miércoles, 4 de junio de 2008

EL MUSEO

Pululando por internet se puede uno tropezar con las cosas más inverosímiles. Ayer, sin ir más lejos, fuí a parar a un museo insólito, el Museo de las Relaciones Rotas, así como suena. Se trata de una exposición itinerante donde los visitantes, además de admirar los tesoros que alberga, tienen la posibilidad de donar cualquier objeto, recuerdo o testimonio de un amor fallido.

Como si fueran exvotos dedicados a algún santo milagrero, se pueden contemplar amarillentos vestidos de novia, ositos de peluche, teléfonos móviles, fotos, cartas de amor, bragas o piernas ortopédicas, en una variopinta exhibición de lo más kitsch.

Becquer sabía que los suspiros son aire y van al aire y que las lágrimas son agua y van al mar; mira por donde ya tiene respuesta su pregunta: dime mujer, cuando el amor se muere ¿sabes tú a donde va? Pues, sí, va a correr mundo a bordo de un museo itinerante; ha estado en todos los paises de la Europa del este, en Berlín, Singapur o Estocolmo, se ve que en todas partes cuecen habas.

Las vitrinas de ese museo deben estar repletas de cosas intangibles: malos gestos, faltas de atención, pequeños desprecios y grandes silencios; decepciones, orgullos heridos. En sus anaqueles se amontonarán las mentiras piadosas y las otras, los desdenes, los aburrimientos. Muchas noches perdidas, sin abrazos y muchos días sin diálogo.

Habrá galerías con cuadros vacíos, con la imagen de la soledad por duplicado y estatuas de hielo, mudas e incomunicadas. Se podrán admirar agonías prolongadas, fracasos ocultos en la intimidad, desamores eternos y pasiones alegres y fugaces .

En los museos se aprende mucho, pero algo me dice que en éste no. Esta obscena exhibición del desamor de muchos sólo es un consuelo de tontos.