
Aparte de esta tontería, este blog va recuperando poco a poco algunos de los antiguos seguidores a los que nunca agradeceré lo suficiente que se hayan tomado el trabajo de buscarme. La verdad es que era desolador clamar mis neuras en el desierto. Además me he llevado la alegría de que la amiga de un amigo, desconocida para mí, tenía impresos en papel, con fecha incluida, todos los post menos los dos últimos -el que originó la catástrofe y el siguiente- y voy a poder reproducirlos. Desde aquí le doy las gracias. Lo que nunca podré recuperar es lo mejor de todo, vuestra huella grabada en los comentarios.
Esto de los amigos es una gran suerte. Además de proporcionarme los papeles con mis momentos perdidos, hablamos de lo divino y lo humano con un gin-tonic delante y sin darnos cuenta de que pasaba el tiempo. En realidad hablamos más de lo humano -lo divino lo dejamos para el obispo de Huesca- y llegamos a la conclusión de que a esta vida tan rara ya le faltan ideas, que se repite sin parar, a casi todos nos pasan las mismas cosas y uno tiene la sensación de haber visto mil veces la misma película; que el desencanto y la decepción se reiteran machaconamente en casi todos, que los errores y los miedos de los otros son iguales que los nuestros. Y que no paramos de inventarnos problemas, en lugar de disfrutar la fortuna de haber nacido por azar en un mundo privilegiado. Que el amor es un lujazo, pero hay lugares en los que el lujazo es comer. De amor, ni se habla.
Reconstruir el blog me está suponiendo un reencuentro con momentos pasados, algunos muy recientes, pero pasados. Me doy cuenta de lo deprisa que pasa todo y de cómo cambian las emociones en poco tiempo. No somos casi nada o somos mucho, no sé.