martes, 31 de julio de 2007

LA LUNA EN MEDINACELI

Este post no estaba previsto, pero las cosas a veces no se pueden prever, simplemente suceden. Sin ir más lejos, ayer a estas horas nada me hacía pensar que hoy estaría otra vez en Madrid, en mi casa escribiendo un post. Porque ayer, a estas horas, y antes y más tarde estaba en un mundo mágico, con todas las emociones prohibidas a flor de piel. Lo siento, una no es de piedra y ayer la luna tenía un color que no ha conseguido nunca ningún pintor; el cielo, las llanuras y los montes se difuminaron para dejarle todo el protagonismo; los grillos se callaron y las estrellas se apagaron. Nos quedamos solas la luna y yo y hablamos de otras noches de hace algún tiempo, cuando todavía nos permitíamos hacer tonterías, cuando todavía nos permitíamos soñar.

Era de noche y Medinaceli estaba desierta. Nuestras voces resonaban contra las piedras; hablábamos poco y de nimiedades, creo que cada uno de los tres estaba solo con la luna; no sé qué pensaban ellos, pero yo no pensaba: sólo sentía que se me iban cayendo al suelo los años y que era la misma de entonces, cuando todavía no tenía miedo y no me importaba perder. Cuando una noche como esa era más importante que el futuro; cuando no existía el futuro ni el pasado y el presente era una sola noche. Cuando una noche como esa compensaba de toda una vida.

No me dí cuenta de que corría un viento helador. Cuando nos fuimos estaba tiritando.

martes, 24 de julio de 2007

HASTA PRONTO

Otro año. El año acaba ahora, en verano, y empieza a la vuelta de las vacaciones, cuando tenemos por delante un montón de meses vacíos, un poco amenazantes. El verano es un tiempo sin fechas ni horarios. Sin obligaciones, al menos no formales. Son más del corazón que del cerebro, más emocionales que racionales y por eso más gratas.

El año ha sido largo e intenso; cansado. He tenido tres nietos, con lo que suman cinco; se dice muy pronto, pero son tres personas más a las que querer y por las que preocuparse. Y eso es trabajoso. He leído algunos libros, menos de los que quisiera y algo habré aprendido. He conocido -en este blog y fuera de él- gente maja e interesante y otra no tanto, también en este blog y también fuera. En cualquier caso, me han aportado cosas y han colaborado a esta continua evolución/evaluación que es mi vida. Me he hecho un poco más vieja y todavía un poco más escéptica. Y me da miedo perder la capacidad de emocionarme y la curiosidad. Me da mucho miedo estar de vuelta porque creo que ese es el momento en que se empieza a morir. He visto cómo crecen mis nietos y también cómo disminuye mi madre. Me duele. Ha muerto algún amigo; he sufrido con algunos dolores que no me pertenecen. Eso no es cosa tuya, me dicen. Pero no sé muy bien donde está la línea que separa lo mío de lo ajeno porque esa línea la traza el corazón y ahí mando muy poco. En fin, un año más.

Mañana es el santo de mis Jaimes y pasado de mis Anas y me voy de vacaciones. Hasta el dieciséis de agosto en una primera etapa. Sigüenza, mis amigos de siempre, mi familia, muchos niños a mi alrededor. Sin emociones fuertes ni sorpesas, espero. Me apetece este remanso doméstico, ya habrá tiempo de otro plan más pintoresco. Me apetece pero no estoy bien, tengo una sensación difusa como de cierta angustia y no tengo claro el motivo. Supongo que son varios juntos y mezclados en la debida proporción, pero me desconcierta no poner nombre a las cosas, no identificar mis emociones. En fin, no será nada.

Veinte días sin internet, sin blog, sin correo. El mundo de verdad.

Nos vemos a la vuelta. Sed felices.

jueves, 19 de julio de 2007

CORAZONES PARTÍOS

Quién sabe en qué momento comenzó a morir todo, cuando te empezaste a ir y yo no me dí cuenta. Los días eran iguales, tan cortos y tan largos como antes y yo no percibí el rictus de tu boca ni que tu risa brotaba de algún lugar extraño, donde yo no existía. No escuché tus silencios, no ví el lugar abstracto en el que desaparecía tu mirada.

