Hay un momento extraño,
apenas sin saber cómo ha llegado,
en que todo se rompe
el ídolo se cae del pedestal
y ocupa su lugar
en el mundo que habitan los mortales
Quizá fue un leve gesto, una mirada
que murió sin respuesta,
sin encontrar refugio en los ojos amados
y comprendes entonces
que esto es lo que hay
y hay que vivir con ello: tú no ocupas
ni siquiera un instante en su memoria
que todas esas noches
que abrazabas su imagen
solo estabas huyendo
para sobrevivir a la tristeza
igual que hace el soldado
que, impasible a las bombas,
en la trinchera escribe
una carta a una novia inexistente
como el enfermo
que no quiere salir del hospital
pues sabe que le espera
una casa sin risas ni geranios,
que apenas sonará el timbre del teléfono,
que tal vez muera solo
en una anochecida de noviembre
como el preso que sale,
ya cumplidos sus años de condena,
y no puede enfrentarse
a un mundo en el que sobra.
Y en un campo desierto deposita
su mísera maleta junto a un árbol
y su vida la arroja debajo de las ruedas
de un larguísimo tren de mercancías
Y es que la realidad
a veces necesita disfrazarse
para sobrevivir a duras penas.