Con tanto nieto y tanta Pantoja, hace tiempo que no hablo de política y eso que estamos -o precisamente porque estamos- en campaña y las campañas me aburren mucho. Me parece patética esa búsqueda del punto g del electorado por parte de los políticos aunque, bueno, mi militancia me exige colaborar en este circo y ahí ando repartiendo panfletos. Pero es que estoy perpleja por la que se ha montado con la denuncia que el otro día hizo Sebastián a Gallardón. Todos los días estamos leyendo y oyendo denuncias de corrupción de unos y de otros, ciertas o falsas, comprobables o no y a todo el mundo le parece lo correcto. Pero si se le ocurre a Sebastián insinuar que el sr. alcalde ha otorgado trato de favor en asuntos inmobiliarios a una persona que, para mayor inri, está imputada en la operación Malaya, resulta que se trata de una cuestión personal y está muy feo hablarlo. Se le echan encima propios y extraños, todos los medios de comunicación, incluso los, digamos, afines -estos más, si cabe- ponen a parir a Miguel Sebastián. De manera que aquí lo que hay que hacer para que le respeten a uno es corromperse por amor, que eso lo disculpa todo; la corrupción adquiere la categoría de cuestión personal y no es políticamente correcto hablar de ella. Lo que antes se llamaba prostitución de lujo ahora se llama asuntos personales. Empiezo a entender que el Ayuntamiento de Madrid haya contratado a la Pantoja para las fiestas de San Isidro.
Lo siento por su santa, que estaría tragando tan ricamente y, ahora que lo sabe todo el mundo porque su propio marido se delató, tendrá que tomar alguna determinación -qué pereza, con lo cómodo que es hacerse la sueca- pero a mí me tiene sin cuidado que el Faraón se líe con quien quiera o con quien le deje, que, mira, hasta le da un puntito humano a ese señor tan aburrido y con esa cara de coadjutor de parroquia fina que tiene. Pero hombre, que le regale a su amante un perfume como todo el mundo o un reloj de brillantes, si se quiere estirar. Pero un palacio del siglo XIX en Madrid, edificio protegido, para que monte un hotel, francamente, me parece una pasada.
Esto me recuerda, no sé por qué, a lo del presidente del Banco Mundial, el de los tomates, que ha colocado muy bien a su novia en tan benefactora institución. Yo lo que encuentro verdaderamente asombroso es que el tal Paul Wolfowitz tenga novia, porque digo yo que alguna vez se habrá quitado los zapatos en su presencia. Y es que el amor es ciego y además hace milagros.