No puedo recordar cuando dejamos de cocinar juntos, con la receta junto a la cazuela; todas las recetas llevaban chalotas -¿qué son las chalotas? preguntabas muerta de risa.

No sé por qué dejaste de decirme en voz alta algún párrafo del libro que leías. Me mirabas muy seria -escucha lo que dice- como si en aquellas páginas estuvieras descifrando todos los jeroglíficos que esconde la vida. Y yo te escuchaba y rebatía al autor, sólo por oírte, sólo por dejarme convencer y ver cómo abrías unos ojos muy grandes para explicármelo.

No me enteré de que ya no eras feliz porque todo era igual. A veces te dormías en el sofá, mientras yo hacía zapping. -¡qué manía con el puto mando!, creo que dijiste. Entonces no lo advertí, pero en el recuerdo me resuena tu voz un poco rota, tenía un leve quiebro parecido al hastío. No sé cuando empezamos a aburrirnos, y es que me gustaba aburrirme contigo.

No ví que ya eras otra. Que el cuerpo que yo amaba tenía dentro a alguien que yo no conocía. Que tus ojos tenían una luz ambigua e indecisa y algunas noches no querías cenar. No entendí tu malhumor ni tu tristeza. No sé cuando te fuiste.

No, a nosotros no. A nosotros no nos puede ocurrir. Esas cosas ocurren cuando la gente no se quiere, pero nosotros nos queremos...nos queremos. Siempre nos hemos querido.

Ahora ya no entiendo ese cuadro tan raro que compramos para el salón. Ni por qué nos gustaron sus colores.

sábado, 14 de julio de 2007

LOS PERDEDORES

He puesto esta foto, que parece que no tiene nada que ver con el título, porque ayer en un instante percibí sobre mí todo un repertorio de miradas de lo más variopinto. Miradas solidarias, miradas cómplices, miradas despectivas, miradas rabiosas, miradas incrédulas, miradas iracundas, miradas tristes, miradas triunfantes... miradas. ¡Qué cantidad de cosas se pueden decir sólo con los ojos! He leído en alguna parte que el que no entiende una mirada, tampoco puede entender una larga explicación.

Fue durante y después de mi bautismo de fuego, digamos político, mi primera intervención pública en una asamblea de mi agrupación. Como todo el mundo sabe el Partido Socialista de Madrid, después de la catástrofe del 27 de mayo, va a celebrar dentro de unos días un congreso extraordinario para elegir un nuevo secretario general que sea capaz de conseguir que el ave renazca de sus propias cenizas y las agrupaciones deben designan a las personas que las representen en el congreso, en un número proporcional al de sus afiliados. A la nuestra, que es pequeña, le corresponden sólo siete. El sistema consiste en que la Secretaria General, máxima autoridad a nivel de agrupación, presenta al comité una lista y el comité, aunque no la ha conocido previamente, la aprueba sin rechistar y, más tarde, se propone a la Asamblea para que los afiliados del distrito jueguen un poco a la democracia y la voten, sí o sí, ya que no hay otra alternativa. Naturalmente pueden no votar o votar en contra, pero el resultado es el mismo: las personas propuestas por la Secretaria General son las que van al congreso.

