martes, 12 de junio de 2007

BAUTIZO Y DEPORTES

Los muros románicos de la Iglesia de San Vicente guardaban un frío silencioso y un poco místico y Marcos se ponía de puntillas, asomado a la pila bautismal, preguntándose por qué duchaba a sus primos aquel señor que iba vestido tan raro, si ya los habíamos bañado y echado colonia en casa. Y Palomita, muy formal y con sus ojos azules muy abiertos, no salía de su asombro. Carmen y Jaime berreaban a coro como si estuvieran poseídos por Damien y la niña del exorcista, pasando de mano en mano como la falsa monea, sin que nadie consiguiera callarles. Hasta que D. Gerardo el cura intercaló entre sus rezos la fórmula mágica: ¡chico llorón, bocabajón! ¡Ponedlos boca abajo! -no dijo ¡coño!, pero seguro que lo pensó- Mano de santo, se ve que tiene práctica este cura; el caso es que los berridos se fueron atenuando poco a poco, hasta transformarse en unos suspiros calmos y, una vez que estuvieron en gracia de Dios, los niños se quedaron fritos. Con tanto sobresalto, D. Gerardo se equivocó y, cuando echaba el agua sobre la cabeza de Jaime, dijo yo te bautizo con el nombre de Carmen.
El campo de Sigüenza había cambiado el verde jugoso y húmedo de hace unas semanas por un vestido de estampado floral y multicolor. Los senderos habían desaparecido en medio de unas laderas salpicadas de amarillo, blanco, rojo, azul -la vereíta, mare, cuajá de yerba- Los cardos camuflaban sus espinas entre espuma morada. En la calle del Peso, un solar olvidado tras una tapia, aparecía alfombrado de amapolas de lado a lado. Lenta pero segura, había estallado la primavera.

Yo me encontraba absurda con zapatos de tacón por unos lugares donde siempre voy con alpargatas o con botas, según la estación del año, tan impropia y tan fuera de lugar que me daba un poco de vergüenza encontrarme a la gente, pero pasee a mis nietos por la Alameda antes de comer y presumí como un pavo real. Por los niños, no por los zapatos.

Durante la comida se portaron como corresponde a unos niños recién bautizados, y nos dejaron degustar cosas tan normales como gazpacho de fresas con mejillón y otros platos de esos que todo el mundo se hace en un momento para cenar, con una bandeja delante de la tele; ¿quién no se prepara unos chupachups de codorniz con cremoso de morcilla para ver House? Jaime y Carmen, en cambio, opinan que donde esté un buen biberon que nos dejemos de experimentos de la nouvelle cuisine. Y, lo que son las cosas, estaba yo tan tranquila con mi carpaccio de corzo cuando pasó por delante de la mesa Angel Acebes con una prima suya, rubia y jovencita, y se instaló en el comedor de al lado. Es que me persiguen los políticos. Mi hijo sugirió que le hiciéramos una foto para la próxima campaña, pero casi que no.

La sobremesa se prolongó con copas y fotos. Yo me hice una con los cuatro nietos, pero dentro de un mes me tendré que hacer otra, porque Almudena está llegando ya. Esto no hay quien lo pare. A media tarde reventó una tormenta de padre y muy señor mío y después volví a Madrid para ver el partido con Arturo y fue de mucha risa cuando el Español se ganó el maletín en el último minuto.

El domingo todavía rugían las motos en los oídos y ya nos emocionaba Rafa Nadal, ganando al dios Federer en París de la France, con todo el público franchute en contra. Menos mal que no me gusta el automovilismo, que una no da para más.

Por otra parte, en la política todo superbién, o sea.