
Los niños de Ana ya llegan; parece que están muy a gusto en su refugio líquido y calentito, pero es cuestión de días. Estoy deseando verlos y ver a Ana con ellos fuera, pero al mismo tiempo me tiene nerviosa el trance. He puesto en el móvil el sonido más fuerte y más estridente que he podido. Me aterra la idea de que suene y no oírlo. Voy a trabajar en coche por si tengo que salir corriendo, y antes de irme a alguna parte la llamo para ver si todo sigue igual o hay el más mínimo aviso. Todo en mi vida gira en función de ella, aunque aparentemente no haya cambiado nada. Y bueno, sí, me da un poco de miedo.
Las mimosas de la calle de Arturo Soria se han cubierto de esponjas amarillas, sin embargo hace un viento helador.
La vida es una enorme contradicción.