He puesto esta foto, que parece que no tiene nada que ver con el título, porque ayer en un instante percibí sobre mí todo un repertorio de miradas de lo más variopinto. Miradas solidarias, miradas cómplices, miradas despectivas, miradas rabiosas, miradas incrédulas, miradas iracundas, miradas tristes, miradas triunfantes... miradas. ¡Qué cantidad de cosas se pueden decir sólo con los ojos! He leído en alguna parte que el que no entiende una mirada, tampoco puede entender una larga explicación.
Fue durante y después de mi bautismo de fuego, digamos político, mi primera intervención pública en una asamblea de mi agrupación. Como todo el mundo sabe el Partido Socialista de Madrid, después de la catástrofe del 27 de mayo, va a celebrar dentro de unos días un congreso extraordinario para elegir un nuevo secretario general que sea capaz de conseguir que el ave renazca de sus propias cenizas y las agrupaciones deben designan a las personas que las representen en el congreso, en un número proporcional al de sus afiliados. A la nuestra, que es pequeña, le corresponden sólo siete. El sistema consiste en que la Secretaria General, máxima autoridad a nivel de agrupación, presenta al comité una lista y el comité, aunque no la ha conocido previamente, la aprueba sin rechistar y, más tarde, se propone a la Asamblea para que los afiliados del distrito jueguen un poco a la democracia y la voten, sí o sí, ya que no hay otra alternativa. Naturalmente pueden no votar o votar en contra, pero el resultado es el mismo: las personas propuestas por la Secretaria General son las que van al congreso.
Pero hete aquí que esta vez a dos de los consultados para entrar en la lista - militantes de hace muchos años y amigos míos, pese a ser compañeros- les atacó una curiosidad malsana por conocer los nombres que les acompañarían en caso de aceptar; su curiosidad no fue satisfecha y, en vista de lo cual, no dieron el dulce sí. Así y todo, cuando el martes fuimos al comité sus nombres estaban en la lista acompañando a los tres cargos más altos de la agrupación que, por lo visto, son incuestionables y llevan la delegación al congreso adosada al cargo. Obviamente, las dos plazas restantes las ocupaban dos expertos en el manejo del incensario. En ese momento, mis amigos se cayeron de la puta lista al no aceptar su designación por tan democrático sistema. Yo propuse consensuar otra y sugerí varios nombres que no fueron aceptados, vaya usted a saber por qué. Cerramos el comité cerca de las once de la noche sin aprobar la lista de delegados al congreso. El resultado de este absurdo proceso ha sido, mira por donde, que los afiliados por fin han podido elegir entre dos listas -un lujazo democrático- porque los disidentes cometimos la deslealtad de desafiar a la línea oficial presentando una lista alternativa. No sé cómo me las arreglo para estar siempre con los malos, que acaban perdiendo como debe ser. Presentamos una lista -paritaria- en la que no había altos cargos; estábamos tres miembros del comité local y cuatro militantes de base, seis con los dos suplentes. Y se da una situación tan kafkiana como que las dos listas apoyamos al mismo candidato a Secretario General del P.S.M., Tomás Gómez, un hombre que transmite buen rollo, tiene muchas ideas para cambiar las viejas estructuras, ha sido por dos veces el alcalde más votado de España con el setenta y cinco por ciento de los votos emitidos y además está bueno. Lo que habría que saber son los motivos por los que le apoyamos cada uno, pero eso queda para la imaginación.
Por alguna misteriosa razón -los teléfonos echaban humo durante esos días- el miércoles por la tarde, veinticuatro horas antes de que se cerrara el plazo para presentar la lista, nuestra tercera candidata se rajó. Íbamos al acto de presentación de Tomás cuando nos avisó, con lo que nos dejaba sin tiempo para buscar sustituta. Pero a las once de la noche habíamos conseguido que firmara con nosotros otra militante, a la que sacamos de la cama. Había que volver a imprimir la lista y firmarla todos, pero no teníamos impresora; llegamos a un cibercafé con la lista en la memoria extraíble cuando estaba a punto de cerrar, imprimimos dos copias y firmamos. Al día siguiente, jueves, nos presentamos en la Agrupación con la lista, dos horas antes de que se cerrara el plazo.
El viernes en la asamblea se cortaba el aire con cuchillo; nada más constituirse la mesa hicieron constar en acta que tenían dudas acerca de una de nuestras firmas, precisamente la que conseguimos a última hora; en cambio el presidente de la mesa no consintió que también constara en acta que la firmante sospechosa estaba allí con su D.N.I. y dispuesta a firmar cuantas veces hiciera falta.
Me tocó defender la lista de los malos -¡qué sino el mío!- con el argumento básico de que la lista y el procedimiento para designarla, deben ser democráticos y simbolizar el espíritu de cambio y de regeneración del partido que propugnamos. Fue una fiesta democrática en la que los defensores de la lista "oficial" estuvieron muy imaginativos en sus discursos: unos nos llamaron traidores, otros desleales, otros desagradecidos y todos nos acusaron de mentirosos, de pretender "pillar cacho" y de romper la agrupación. Naturalmente, perdimos la votación porque los esquemas conservadores se reproducen hasta entre los rojos. Sacamos un treinta y uno por ciento de los votos, lo que mete en la lista a nuestros dos primeros candidatos. Yo, al caerse la "rajada", iba la tercera, así que me enteraré del resultado del congreso leyendo la prensa con una cerveza y un pitillo en el chiringuito de la piscina de Sigüenza, qué pena más grande.
Perdimos la votación pero me fui contenta porque creo que algo ha empezado a moverse por el subsuelo del P.S.M. y porque la lista que salió elegida, lo fue con los votos de los afiliados. Y me parece importante ese pequeño detalle.
