Otro año. El año acaba ahora, en verano, y empieza a la vuelta de las vacaciones, cuando tenemos por delante un montón de meses vacíos, un poco amenazantes. El verano es un tiempo sin fechas ni horarios. Sin obligaciones, al menos no formales. Son más del corazón que del cerebro, más emocionales que racionales y por eso más gratas.
El año ha sido largo e intenso; cansado. He tenido tres nietos, con lo que suman cinco; se dice muy pronto, pero son tres personas más a las que querer y por las que preocuparse. Y eso es trabajoso. He leído algunos libros, menos de los que quisiera y algo habré aprendido. He conocido -en este blog y fuera de él- gente maja e interesante y otra no tanto, también en este blog y también fuera. En cualquier caso, me han aportado cosas y han colaborado a esta continua evolución/evaluación que es mi vida. Me he hecho un poco más vieja y todavía un poco más escéptica. Y me da miedo perder la capacidad de emocionarme y la curiosidad. Me da mucho miedo estar de vuelta porque creo que ese es el momento en que se empieza a morir. He visto cómo crecen mis nietos y también cómo disminuye mi madre. Me duele. Ha muerto algún amigo; he sufrido con algunos dolores que no me pertenecen. Eso no es cosa tuya, me dicen. Pero no sé muy bien donde está la línea que separa lo mío de lo ajeno porque esa línea la traza el corazón y ahí mando muy poco. En fin, un año más.
Mañana es el santo de mis Jaimes y pasado de mis Anas y me voy de vacaciones. Hasta el dieciséis de agosto en una primera etapa. Sigüenza, mis amigos de siempre, mi familia, muchos niños a mi alrededor. Sin emociones fuertes ni sorpesas, espero. Me apetece este remanso doméstico, ya habrá tiempo de otro plan más pintoresco. Me apetece pero no estoy bien, tengo una sensación difusa como de cierta angustia y no tengo claro el motivo. Supongo que son varios juntos y mezclados en la debida proporción, pero me desconcierta no poner nombre a las cosas, no identificar mis emociones. En fin, no será nada.
Veinte días sin internet, sin blog, sin correo. El mundo de verdad.
Nos vemos a la vuelta. Sed felices.
El año ha sido largo e intenso; cansado. He tenido tres nietos, con lo que suman cinco; se dice muy pronto, pero son tres personas más a las que querer y por las que preocuparse. Y eso es trabajoso. He leído algunos libros, menos de los que quisiera y algo habré aprendido. He conocido -en este blog y fuera de él- gente maja e interesante y otra no tanto, también en este blog y también fuera. En cualquier caso, me han aportado cosas y han colaborado a esta continua evolución/evaluación que es mi vida. Me he hecho un poco más vieja y todavía un poco más escéptica. Y me da miedo perder la capacidad de emocionarme y la curiosidad. Me da mucho miedo estar de vuelta porque creo que ese es el momento en que se empieza a morir. He visto cómo crecen mis nietos y también cómo disminuye mi madre. Me duele. Ha muerto algún amigo; he sufrido con algunos dolores que no me pertenecen. Eso no es cosa tuya, me dicen. Pero no sé muy bien donde está la línea que separa lo mío de lo ajeno porque esa línea la traza el corazón y ahí mando muy poco. En fin, un año más.
Mañana es el santo de mis Jaimes y pasado de mis Anas y me voy de vacaciones. Hasta el dieciséis de agosto en una primera etapa. Sigüenza, mis amigos de siempre, mi familia, muchos niños a mi alrededor. Sin emociones fuertes ni sorpesas, espero. Me apetece este remanso doméstico, ya habrá tiempo de otro plan más pintoresco. Me apetece pero no estoy bien, tengo una sensación difusa como de cierta angustia y no tengo claro el motivo. Supongo que son varios juntos y mezclados en la debida proporción, pero me desconcierta no poner nombre a las cosas, no identificar mis emociones. En fin, no será nada.
Veinte días sin internet, sin blog, sin correo. El mundo de verdad.
Nos vemos a la vuelta. Sed felices.