Hace un día de perros, me acobarda este viento,
el cuerpo no me pide que me tire a la calle
a buscar compañía, una conversación
o simplemente un ruido que me aturda;
los árboles de enfrente se agitan a lo loco
y contemplo en silencio cómo bailan
una danza caótica,
igual que la que baila mi alma vulnerable
a merced de los otros,
de los que no sospechan siquiera que me hieren,
que podrían matarme sin intentarlo apenas.
Van pasando los días y comprendo
que es absurdo esperar que ocurra algo,
que es esto lo que hay, que las palabras
a las que me agarré no significan nada,
que mi tristeza es mía, solo mía,
a pesar de que llegue desde fuera,
y seré yo, tan sola como siempre,
quien trate de vencerla.
Miro por la ventana
cómo bailan los árboles de enfrente.
Me acabo de dar cuenta
de que toca que limpie los cristales.