¿Y acaso alguien nos dijo que la felicidad
estaba a nuestro alcance?
Lo que nos prometieron era un valle de lágrimas,
si no recuerdo mal el catecismo,
y eso se cumplió al pie de la letra,
no nos engañó nadie.
¿A quién pedirle cuentas en la fecha que estamos?
Ser feliz no se mide ni siquiera por días,
se mide por instantes fugaces como estrellas,
por momentos que pasan sin apenas rozarnos
pero nos iluminan por un tiempo el camino
aun siendo conscientes de que vamos a ciegas.
Ser feliz no es posible si miramos más lejos
de nuestra propia casa -y ahora no me refiero
a tragedias remotas donde el dolor es carne,
esas cosas que ocurren desde que el mundo es mundo
y solo nos conmueven durante el telediario-
me refiero al dolor de los seres que amamos,
con los que compartimos algún bello espejismo,
los que nos alteraron el ritmo de la sangre
solo por existir y decir nuestro nombre,
por habernos querido por un rato.
Ser feliz no es posible
si nos duele el dolor de quien amamos.