Tú, que no tienes nombre ni rostro ni presencia,
deja que me refugie en tu cuerpo improbable
y acógeme en tus brazos como se acoge a un perro
hambriento de caricias
que ladra sin saber que está llorando.
Escucha junto a mí la voz de Billie Holiday
desgranando derrotas de alcohol y cocaína
y, fingiendo que existes,
investiga mi espalda hasta que encuentres
esa vértebra exacta donde duele la vida,
ese pliegue de piel donde se esconde el miedo,
y quítame la ropa.
Arráncame la máscara de acero que me cubre
y deja a la intemperie mis miserias;
quiero volverme blanda entre tus manos,
y que moldees mi cuerpo con la forma de un ave;
luego dirígeme donde no exista el tiempo
ni la edad ni la muerte.
Donde no exista yo, como tú que no existes.