A lo largo de mi vida, creo que he sido feliz dieciocho días.
Pero no seguidos. (Antonio Gala)
Qué no daría yo por recordarte
con un escalofrío de gozo entre las piernas,
o porque me llegara el eco de tu risa
en medio del insomnio,
o quizá que tu abrazo
me hubiera consolado alguna noche
de esas que a veces vienen tan oscuras.
Qué no daría yo, qué no daría,
por haber refugiado mis tristezas,
tantas, de tantos años,
en el arco sedante de tu espalda,
porque tu voz me hubiera renacido
de alguna de mis muertes,
porque mi soledad no estuviera tan sola.
Pero no te reprocho,
que bastante tenías con lo tuyo.
Solo me quejo de no tener ahora
algún recuerdo dulce al que agarrarme,
salvo algunos instantes imprevistos
que encontramos acaso entre las calles
de una ciudad extraña.
Roma, Paris, Salzburgo,
el casino del Lido o Lisboa encubrían
un sueño parecido a la carroza
que pronto devenía en calabaza.
No me malinterpretes, si este duelo
aún no tiene visos de acabarse,
no es por la enfermedad ni por la muerte
-con toda su crueldad innecesaria-.
Es por todo lo hermoso que te robó la vida
cuando su deber era ser hermosa.