Voy hacia ti con miedo,
presintiendo el cristal que nos separa.
Sé que está ahí,
que detendrá mi impulso de abrazarte,
pero aun así me acerco por si hay suerte
y me vuelvo incorpórea y atravieso
la barrera de hielo que me quema.
Hace tanto calor en este invierno
que nuestras manos se han quedado mudas
y nuestra voz está paralizada.
Es necesario que una de estas noches
nos asalte una helada que nos funda,
que revienten las nubes,
que sobre nuestros cuerpos llueva a cántaros
y después la lujuria nos cobije.
Es preciso que el hielo nos abrase.