Hoy he visto una película deliciosa, cine en la mejor tradición francesa, de modesto presupuesto pero que habla de seres humanos, de personas de verdad. Una película elegante, que hace pensar, hace reír y cuyos únicos efectos especiales son el buen gusto, la inteligencia y el sentido del humor. Mi mejor amigo, de Patrice Leconte, no os la perdáis. No os la voy a destripar como hice el otro día con la de Medem, porque ésta hay que verla. Sólo deciros que después me he quedado pensando en lo mal que nos relacionamos algunas veces, sobre todo en ambientes como el del trabajo, por ejemplo, donde nos podemos pasar ocho horas al día, siete días a la semana, año tras año con la misma persona sentada en la mesa de al lado sin saber nada de ella, aparte de si está soltera, casada, viuda o divorciada; adivinamos apenas su edad, sabemos más o menos el barrio en el que vive y si tiene o no tiene hijos. Intuimos sus ideas políticas o su planteamiento de vida por datos tan científicos como su manera de vestir, el periódico que lee o sus gustos musicales, según vaya a los conciertos de Sabina o a los de Luis Miguel. Pero no tenemos ni idea -y lo peor es que tampoco nos importa- de sus soledades, de sus angustias, de por qué esta mañana le llegan las ojeras a las rodillas y está de tan mal humor.
Tengo la impresión de que con demasiada frecuencia nos pasamos de discretos y tendemos a confundir la discreción con la indiferencia. Eso tan elegante de yonomequierometerenlavidadenadie, cuando a lo mejor a ese alguien le vendría muy bien que le preguntáramos por qué tiene tan mala cara. O le diéramos la oportunidad de contarlo empezando por hablar nosotros, que a lo mejor tampoco nos viene mal. Al fin y al cabo, todo está inventado y probablemente nos reconozcamos en el otro más de lo que creemos.
Y bueno, con estas filosofías de tres al cuarto me despido hasta dentro de diez días, más o menos. Porque mañana me voy a recluir con esos dos monstruos de ahí abajo hasta el domingo por la tarde y, si salgo con vida, el martes, señores y señoras, me vuelvo a ir de vacaciones, ahora sin familia. A la vuelta os lo cuento.