Puedo buscar en el google las fotos de la victoria que publican los periódicos esta noche y poner aquí una mucho más lucida, pero me apetece poner esta tan mala que he sacado con el teléfono al llegar a mi casa después de pasar el fin de semana con los niños de Jesús y Sara, para que ellos se fueran a Paris, que es de donde vienen los niños. Espero que hayan tenido la sensatez de no traerse otro -el cuarto- en la maleta.
La Plaza Elíptica es una plaza con fuente que está casi en el extrarradio -un poquito más allá ya es la carretera de Toledo- pero ahora mismo está tal como Cibeles, con la gente envuelta en la bandera y bañándose en la fuente. Casi mejor, porque aquí no hay vallas ni policías y el personal se desmadra a placer. He aparcado el coche y, sin subir a casa, me he acercado sola hasta la plaza, que está a dos pasos. Los claxons dialogaban con toques cortos y repetidos -pi, pi, pipipi- y yo tenía muchas ganas de abrazarme con alguien. Y no sé por qué me he acordado mucho de Jaime, que ahora tendría veinticuatro años y andaría por ahí dando saltos en Colón o en Cibeles y llegaría a casa completamente pedo quién sabe a qué hora. Cuando uno se olvida de la crisis, del plan Ibarretxe y de su puta madre y se deja llevar de la euforia colectiva, y se le llena el corazón de una alegría visceral, que nace de las tripas, que no atiende a razones económicas ni políticas, simplemente se envuelve en esta felicidad efímera e irracional, echa de menos a los que no están. A los que no estarán ya nunca más y a los que no están hoy, en este preciso momento irrepetible. Pero está bien ser feliz un rato y con cosas pequeñas. Porque no todo es tan transcendente ni tan profundo. Hemos ganado, demonios, somos campeones, y lo demás esta noche no importa. Y hay una bandera inmensa que nos une y nos tapa las penas por un rato.
Mi barrio, lo he dicho muchas veces, es un barrio obrero y plagado de inmigrantes. Hoy en la Plaza Elíptica había muchos sudacas y muchos negrazos y también algunos chinos envueltos en la bandera de España; y se les han mojado los papeles cuando se han metido en la fuente junto a los españoles proletarios de Usera para gritar ¡¡¡campeones, campeones!!!, como si no existiera la puta directiva de retorno, porque viven aquí y aquí han puesto sus sueños. Y hoy también han ganado la eurocopa.
Por mi ventana siguen entrando los claxons -pi, pi, pipipi- y yo me voy a la cama sin pensar en la crisis, ni en el referendum de Ibarretxe, ni en su puta madre.
La Plaza Elíptica es una plaza con fuente que está casi en el extrarradio -un poquito más allá ya es la carretera de Toledo- pero ahora mismo está tal como Cibeles, con la gente envuelta en la bandera y bañándose en la fuente. Casi mejor, porque aquí no hay vallas ni policías y el personal se desmadra a placer. He aparcado el coche y, sin subir a casa, me he acercado sola hasta la plaza, que está a dos pasos. Los claxons dialogaban con toques cortos y repetidos -pi, pi, pipipi- y yo tenía muchas ganas de abrazarme con alguien. Y no sé por qué me he acordado mucho de Jaime, que ahora tendría veinticuatro años y andaría por ahí dando saltos en Colón o en Cibeles y llegaría a casa completamente pedo quién sabe a qué hora. Cuando uno se olvida de la crisis, del plan Ibarretxe y de su puta madre y se deja llevar de la euforia colectiva, y se le llena el corazón de una alegría visceral, que nace de las tripas, que no atiende a razones económicas ni políticas, simplemente se envuelve en esta felicidad efímera e irracional, echa de menos a los que no están. A los que no estarán ya nunca más y a los que no están hoy, en este preciso momento irrepetible. Pero está bien ser feliz un rato y con cosas pequeñas. Porque no todo es tan transcendente ni tan profundo. Hemos ganado, demonios, somos campeones, y lo demás esta noche no importa. Y hay una bandera inmensa que nos une y nos tapa las penas por un rato.
Mi barrio, lo he dicho muchas veces, es un barrio obrero y plagado de inmigrantes. Hoy en la Plaza Elíptica había muchos sudacas y muchos negrazos y también algunos chinos envueltos en la bandera de España; y se les han mojado los papeles cuando se han metido en la fuente junto a los españoles proletarios de Usera para gritar ¡¡¡campeones, campeones!!!, como si no existiera la puta directiva de retorno, porque viven aquí y aquí han puesto sus sueños. Y hoy también han ganado la eurocopa.
Por mi ventana siguen entrando los claxons -pi, pi, pipipi- y yo me voy a la cama sin pensar en la crisis, ni en el referendum de Ibarretxe, ni en su puta madre.