y cantaba y bailaba en las tabernas,
que mataba sus penas en un beso
y vivía el amor sin preguntarse
si tenía futuro o solo era
un instante de dicha cegadora.
Apuraba las noches hasta el alba
si la noche venía con amigos
y copas, confidencias, compadreo
desnudos de caretas y sin máscaras
¡Ay las noches felices de amistad y de vida
en las que sobran todos los disfraces!
Esa mujer luchaba contra el mundo
y le plantaba cara a la injusticia
escribiendo poemas de amor o de dolores
por las gentes más tristes y más solas.
Luego se refugiaba en su guarida
de soledad, de libros y de música,
lloraba algunas veces por las cosas
que no cambiarán nunca: la riqueza
acumulada en unas pocas manos
mientras la mayoría sobrevive,
digo mejor, malvive con el miedo
al corte de la luz y a la miseria.
Esa mujer murió, ya no se ríe,
ya no canta ni baila en las tabernas,
ya no sueña con besos, mucho menos
con amores eternos de una noche.
Esa mujer ahora ya no existe.
La he visto en el espejo y era otra.
(Dibujo de David Foronda)