miércoles, 18 de junio de 2008

VERGÜENZA

Entre la temperatura climatológica y la laboral, este mes de Junio frío, lluvioso y agitado por las huelgas, más que a las puertas del verano parece que estamos en un otoño "caliente", si no fuera por las copas de los árboles que lucen una frondosidad selvática, de un verde húmedo y exuberante. Cuando por la mañana estoy parada en el cotidiano atasco del Paseo de las Delicias, no se ven las casas y por encima de la calzada discurre otra calle -azul, gris o jaspeada de nubes, según los días- perfectamente paralela y flanqueada de espesura. La verdad es que Madrid todavía tiene motivos para estar orgullosa de sus árboles, a pesar de Gallardón.

Pero por fin los pronósticos son más esperanzadores y parece que mañana o pasado viene el verano, así que me he puesto a preparar el armario para el calor. Vergüenza me da confesar públicamente que, ordenando la ropa, he desechado tres bolsas de las grandes de basura llenas de pingos que ya no quiero, que están ocupándome sitio y hace por lo menos tres inviernos que no me pongo. Al verlas he pensado que me quejo de puro vicio, que tengo mucho más de lo que necesito y de lo que podré necesitar aunque viva cien años, a no ser que de repente me calce veinte kilos -lagarto, lagarto- o se me presente a la vejez una anorexia galopante. Y me ha entrado un ataque de mala conciencia. En esto me ha llamado mi amiga Ángeles.

Mi amiga Ángeles es la persona más concienciada que conozco; no digo que no existan pero yo no las conozco, al menos personalmente y con datos. Es una mujer a la que, literalmente, saca de quicio la injusticia y dedica todo su tiempo libre a luchar contra ella de forma activa, no de boquilla. Es médica y canaliza una generosidad de la que encima no es consciente, a través de Médicos del Mundo, ocupándose personalmente de los desheredados de la sociedad, que son muchos y variopintos; de los sin papeles, de las prostitutas a las que da cursos de formación, en fin, de todas esas personas perdidas por los caminos de la miseria. Ella no se casa con nadie políticamente y le canta las cuarenta al más pintado, empezando por los gerifaltes de su organización que, como todas, está aquejada de burocracia aguda y de inflamaciones políticas y económicas crónicas.

Ni que decir tiene que mi amiga Angeles está que echa las muelas con la puta directiva europea de la inmigración a la que dió el visto bueno el Consejo de Ministros de Justicia e Interior de la UE el pasado día 5 y que, si algún dios no lo remedia, aprobará mañana el Parlamento Europeo. Me da vergüenza y me duele especialmente que el gobierno socialista de España, mi gobierno, esté pringado en semejante contubernio, una norma que permite retener en "centros de internamiento" -no sé muy bien que quiere decir ese eufemismo, pero para mí que se parece mucho a lo que entendemos por cárcel, a los inmigrantes sin papeles un máximo de ¡¡¡dieciocho meses!!! y su posterior expulsión. Ha habido discrepancias entre los veintisiete para pactar el borrador; el punto de fricción era si se les reconocía o no derecho a asistencia letrada gratuita a los que osaran presentar recurso ante su expulsión; algunos paises como Alemania se oponían porque salía muy caro; al final, en un alarde de generosidad, se ha aprobado reconociendo a los sin papeles ese mínimo derecho, por supuesto, sin unanimidad.

Me da vergüenza y pena la deriva que está tomando la civilizada Europa, el paraiso de los derechos humanos.

Esta noche había una concentración en la Castellana, delante de la delegación del Consejo y el Parlamento europeos, contra la puta directiva; me he ido allí con Ángeles. No habría más de cien o ciento cincuenta personas, pero me han subido la moral; casi todos eran jóvenes y eso me ha hecho creer que otro mundo es posible. Era un derroche de energía positiva tocando el tambor y denunciando con pancartas el euroguantánamo. Tambores, pitos y percusiones varias; espontáneos de todas las razas bailaban la danza de los desahuciados, el ballet que nace de la rabia.

También me da vergüenza decirle a Haydée, mi asistenta ecuatoriana, que elija lo que quiera de esas tres bolsas. Me haría un gran favor si se las llevara enteras, pero supongo que me dirá con su dulce acento que me las meta por donde me quepan.