Pero hete aquí que esta vez a dos de los consultados para entrar en la lista - militantes de hace muchos años y amigos míos, pese a ser compañeros- les atacó una curiosidad malsana por conocer los nombres que les acompañarían en caso de aceptar; su curiosidad no fue satisfecha y, en vista de lo cual, no dieron el dulce sí. Así y todo, cuando el martes fuimos al comité sus nombres estaban en la lista acompañando a los tres cargos más altos de la agrupación que, por lo visto, son incuestionables y llevan la delegación al congreso adosada al cargo. Obviamente, las dos plazas restantes las ocupaban dos expertos en el manejo del incensario. En ese momento, mis amigos se cayeron de la puta lista al no aceptar su designación por tan democrático sistema. Yo propuse consensuar otra y sugerí varios nombres que no fueron aceptados, vaya usted a saber por qué. Cerramos el comité cerca de las once de la noche sin aprobar la lista de delegados al congreso. El resultado de este absurdo proceso ha sido, mira por donde, que los afiliados por fin han podido elegir entre dos listas -un lujazo democrático- porque los disidentes cometimos la deslealtad de desafiar a la línea oficial presentando una lista alternativa. No sé cómo me las arreglo para estar siempre con los malos, que acaban perdiendo como debe ser. Presentamos una lista -paritaria- en la que no había altos cargos; estábamos tres miembros del comité local y cuatro militantes de base, seis con los dos suplentes. Y se da una situación tan kafkiana como que las dos listas apoyamos al mismo candidato a Secretario General del P.S.M., Tomás Gómez, un hombre que transmite buen rollo, tiene muchas ideas para cambiar las viejas estructuras, ha sido por dos veces el alcalde más votado de España con el setenta y cinco por ciento de los votos emitidos y además está bueno. Lo que habría que saber son los motivos por los que le apoyamos cada uno, pero eso queda para la imaginación.

Por alguna misteriosa razón -los teléfonos echaban humo durante esos días- el miércoles por la tarde, veinticuatro horas antes de que se cerrara el plazo para presentar la lista, nuestra tercera candidata se rajó. Íbamos al acto de presentación de Tomás cuando nos avisó, con lo que nos dejaba sin tiempo para buscar sustituta. Pero a las once de la noche habíamos conseguido que firmara con nosotros otra militante, a la que sacamos de la cama. Había que volver a imprimir la lista y firmarla todos, pero no teníamos impresora; llegamos a un cibercafé con la lista en la memoria extraíble cuando estaba a punto de cerrar, imprimimos dos copias y firmamos. Al día siguiente, jueves, nos presentamos en la Agrupación con la lista, dos horas antes de que se cerrara el plazo.

El viernes en la asamblea se cortaba el aire con cuchillo; nada más constituirse la mesa hicieron constar en acta que tenían dudas acerca de una de nuestras firmas, precisamente la que conseguimos a última hora; en cambio el presidente de la mesa no consintió que también constara en acta que la firmante sospechosa estaba allí con su D.N.I. y dispuesta a firmar cuantas veces hiciera falta.

Me tocó defender la lista de los malos -¡qué sino el mío!- con el argumento básico de que la lista y el procedimiento para designarla, deben ser democráticos y simbolizar el espíritu de cambio y de regeneración del partido que propugnamos. Fue una fiesta democrática en la que los defensores de la lista "oficial" estuvieron muy imaginativos en sus discursos: unos nos llamaron traidores, otros desleales, otros desagradecidos y todos nos acusaron de mentirosos, de pretender "pillar cacho" y de romper la agrupación. Naturalmente, perdimos la votación porque los esquemas conservadores se reproducen hasta entre los rojos. Sacamos un treinta y uno por ciento de los votos, lo que mete en la lista a nuestros dos primeros candidatos. Yo, al caerse la "rajada", iba la tercera, así que me enteraré del resultado del congreso leyendo la prensa con una cerveza y un pitillo en el chiringuito de la piscina de Sigüenza, qué pena más grande.

Perdimos la votación pero me fui contenta porque creo que algo ha empezado a moverse por el subsuelo del P.S.M. y porque la lista que salió elegida, lo fue con los votos de los afiliados. Y me parece importante ese pequeño detalle.

