Cuando el amor es digno de tal nombre
puede ser que el deseo se adormezca
en el cómodo lecho de la monotonía,
los cotidianos usos rutinarios
que matan hasta el fuego más potente
e incluso nos podrían empujar a otra lumbre;
resulta dolorosa la experiencia
mas se puede olvidar, cuando dos vidas
mas se puede olvidar, cuando dos vidas
quieren recorrer juntas un camino
que a veces se hace demasiado largo.
Porque cuando el amor es digno de llamarse
amor, cuando merece un nombre tan inmenso,
con los años el fuego se transforma
en tierna calidez, en compañía,
en sosegado aliento, confianza,
en cómplice caricia sanadora,
en cómplice caricia sanadora,
lealtad inquebrantable, abrazo mudo
e indulgencia con todos los errores.
Lo que no se perdona es el ataque,
el implacable juicio, ni la sorda
revancha de quién sabe qué agravios,
revancha de quién sabe qué agravios,
el desprecio, los gritos, el insulto,
el ansia irrefrenable de hacer daño
a quien comparte cama cada noche.
Porque eso no es amor ni lo fue nunca,
es algo que no sé cómo llamar,
habría que inventar otra palabra.
Alegrémonos pues, que nada hemos perdido.
Tan solo hemos dejado de engañarnos.
Tan solo hemos dejado de engañarnos.