El hecho de que exista un día mundial contra la violencia machista, en sí ya es una anomalía. Que yo sepa, en el calendario de los días mundiales o internacionales a favor o en contra de esto o de aquello, no figura un día contra el terrorismo ni contra el asesinato, ni contra el secuestro, ni contra la corrupción, el tráfico de órganos, de armas, de drogas o tantas otras salvajadas que llenan de dolor la vida de los países y de las personas, sobre todo de las personas. Se supone que estamos en contra todos los días del año. Sin embargo este tipo de violencia repugnante, que se ejerce contra la mujer por el mero hecho de serlo, todavía necesita ser recordada con una fecha expresamente dedicada a ella; todavía hay que movilizar las conciencias -de hombres y de mujeres- al menos un día al año; y dictar leyes especiales y organizar actos y manifestaciones, poner velas y hacer un recuento de las muertas. No me parece mal, aunque lo ideal sería que no fuera necesario porque es una obviedad.
La violencia machista no empieza con el primer puñetazo ni el primer insulto; eso es el principio del fin de un ciclo que comienza cuando viene al mundo una niña y sin apenas aprender a hablar recibe un trato distinto del de sus hermanos varones. Empieza cuando a esa niña se le enseña a hacer su cama y la de su hermano, a fregar su plato y el de su hermano y a recoger su ropa y la de su hermano. Continúa cuando a esa adolescente no se la encamina a ser independiente en el futuro y no se hace de su formación un objetivo en sí mismo sino una manera de ocupar el tiempo hasta que llegue el momento de asumir su verdadero destino: el matrimonio y la maternidad. Y, paralelamente, a los chicos se les educa en la absurda creencia de que son distintos y superiores. Se les niega el mundo de los sentimientos y de las emociones porque eso es una mariconada y se les mete en la cabeza la idea de que la supervivencia económica de la familia depende básicamente de ellos y de su competencia profesional, lo que supone una presión muy dura de asumir. La sociedad todavía mira con un cierto desprecio al varón cuyo trabajo tiene menor responsabilidad o está peor remunerado que el de su pareja -ella es la que lleva el dinero a casa, se cuchichea por lo bajini- lo que no ocurre en el caso contrario porque "es lo normal".
Se sigue fomentando cuando se mezcla el amor con el sentido de la propiedad, permitiendo que ÉL dicte las normas que rijan la relación y asumiéndolas: no me gustan tus amigos, no te vistas de esa forma, no vayas a ese bar, no sonrías, no bailes, no mires así, no... no... cuando generalmente ocurre que la conoció con esos amigos en ese bar, vestida de esa manera y luciendo esa sonrisa y esa mirada; ese conjunto fue lo que le atrajo de ella, sin embargo ahora quiere hacerla invisible, que sea otra persona distinta a la que él ni siquiera se hubiera dignado mirar. Y ella intenta anular su personalidad, intenta ser la que él quiere que sea, primero por darle gusto y más tarde porque le tiene miedo. Pero todo es inútil, él siempre va a encontrar un motivo para atacarla, para recriminarla o para humillarla.
El machismo también se alimenta cuando el amor de pareja se confunde con la dependencia y se considera una especie de enfermedad incurable de la que no es posible salir -es que estoy enamorada, dice para justificarse, es que le quiero tanto- No, cielo, a tí lo que te ocurre es que no quieres aceptar un nuevo fracaso ni ante tí misma ni ante la sociedad, pero el amor no es eso; el amor es un objeto muy delicado y muy frágil que no resiste los golpes y para sobrevivir necesita la comunicación, el entendimiento y la amistad, condiciones que sólo pueden crecer en un plano de igualdad y de respeto mutuo. Lo demás no es amor, es otra cosa; llámese dependencia, obsesión, miedo o todo eso junto.
La violencia no es sólo el puñetazo o la paliza. Es el insulto, la humillación y el menosprecio en público o en privado. Es el es que no dices más que tonterías, el no sirves para nada, el estás loca, un día tras otro; es el paulatino y sistemático empujón hacia la pérdida de la autoestima imprescindible para sobrevivir. Es el tráeme un whisky y déjame en paz, es la falta de respeto por los sentimientos.
Cuando llega el puñetazo o la paliza o la muerte, antes se han encendido todas esas luces de alarma y no se han querido ver. Antes se ha confundido el amor con los celos enfermizos que generalmente no reflejan más que la propia inseguridad.
