Cuando seamos olvido, todo esto
que ahora nos parece el fin del mundo
será una pura anécdota,
un episodio más de nuestra vida.
Nuestros hijos
seguirán con las suyas y, si acaso,
nos echarán en falta en Navidades
a la hora de los brindis o tendrán un recuerdo
en nuestro cumpleaños. El amigo
−si es que para entonces queda alguno
y tiene la memoria suficiente−
recordará un instante de belleza,
una canción, un verso, algún abrazo
y quizá se le escape una indiscreta lágrima
que limpiará con cierto disimulo
sin dar explicaciones.
Cuando seamos olvido, amor, nada ni nadie
hablará de nosotros los dos juntos,
de ti y de mí reunidos
en un punto concreto del recuerdo.
Nunca nadie sabrá cómo te amaba
ni cuánto te soñé en mis soledades.
Y no habrá para mí un sitio en tus memorias
ni tu figurarás en mi pasado,
yo no tendré derecho ni a llorarte
ni tú podrás decir que me quisiste.
Cuando seamos olvido, amor, no existirá
la distancia, la noche,
la noche sin tu espalda a mi costado,
todo lo que nos dio un poco de vida
en la recta final de nuestra historia.