viernes, 28 de marzo de 2008

SEXO SIN FRONTERAS

Mi amigo Emichu, que es un erudito en la cosa de los griegos y coautor del Diccionario de la Mitología Clásica (Alianza 1997), me contó hace tiempo la historia de Tiresias, un adivino de Tebas que una vez, paseando por el campo, se encontró a dos serpientes dándole al tema y, muerto de envidia -el amor de las serpientes tiene que ser fastuoso, trenzándose y trenzándose en un abrazo sin fin- mató a la hembra e inmediatamente se convirtió en mujer. Al poco tiempo volvió a encontrarse a dos serpientes en pleno acto, que es que las serpientes tebanas no piensan en otra cosa; esta vez Tiresias mató al macho y volvió a ser hombre de nuevo. De manera que este tal Thomas Beatie no es el primero, todo está inventado desde la Grecia clásica y sin operaciones ni hormonas ni nada.

De todas formas, es que la gente no se aclara, a mi que no me digan. Porque vamos a ver cómo es la cosa. Una mujer llamada Tomasa resulta que quiere ser Tomás; entonces se atiborra de hormonas para que le brote una hermosa barba y todo lo que le tenga que brotar, se rebana sus atributos femeninos externos -los internos no, que nunca se sabe- y se compra unos cuantos trajes de Emidio Tucci. Lo siguiente es irse a ligar a Gayarre; allí conoce a Nancy y se enrollan. Hasta aquí todo normal, es algo que ocurre cada noche. Nancy cuando vio la realidad, una vez metida en harina, debió de pensar como Osgood en
"Con faldas y a lo loco" que nadie es perfecto y que lo que importa es el amor. Se quieren tanto que deciden tener un hijo pero Nancy, vaya usted a saber por qué, no se queda embarazada, que es que la naturaleza es caprichosa, y Tomás se acuerda de que tiene ahí dentro un útero y, mira por donde, ahora lo van a aprovechar; el que guarda, halla. Y ahí tenemos a Tomás con una barriguita cervecera de cinco meses.

Yo, francamente, me hago un lío. No quiero ser políticamente incorrecta pero una, que le ponen los tíos y no pertenece a ninguna minoría racial ni a ningún colectivo marginal salvo el de ser mujer, intenta superar todos los tabús con su mejor voluntad, quiere sacar buena nota en Educación para la Ciudadanía y no practicar ningún tipo de discriminación, pero es que las circunstancias me superan. Que se aclaren, porque esto ya es rizar el rizo y se puede convertir en un tirabuzón infinito. O sea, que soy mujer pero ahora me apetece ser hombre, dejarme barba y lucir unos selváticos pectorales, pero como soy mujer me gustan los tíos, así que me convierto en un tío pero gay. O al revés, soy un tío pero me siento mujer y quiero tener una exuberante delantera y ponerme tacón de aguja, pero como soy un tío me gustan las mujeres, por lo tanto me hago lesbiana. Pero no acaba ahí la cosa, porque esta espiral nos puede llevar al punto de partida. Veamos: soy un hombre homosexual y ahora quiero ser una curvilínea Barbie; me pongo de aquí, me quito de allá y ya estoy lista para enamorarme de un guardia civil. Y la otra versión: soy una mujer un poco bollo, me forro a hormonas masculinas, se me atrofian mis cosas, me sale un frondoso mostacho y no hay gachí que se me resista. Pues, la verdad, para este viaje no necesitábamos alforjas, estamos como al principio.

Volviendo al amigo/a Tiresias, una vez Zeus y Hera andaban discutiendo sobre cuál de los dos sexos obtenía mayor placer de la cosa -ya son ganas de discutir, que si yo me lo paso mejor, que si tú qué sabrás- y, para salir de dudas, consultaron a Tiresias, ya que había sentido ambas sensaciones en sus propias carnes. Y, desde su experiencia, sentenció que sólo cuando fue mujer se enteró de lo que vale un peine. De manera que yo... quita, quita, que me quede como estoy.