Me trago las palabras, me comporto
civilizadamente, sin saltarme
las más elementales reglas de urbanidad.
Correcta, pero un punto distante, indiferente,
casi, casi antipática.
No te digo te quiero
ni que te echo de menos cada día
que pasa sin saberte, me pregunto
si es que ya lo olvidaste. Tu silencio
me hiere como un dardo envenenado.
Y sigo sonriendo tontamente
si alguna vez te encuentro
te beso en la mejilla sin mirarte,
sin abrirte los labios
y clavarte la lengua en el recuerdo.
Y sigo sonriendo tontamente
y te abrazo flojito
sin que apenas te roce la curva de mi pecho
en lugar de incrustarme
en la sima profunda de tus brazos.
Menos mal que mis padres
me dieron una buena educación.