Moi je te offrirai des perles de pluie venues da pays oú il ne pleut pas.
(Ne me quitte pas, Jacques Brel)
Y no era necesario que lloviera
para sentir la lluvia deslizarse
por nuestra piel sedienta. Amenazaba
tormenta en la negrura de la tarde
─hacia las seis, decían los pronósticos,
se rasgaría el cielo hecho jirones─
mientras el mar rugía con sordina
esperando impaciente el gran orgasmo.
No acabó de llover, se quedó en nada,
el mar frustró su clímax. Y nosotros…
Nosotros nos llovimos mansamente,
hasta empaparnos vivos, hasta ahogarnos.