jueves, 19 de julio de 2007

CORAZONES PARTÍOS

Quién sabe en qué momento comenzó a morir todo, cuando te empezaste a ir y yo no me dí cuenta. Los días eran iguales, tan cortos y tan largos como antes y yo no percibí el rictus de tu boca ni que tu risa brotaba de algún lugar extraño, donde yo no existía. No escuché tus silencios, no ví el lugar abstracto en el que desaparecía tu mirada.

No puedo recordar cuando dejamos de cocinar juntos, con la receta junto a la cazuela; todas las recetas llevaban chalotas -¿qué son las chalotas? preguntabas muerta de risa.

No sé por qué dejaste de decirme en voz alta algún párrafo del libro que leías. Me mirabas muy seria -escucha lo que dice- como si en aquellas páginas estuvieras descifrando todos los jeroglíficos que esconde la vida. Y yo te escuchaba y rebatía al autor, sólo por oírte, sólo por dejarme convencer y ver cómo abrías unos ojos muy grandes para explicármelo.

No me enteré de que ya no eras feliz porque todo era igual. A veces te dormías en el sofá, mientras yo hacía zapping. -¡qué manía con el puto mando!, creo que dijiste. Entonces no lo advertí, pero en el recuerdo me resuena tu voz un poco rota, tenía un leve quiebro parecido al hastío. No sé cuando empezamos a aburrirnos, y es que me gustaba aburrirme contigo.

No ví que ya eras otra. Que el cuerpo que yo amaba tenía dentro a alguien que yo no conocía. Que tus ojos tenían una luz ambigua e indecisa y algunas noches no querías cenar. No entendí tu malhumor ni tu tristeza. No sé cuando te fuiste.

No, a nosotros no. A nosotros no nos puede ocurrir. Esas cosas ocurren cuando la gente no se quiere, pero nosotros nos queremos...nos queremos. Siempre nos hemos querido.

Ahora ya no entiendo ese cuadro tan raro que compramos para el salón. Ni por qué nos gustaron sus colores.