domingo, 16 de agosto de 2015

LA PARED

Pocas veces he visto una tristeza
más honda en unos ojos.

 
Las olas se han llevado hace unos días,
unos días tan largos como siglos,
el cuerpo de su hijo en un mortal abrazo.

 
Ahora Gabriel no mira al azul traicionero,
ahora vive de espaldas a la mar
y sus ojos tan húmedos, tan viejos,
están fijos, inmóviles, clavados
en una pared blanca
en donde reverbera su dolor infinito.

 
A los ochenta años ya no hay tiempo
de renacer entre ceniza alguna.

 
Aquí se acaba todo,
en el cegador blanco
de una muda pared. Inamovible.