De todas esas miradas me quedo con las dos del centro. Seguro que ya habéis adivinado de quienes son. Yo sólo les puedo poner un adjetivo: limpias.

domingo, 8 de julio de 2007

CONTRASTES

Almudena decidió nacer diez o doce días antes de lo esperado y desde entonces estoy que voy, que vengo. Su llegada ha coincidido con la enfermedad de mi madre, una paradójica ironía, así que no he podido recibirla con toda la alegría que se merece. Parecía que por fin esta vez había llegado el verano; las noches eran cálidas, seductoras, invitaban a salir y a prolongarlas; las mañanas fresquitas acariciaban la piel de amanecida. Hablo en pasado porque hoy otra vez me he quedado tiesa de frío al salir a la calle; esto no es verano ni es ná. Las horas centrales se hacen interminables, pesadas y los que todavía tenemos que trabajar estamos con la cabeza en otra parte, contando los días que nos quedan para las vacaciones, como los presos cuentan su condena.

Desde el mediodía del jueves, cuando Almudena llevaba apenas doce horas en este perro mundo, hasta ayer sábado, he hecho el viaje a Sigüenza dos veces, ida y vuelta. El jueves llevé a Ana con Jaime y Carmen, que a sus tres meses ya han dejado de ser los pequeños de la familia; y fue un penoso contraste ver a mi madre sacar fuerzas de flaqueza para mirarles echar sonrisas y hacer ajos, mientras estaba partida de dolor. Me repartí entre dar biberones a mis nietos y ayudar a moverse a mi madre, entre hacerles cucamonas para arrancarles una risa y tratar de aliviar el malestar de su bisabuela; ver cómo la vida gana terreno por un extremo y cómo lo pierde por el otro; yo me muevo entre esos dos extremos, son los que me marcan la agenda. Volví a Madrid y Almudena se aplicaba concienzudamente a sacar del pecho de su madre lo que todavía no tenía. Trabajé -es un decir- el viernes por la mañana y al mediodía visita relámpago a mi nueva nieta y otra vez a Sigüenza para volverme a repartir entre los gemelos y mi madre, entre la vida que empieza y la que aún lucha por no terminar. Estoy cansada, ayer volví reventada física y anímicamente. Es todo demasiado intenso, demasiado contradictorio y, además, las nuevas emociones no anulan las anteriores. Todavía me duele el disgusto de hace tres semanas, tengo un desgarrón que no puedo coser y todo esto me está sobrepasando.

En la Alameda había un olor empalagoso a las flores de "pan y quesillo" de los árboles, apetecía pasear y tomar una caña en algún quiosco, pero eran las jornadas medievales, un invento turístico de hace unos años, que odio. La gente se viste de damas, caballeros, monjes o aldeanos y se echa a la calle. Familias enteras disfrazadas con unas extrañas túnicas por las que asoman unos zapatos absurdos. Hay justas y torneos, caballos y gallardetes, puestos de cualquier cosa, desde quesos a pendientes y mucho cutrerío. No quiero ni pensar en la horterada histórica que va a resultar de la mezcla del medievo de guardarropía y el Miami Beach del "Segontia Golf". Me daban ganas de no volver más a este jodío pueblo que tanto amo, pero es que daba el sol en la muralla y estaba demasiado bonita detrás de las retamas.

viernes, 6 de julio de 2007

ALMUDENA

Comunico a mis hipotéticos y silenciosos lectores que hace 24 horas justas que ha nacido Almudena, mi quinta y, de momento, última nieta. Por lo visto escuhó a ZP en el debate del Estado de la Nación y viene por lo suyo.

lunes, 2 de julio de 2007

60


Este año el verano es muy raro; por las mañanas sopla un vientecillo helador que no viene a cuento a estas alturas del calendario, durante el día hace calor para que nos confiemos pero luego, con nocturnidad y alevosía, nos ataca un frío traicionero. El sábado 30 fue uno de esos dos días cálidos que traía escondida una noche fresca de luna llena, y celebramos por todo lo alto el cumpleaños de Arturo (Cock para los blogueros).