De todas esas miradas me quedo con las dos del centro. Seguro que ya habéis adivinado de quienes son. Yo sólo les puedo poner un adjetivo: limpias.
Fue durante y después de mi bautismo de fuego, digamos político, mi primera intervención pública en una asamblea de mi agrupación. Como todo el mundo sabe el Partido Socialista de Madrid, después de la catástrofe del 27 de mayo, va a celebrar dentro de unos días un congreso extraordinario para elegir un nuevo secretario general que sea capaz de conseguir que el ave renazca de sus propias cenizas y las agrupaciones deben designan a las personas que las representen en el congreso, en un número proporcional al de sus afiliados. A la nuestra, que es pequeña, le corresponden sólo siete. El sistema consiste en que la Secretaria General, máxima autoridad a nivel de agrupación, presenta al comité una lista y el comité, aunque no la ha conocido previamente, la aprueba sin rechistar y, más tarde, se propone a la Asamblea para que los afiliados del distrito jueguen un poco a la democracia y la voten, sí o sí, ya que no hay otra alternativa. Naturalmente pueden no votar o votar en contra, pero el resultado es el mismo: las personas propuestas por la Secretaria General son las que van al congreso.
Pero hete aquí que esta vez a dos de los consultados para entrar en la lista - militantes de hace muchos años y amigos míos, pese a ser compañeros- les atacó una curiosidad malsana por conocer los nombres que les acompañarían en caso de aceptar; su curiosidad no fue satisfecha y, en vista de lo cual, no dieron el dulce sí. Así y todo, cuando el martes fuimos al comité sus nombres estaban en la lista acompañando a los tres cargos más altos de la agrupación que, por lo visto, son incuestionables y llevan la delegación al congreso adosada al cargo. Obviamente, las dos plazas restantes las ocupaban dos expertos en el manejo del incensario. En ese momento, mis amigos se cayeron de la puta lista al no aceptar su designación por tan democrático sistema. Yo propuse consensuar otra y sugerí varios nombres que no fueron aceptados, vaya usted a saber por qué. Cerramos el comité cerca de las once de la noche sin aprobar la lista de delegados al congreso. El resultado de este absurdo proceso ha sido, mira por donde, que los afiliados por fin han podido elegir entre dos listas -un lujazo democrático- porque los disidentes cometimos la deslealtad de desafiar a la línea oficial presentando una lista alternativa. No sé cómo me las arreglo para estar siempre con los malos, que acaban perdiendo como debe ser. Presentamos una lista -paritaria- en la que no había altos cargos; estábamos tres miembros del comité local y cuatro militantes de base, seis con los dos suplentes. Y se da una situación tan kafkiana como que las dos listas apoyamos al mismo candidato a Secretario General del P.S.M., Tomás Gómez, un hombre que transmite buen rollo, tiene muchas ideas para cambiar las viejas estructuras, ha sido por dos veces el alcalde más votado de España con el setenta y cinco por ciento de los votos emitidos y además está bueno. Lo que habría que saber son los motivos por los que le apoyamos cada uno, pero eso queda para la imaginación.
Por alguna misteriosa razón -los teléfonos echaban humo durante esos días- el miércoles por la tarde, veinticuatro horas antes de que se cerrara el plazo para presentar la lista, nuestra tercera candidata se rajó. Íbamos al acto de presentación de Tomás cuando nos avisó, con lo que nos dejaba sin tiempo para buscar sustituta. Pero a las once de la noche habíamos conseguido que firmara con nosotros otra militante, a la que sacamos de la cama. Había que volver a imprimir la lista y firmarla todos, pero no teníamos impresora; llegamos a un cibercafé con la lista en la memoria extraíble cuando estaba a punto de cerrar, imprimimos dos copias y firmamos. Al día siguiente, jueves, nos presentamos en la Agrupación con la lista, dos horas antes de que se cerrara el plazo.
El viernes en la asamblea se cortaba el aire con cuchillo; nada más constituirse la mesa hicieron constar en acta que tenían dudas acerca de una de nuestras firmas, precisamente la que conseguimos a última hora; en cambio el presidente de la mesa no consintió que también constara en acta que la firmante sospechosa estaba allí con su D.N.I. y dispuesta a firmar cuantas veces hiciera falta.
Me tocó defender la lista de los malos -¡qué sino el mío!- con el argumento básico de que la lista y el procedimiento para designarla, deben ser democráticos y simbolizar el espíritu de cambio y de regeneración del partido que propugnamos. Fue una fiesta democrática en la que los defensores de la lista "oficial" estuvieron muy imaginativos en sus discursos: unos nos llamaron traidores, otros desleales, otros desagradecidos y todos nos acusaron de mentirosos, de pretender "pillar cacho" y de romper la agrupación. Naturalmente, perdimos la votación porque los esquemas conservadores se reproducen hasta entre los rojos. Sacamos un treinta y uno por ciento de los votos, lo que mete en la lista a nuestros dos primeros candidatos. Yo, al caerse la "rajada", iba la tercera, así que me enteraré del resultado del congreso leyendo la prensa con una cerveza y un pitillo en el chiringuito de la piscina de Sigüenza, qué pena más grande.
Perdimos la votación pero me fui contenta porque creo que algo ha empezado a moverse por el subsuelo del P.S.M. y porque la lista que salió elegida, lo fue con los votos de los afiliados. Y me parece importante ese pequeño detalle.
De todas esas miradas me quedo con las dos del centro. Seguro que ya habéis adivinado de quienes son. Yo sólo les puedo poner un adjetivo: limpias.