Y la violencia machista encuentra el mejor caldo de cultivo en una sociedad que fomenta la competitividad entre hombres y mujeres como colectivos aparte. Una sociedad que todavía se ríe con los chistes machistas. En esos PPS que circulan por internet proclamando las diferencias y ridiculizando a unos o a otras. A mí no me los mandéis, porque desde aquí os digo que van directamente a la papelera, sin siquiera abrirlos.
La violencia machista no empieza con el primer puñetazo ni el primer insulto; eso es el principio del fin de un ciclo que comienza cuando viene al mundo una niña y sin apenas aprender a hablar recibe un trato distinto del de sus hermanos varones. Empieza cuando a esa niña se le enseña a hacer su cama y la de su hermano, a fregar su plato y el de su hermano y a recoger su ropa y la de su hermano. Continúa cuando a esa adolescente no se la encamina a ser independiente en el futuro y no se hace de su formación un objetivo en sí mismo sino una manera de ocupar el tiempo hasta que llegue el momento de asumir su verdadero destino: el matrimonio y la maternidad. Y, paralelamente, a los chicos se les educa en la absurda creencia de que son distintos y superiores. Se les niega el mundo de los sentimientos y de las emociones porque eso es una mariconada y se les mete en la cabeza la idea de que la supervivencia económica de la familia depende básicamente de ellos y de su competencia profesional, lo que supone una presión muy dura de asumir. La sociedad todavía mira con un cierto desprecio al varón cuyo trabajo tiene menor responsabilidad o está peor remunerado que el de su pareja -ella es la que lleva el dinero a casa, se cuchichea por lo bajini- lo que no ocurre en el caso contrario porque "es lo normal".
Se sigue fomentando cuando se mezcla el amor con el sentido de la propiedad, permitiendo que ÉL dicte las normas que rijan la relación y asumiéndolas: no me gustan tus amigos, no te vistas de esa forma, no vayas a ese bar, no sonrías, no bailes, no mires así, no... no... cuando generalmente ocurre que la conoció con esos amigos en ese bar, vestida de esa manera y luciendo esa sonrisa y esa mirada; ese conjunto fue lo que le atrajo de ella, sin embargo ahora quiere hacerla invisible, que sea otra persona distinta a la que él ni siquiera se hubiera dignado mirar. Y ella intenta anular su personalidad, intenta ser la que él quiere que sea, primero por darle gusto y más tarde porque le tiene miedo. Pero todo es inútil, él siempre va a encontrar un motivo para atacarla, para recriminarla o para humillarla.
El machismo también se alimenta cuando el amor de pareja se confunde con la dependencia y se considera una especie de enfermedad incurable de la que no es posible salir -es que estoy enamorada, dice para justificarse, es que le quiero tanto- No, cielo, a tí lo que te ocurre es que no quieres aceptar un nuevo fracaso ni ante tí misma ni ante la sociedad, pero el amor no es eso; el amor es un objeto muy delicado y muy frágil que no resiste los golpes y para sobrevivir necesita la comunicación, el entendimiento y la amistad, condiciones que sólo pueden crecer en un plano de igualdad y de respeto mutuo. Lo demás no es amor, es otra cosa; llámese dependencia, obsesión, miedo o todo eso junto.
La violencia no es sólo el puñetazo o la paliza. Es el insulto, la humillación y el menosprecio en público o en privado. Es el es que no dices más que tonterías, el no sirves para nada, el estás loca, un día tras otro; es el paulatino y sistemático empujón hacia la pérdida de la autoestima imprescindible para sobrevivir. Es el tráeme un whisky y déjame en paz, es la falta de respeto por los sentimientos.
Cuando llega el puñetazo o la paliza o la muerte, antes se han encendido todas esas luces de alarma y no se han querido ver. Antes se ha confundido el amor con los celos enfermizos que generalmente no reflejan más que la propia inseguridad.
Y la violencia machista encuentra el mejor caldo de cultivo en una sociedad que fomenta la competitividad entre hombres y mujeres como colectivos aparte. Una sociedad que todavía se ríe con los chistes machistas. En esos PPS que circulan por internet proclamando las diferencias y ridiculizando a unos o a otras. A mí no me los mandéis, porque desde aquí os digo que van directamente a la papelera, sin siquiera abrirlos.