…yo, que cuando muero, ya nunca es por amor
(Joaquín Sabina)
Hay un amor casero y confortable
que no exige tributos ni
renuncias,
que acompaña y ayuda
a acarrear la carga del pasado
y comparte las cosas importantes,
aquellas que convierten un mundo
tan inhóspito
en un lugar vivible:
una luna de agosto, una guitarra,
un paseo a lo largo de algún río,
la espuma desbordando una cerveza,
un abrazo entre sueños
y un desayuno junto a la ventana
con el grato frescor que estrena
el día.
¿Se puede pedir más, a estas
alturas?
¿Cuándo todo esta hecho y el
futuro
es un desbarajuste plagado de dolores?
¿Se puede pedir más que compañía,
complicidad, ternura
y ese resto de infancia que aún se asombra
con la luz tan real de la belleza?