Me descoloca este invierno que ha llegado a destiempo. La luz que irrumpe en mi cuarto por la mañana me consuela un poco del madrugón y las tardes, cada día más largas, invitan a callejear y a retrasar la recogida. Pero es que el termómetro marca cuatro grados y hay que subirse el cuello y enfundarse las manos en los guantes. Es un contrasentido, una engañifa un poco perversa. Soy muy sensible a la meteorología, así que estoy hecha un lío. Mi parte irracional -que, dicho sea de paso, es casi toda- no sabe muy bien si toca deprimirse o sentirse eufórica. Y ando por ahí dando tumbos entre una tristeza difusa y un optimismo tal vez excesivo.
Los niños de Ana ya llegan; parece que están muy a gusto en su refugio líquido y calentito, pero es cuestión de días. Estoy deseando verlos y ver a Ana con ellos fuera, pero al mismo tiempo me tiene nerviosa el trance. He puesto en el móvil el sonido más fuerte y más estridente que he podido. Me aterra la idea de que suene y no oírlo. Voy a trabajar en coche por si tengo que salir corriendo, y antes de irme a alguna parte la llamo para ver si todo sigue igual o hay el más mínimo aviso. Todo en mi vida gira en función de ella, aunque aparentemente no haya cambiado nada. Y bueno, sí, me da un poco de miedo.
Las mimosas de la calle de Arturo Soria se han cubierto de esponjas amarillas, sin embargo hace un viento helador.
La vida es una enorme contradicción.
Los niños de Ana ya llegan; parece que están muy a gusto en su refugio líquido y calentito, pero es cuestión de días. Estoy deseando verlos y ver a Ana con ellos fuera, pero al mismo tiempo me tiene nerviosa el trance. He puesto en el móvil el sonido más fuerte y más estridente que he podido. Me aterra la idea de que suene y no oírlo. Voy a trabajar en coche por si tengo que salir corriendo, y antes de irme a alguna parte la llamo para ver si todo sigue igual o hay el más mínimo aviso. Todo en mi vida gira en función de ella, aunque aparentemente no haya cambiado nada. Y bueno, sí, me da un poco de miedo.
Las mimosas de la calle de Arturo Soria se han cubierto de esponjas amarillas, sin embargo hace un viento helador.
La vida es una enorme contradicción.