar a algún amigo en caso de necesidad.

Pero yo es que siempre voy a lo práctico.

viernes, 6 de junio de 2008

EL HOMBRE DEL ACORDEÓN

Había llovido un poco y la plaza relucía con las últimas luces de la tarde y las primeras de las farolas, recién encendidas. Yo nunca acierto con la esquina del Arco de Cuchilleros, y nunca sé si el de la estatua es Felipe III o Felipe IV; es un Felipe, eso seguro. Tampoco me fijo por cuál de las nueve puertas entro y si le pillo de frente o de espaldas, del perfil derecho o del izquierdo y luego es un problema dar con el coche. Porque a la vuelta una lleva encima unos cuantos vinitos, unos cuantos sueños, algún encontronazo con la puta realidad y el cuerpo muy cañí.

Pero lo encontramos; el Arco, digo. Bajamos las escaleras de las Cuevas de Luis Candelas y, aunque hacía fresquito, las terrazas estaban llenas de guiris, como siempre. En una de ellas había un cartel que rezaba "mejillones como en Bélgica". Digo yo que para comer mejillones como en Bélgica que se queden en Bélgica, que aquí toda la vida se han comido como en la Ría de Arosa. Los mesones nos devolvieron al tiempo de los mesones; cuando entonces, cuando todos éramos jóvenes y la vida era un canto con guitarra.

Desde uno de ellos llegaba la música del acordeón y allí nos tomamos el primer vino. Unos cuantos cincuentones -quizá sesentones- del país cantaban bastante mal las canciones de siempre; eso sí, con mucha voluntad y a voz en cuello. Y una mujer menuda y talludita -que resultó ser chilena- se contoneaba entre ellos, moviendo el culo y haciendo revoleras con un mantón imaginario, mientras el marido o lo que fuera, que no acababa de entrar en aquella juerga, intentaba esbozabar una sonrisa pero no pasaba de mueca. Yo pensé que si las parejas no se ríen juntas, mal vamos; acabarán llevando el mantón imaginario al museo itinerante ese. Había carteles de toros antiguos, que anunciaban a Rafael "El Gallo", Belmonte, Ignacio Sánchez Mejías, gente así -uno era de 1913- y en la tele sacaban a José Tomás por la Puerta Grande de Las Ventas.

En El Mesón del Champiñón siguen dando el mejor champi de Madrid, hay que cogerlos con dos palillos para que no se caiga el juguillo de dentro que está delicioso y deja en la boca un sabor alegre. Esto no viene a cuento, pero los móviles son unos cacharros que no deberían existir; algunas veces uno tiene derecho a creerse que es feliz.

Siempre está la tuna por los mesones aunque parece que hace mucho tiempo que salieron de la universidad, a lo mejor son los mismos de cuando entonces; pero ahí siguen, enredándose en el viento las cintas de sus capas, un poco raídas. No teníamos tabaco y en ningún bar había máquina; al fin encontramos uno absolutamente vacío, con un camarero adormilado detrás de la barra, que sí tenía. La calle estaba llena de gente, los bares atestados y aquel pobre hombre no vendía un puto vino, sólo estaba allí para que pudieran fumar los despistados. Me dió pena, la verdad. Pero enseguida se me olvidó porque después de entrar en Las Mazmorras y asomarnos al Mesón de la Guitarra, volvimos al bar del acordeón, ya con el cuerpo de pasodoble.

El hombre del acordeón nos preguntó que de donde éramos y le dijimos que de Madriz. Yo no sabía muy bien si tenía que estar triste o alege -las cosas nunca son blancas ni negras- pero canté Madrí, Madrí, Madrí, pedazo de la España en qué nací; me apoyé los nardos en la cadera y los vendí todos. Lleve usted nardos caballero si es que quiere a una mujer...Y le puse en la solapa lo que quise.

Pero ya sabe que luego, si alguien se los pide, nunca se le olvide que yo se los dí.

No soy la emperatriz de Lavapiés pero a veces lo intento.

miércoles, 4 de junio de 2008

EL MUSEO

Pululando por internet se puede uno tropezar con las cosas más inverosímiles. Ayer, sin ir más lejos, fuí a parar a un museo insólito, el Museo de las Relaciones Rotas, así como suena. Se trata de una exposición itinerante donde los visitantes, además de admirar los tesoros que alberga, tienen la posibilidad de donar cualquier objeto, recuerdo o testimonio de un amor fallido.

Como si fueran exvotos dedicados a algún santo milagrero, se pueden contemplar amarillentos vestidos de novia, ositos de peluche, teléfonos móviles, fotos, cartas de amor, bragas o piernas ortopédicas, en una variopinta exhibición de lo más kitsch.

Becquer sabía que los suspiros son aire y van al aire y que las lágrimas son agua y van al mar; mira por donde ya tiene respuesta su pregunta: dime mujer, cuando el amor se muere ¿sabes tú a donde va? Pues, sí, va a correr mundo a bordo de un museo itinerante; ha estado en todos los paises de la Europa del este, en Berlín, Singapur o Estocolmo, se ve que en todas partes cuecen habas.

Las vitrinas de ese museo deben estar repletas de cosas intangibles: malos gestos, faltas de atención, pequeños desprecios y grandes silencios; decepciones, orgullos heridos. En sus anaqueles se amontonarán las mentiras piadosas y las otras, los desdenes, los aburrimientos. Muchas noches perdidas, sin abrazos y muchos días sin diálogo.

Habrá galerías con cuadros vacíos, con la imagen de la soledad por duplicado y estatuas de hielo, mudas e incomunicadas. Se podrán admirar agonías prolongadas, fracasos ocultos en la intimidad, desamores eternos y pasiones alegres y fugaces .

En los museos se aprende mucho, pero algo me dice que en éste no. Esta obscena exhibición del desamor de muchos sólo es un consuelo de tontos.


domingo, 1 de junio de 2008

A QUIEN CORRESPONDA...

Durante muchos siglos
la costumbre fue esta:
aleccionar al hombre con historias
a cargo de animales de voz docta,
de solemne ademán o astutas tretas,
tercos en la maldad y en la codicia
o necios como al ser al que glosaban.

La humanidad les debe
parte de su virtud y su sapiencia
a asnos y leones, ratas, cuervos,
zorros, osos, cigarras y otros bichos
que sirvieron de ejemplo y moraleja,
de estímulo también y de escarmiento
en las ajenas testas animales
al imaginativo y sutil griego,
al severo romano, al refinado
europeo,
al hombre occidental, sin ir más lejos.

Hoy quiero -y perdonad la petulancia-
compensar tantos bienes recibidos
del gremio irracional
describiendo algún hecho sintomático,
algún matiz de la conducta humana
que acaso pueda ser educativo
para las aves y para los peces,
para los celentéreos y mamíferos,
dirigido lo mismo a las amebas
mas simples
como a cualquier especie vertebrada.

Ya nuestra sociedad está madura,
ya el hombre dejó atrás la adolescencia
y en su vejez occidental bien puede
servir de ejemplo al perro
para que el perro sea
más perro,
y el zorro más traidor,
y el león más feroz y sanguinario,
y el asno como dicen que es el asno,
y el buey más inhibido y menos toro.

A toda bestia que pretenda
perfeccionarse como tal
ya sea
con fines belicistas o pacíficos,
con miras financieras o teológicas,
o por amor al arte simplemente
no cesaré de darle este consejo:
que observe al homo sapiens
y que aprenda.

Angel González