El cambio de decena impresiona, es como si uno cumpliera de repente los diez años anteriores o los diez siguientes, no sé. Cuando se cumplen veinte se clausura definitivamente la zona oscura de la adolescencia y uno empieza a sentirse persona mayor, aunque las facultades físicas no suelen ir de acuerdo con las mentales y se cometen muchas y maravillosas locuras. La treintena es otra cosa, se adquieren responsabilidades y nos empezamos a enterar de lo que vale un peine; cobra todo su sentido lo de que la vida iba en serio. A los cuarenta se produce una pequeña rebelión íntima; son los coletazos finales de la juventud y ataca una especie de vértigo por aprovechar el tiempo y sacar petróleo al presente y al futuro. Por quemar los últimos cartuchos y subirse a los últimos tranvías de la ilusión. Es el momento de las crisis y las preguntas, del qué hace alguien como yo en un sitio como éste y, con mucha frecuencia, de las decisiones irrevocables y los cambios de vida. Cumplir cincuenta tiene un cierto carácter de vuelta de página, de hasta aquí hemos llegado y esto es lo que hay; uno sin querer se viste de escepticismo y de distancia y se van domesticando las emociones, aunque de cuando en cuando aparezca algún leve destello que enseguida apagamos. En lo personal nos hacemos más conservadores y el viejo ruego de virgencita, virgencita, que me quede como estoy es casi la única oración con que imploramos a quién sabe qué divinidad. En esta década hemos visto morir a demasiados amigos; de repente nos encontramos colocados en primera línea de batalla con la muerte y empezamos a mirarnos la tensión y los colesteroles. Muchos de nosotros ya hemos perdido al padre o a la madre, cuando no a ambos, y los que nos quedan están muy mayores y vemos con dolor su imparable deterioro físico y/o mental. Siguiendo el ciclo vital, no hemos terminado de ocuparnos de nuestros hijos -creo que esto no se termina nunca- y ya nos estamos ocupando de nuestros padres.

Arturo ha cumplido una década que no son los veinte ni los treinta ni los cuarenta ni tampoco los cincuenta. Ha entrado en los sesenta y un montón de amigos hemos estado con él, celebrando su reconciliación con la vida después de una larga travesía por el desierto. Todos le estábamos esperando aquí,
donde no quedan mercaderes que venden soledades de ginebra.

Todos íbamos con las maletas a cuestas, el equipaje que hemos ido acumulando desde que compartimos la infancia. Mis excusas -y me atrevo a decir que también las de Arturo- a los pocos invitados ajenos a Sigüenza que no convivieron con nosotros cuando entonces, porque nos ponemos muy pesados con nuestros recuerdos. Nos reunimos en un paraíso que una de nosotras ha conquistado con mucho esfuerzo, a suficiente distancia de Madrid para aparcar el stress y no tan lejos como para que dé pereza. Había parejas indestructibles, otras destruidas, otras reconstruídas con materiales nuevos, otras recicladas y alguna que sólo ha podido destruir la muerte. Había medias naranjas solas y otras que con el tiempo han comprendido que son naranjas enteras, pero perfectamente mezclables con otra naranja entera. Cada uno ha encontrado el acomodo más confortable en esta sociedad diversa. Había "rojos", "fachas" y mediopensionistas pero, salvo algún mínimo amago, conseguimos disfrutar lo que nos une y obviar lo que nos separa.

Los hijos de Arturo pusieron el toque de juventud necesario para no morir de nostalgia. Le regalamos aparatos electrónicos muy raros que ellos se habían encargado de comprar y que no sé lo que son: PDA con GPS o algo así y un disco duro externo. El estaba abrumado y, aunque lo disimuló, se emocionó; pero -genio y figura- exclamó jubiloso que estaba encantado de tener algo duro a los sesenta años. Siempre en su línea.

Sopló las velas, como es de rigor; unas velas que le había regalado la que, a partir de ahora y según sus palabras va a ser su pastelera de cabecera porque, cuando fue a comprar la tarta, le dijo que no representaba sesenta años, que nunca le hubiera calculado más de cincuenta y nueve y medio.

La luna no faltó a la cita, con su mejor traje de fiesta. Brillaba esplendorosa sobre el jardín, surcada de jirones rosas y enmarcada por los árboles. Creo que al final también ella estaba un poco borracha.