He llegado al final pero estoy muerta
y no me reconozco en mi cadáver.
Me es tan ajeno
como esas fotos de hace tres mil años
en las que yo reía
y podía llorar todas las lágrimas
que la vida pusiera por delante.
He llegado al final, mas tan exhausta
que no puedo mirarme en el espejo
y volver a vivir mis propias penas,
no digamos
cuando las mismas penas son de otros.
Me he quedado vacía,
ya no siento ni vibro ni palpito,
solo contemplo
cómo pasa la vida
como en una película de miedo
que se olvida al salir con el primer cigarro.
La soledad es esto: la desidia,
la paz siniestra de los cementerios,
el silencio interior sin emociones,
el dolor que no duele, la mirada
perdida en la indolencia.
Pero en algún lugar debe estar escondida
la mujer que yo era.
Solo espero encontrarla una de estas mañanas
en que entra el sol a chorros,
el aire es fresco y huele
a esperanza y a pino.