jueves, 17 de octubre de 2019

SABADO

Ha amanecido sábado y hoy tampoco llueve.
Poco a poco la vida se viste de mujer
que va a llenar el carro de la compra,
se monta en los columpios de los parques,
se bebe una cerveza en la barra del bar
donde suelen reunirse los amigos,
se humedece en la boca de esa chica tan joven
que se besa riendo con su novio.

Y se la puede ver de retirada
en un nonagenario diminuto
que arrastra alegremente sus edades
del brazo tropical
de una dulce mujer de la otra orilla.
Mi vecina restriega los cristales
mientras canta un bolero
y Alí, el senegalés que monta guardia
a la puerta de mi supermercado,
me regala su sonrisa blanquísima
y me dice que tenga un buen fin de semana.

Mientras tanto
unos seres perversos se reúnen
en despachos siniestros
a jugarse a las cartas el destino
de la gente corriente, la que solo
pretende convivir, tener trabajo,
ver crecer a sus hijos, a sus nietos
y morir en la cama, a ser posible.

Discuten con empeño la estrategia
para poder robarnos la alegría,
la música, los libros y las lágrimas
que nos identifican como humanos.
El amor, la amistad, el sexo, la ternura,
los jóvenes, los viejos, los enfermos,
los besos, los abrazos y las viejas canciones,
los helados de fresa, la risa y los gemidos
de los enamorados.
Los juegos de los niños y los perros,
el ansia de ganar las causas justas,
los recuerdos felices, la nostalgia
de los tiempos de entonces.

Ellos hacen sus planes
al margen de nosotros, solo piensan
cómo podrán rasgar la luna llena,
cómo sembrar el odio en nuestras vidas,
cómo hacernos dejar de ser personas.