martes, 29 de mayo de 2007

LA LECTURA

Anoche escribí un artículo cargado de decepción y, quizá, hasta de amargura y cuando pulsé "publicar" me salió un mensaje de que "su html -no tengo ni zorra idea de lo qué es eso- no es correcto" y el artículo desapareció para siempre en el espacio virtual. Voy a tratar de reproducirlo, aunque dudo mucho que pueda transmitir mi estado de ánimo después de dormir y, por lo tanto, de enfriarlo y de pasarlo a un plano secundario.

Empezaba diciendo que no quería engañaros: estoy hecha polvo. No por lo de Madrid, que se esperaba, sino por el mensaje que esconden estas elecciones. Creo que, en general, ha habido un empate técnico que está lleno de incógnitas. No quiero entrar en la patética guerra de cifras ni en el mezquino juego de pactos y mercadeo para repartirse este pastel llamado España. Aunque milito en un partido político, no soy nada política e intento ser sincera conmigo misma para poder serlo con los demás. De manera que me estoy comiendo el marrón de la derrota yo misma con mis mecanismos, sin escuchar las declaraciones triunfalistas de unos y de otros.

A nivel nacional ha quedado patente que nos va la marcha, que nos gusta que nos roben y que aquí se premia la corrupción. Leáse el señor Fabra, el alcalde de Andraxt, el alcalde de Ciempozuelos, por citar casos de los dos partidos mayoritarios.

Lo de Madrid, es otra cosa. Es verdad que el proceso del Partido Socialista -mi partido, por si alguien tenía alguna duda- ha sido desastroso. Desde la espantá de Trinidad Jiménez a menos de un año de las elecciones, que dejó a los militantes que la hemos arropado como candidata mitin tras mitin, moviendo la bandera en el vacío; desde las calabazas públicas de José Bono -un hombre de partido, hay que joderse- que tenía guardada en el almario la derrota que le infringió Zapatero en el Congreso de elección de Secretario General y se la devolvió -en mi opinión, premeditadamente- en el momento que más daño podía hacerle, hasta la fabricación apresurada y artificial de un candidato improvisado. Es verdad que el perfil de Rafael Simancas no es precisamente el de un triunfador. Es verdad que el PSM se parece bastante a un patio de monipodio. Todo eso es verdad, pero aquí hay más cosas.

Aquí no han votado los maltratados usuarios del metro, que se ven obligados a bajar en cualquier estación menos en la suya -cuando no a pasar en medio de un túnel de un tren a otro- por un mejor transporte público. Tampoco han votado los paganos de la mareante deuda de la M-30, que los hijos de Jaime y Carmen seguirán pagando si es que tienen la desgracia y la fortuna de vivir en Madrid cuando sean adultos. Ni los que esperan meses en las listas de la sanidad pública para que les den un diagnóstico a su dolencia. Yo creo que los votantes madrileños no han votado para condenar a muerte a setecientos árboles en el Paseo del Prado/Recoletos, aunque la papeleta lleva dentro su conformidad con semejante crimen. Aquí han votado los manifestantes que han salido a la calle un sábado sí y otro también a insultar al Presidente del Gobierno y han depositado en la urna el famoso "Zapatero vete con tu abuelo".

Madrid, desde el mismísimo quince de marzo de 2004, ha sido el horno en el que se ha cocinado el plato fuerte de la crispación y del odio. Y ese guiso tan suculento ha resultado muy nutritivo para sus propios cocineros. El manejo de los sentimientos más primarios, la agitación del rencor, los mensajes de trazo grueso -España se rompe, la familia se dinamita, el Gobierno cede al chantaje terrorista, etc..etc..- Las calumnias desvergonzadas, el ondear de banderas, los insultos airados y el ambiente irrespirable que vivimos en Madrid, desgraciadamente han sido demoledores. Y eso es lo que me entristece. Lógicamente, me fastidiaría la victoria de una derecha civilizada y presentable como la que recientemente propugnó Joaquín Calomarde, portavoz de educación del PP en el Congreso, en un artículo titulado "El Partido Popular necesario" que le costó la destitución inmediata; pero la aceptaría con democrática resignación. Pero que venza la mentira y la rastrera utilización de la baza del terrorismo, francamente, me hunde en la más profunda desolación.

Sin embargo, que no se engañe nadie. Cuando el PP gobierne -que gobernará tarde o temprano- tendrá que poner en la calle a los asesinos que hayan cumplido sus condenas. Y, como ya hizo cuando le tocó, negociará lo que haya que negociar, entre otras cosas porque su principal obligación será trabajar por la paz.

En fin, que estoy muy cansada física y moralmente. En este momento salgo para Carboneras, Almería, a descansar en la playa un par de días. Me voy allí porque en Madrid no hay playa. De momento, porque como a Gallardón se le ponga en las narices, traerá la playa. Al tiempo.