Los Reyes me trajeron dos cosas importantes: una cámara de fotos y un nieto. Resulta que en su camino desde Oriente se encontraron el paquete que había perdido la cigüeña y lo depositaron otra vez en su sitio; el camino desde Oriente es largo, de manera que hace ya tres meses que ocupa el lugar que Jesús y Sara le reservaban. Mientras, yo sin enterarme y sufriendo por ellos, estos chicos no tienen consideración. La casa de mi hijo era un caos de papeles, cajas de cartón y juguetes desperdigados por el pasillo. Marcos vestido de supermán y con la corona del roscón en la cabeza estaba apabullado ante tanto trasto y pasaba de uno a otro sin conseguir centrarse en ninguno. Paloma nos enseñaba sus progresos al piano poniendo fondo musical a la reunión. En mi carta a los Reyes había pedido para Marcos unos guantes de boxeo de colorines con un punching a juego, blandito y suave como un peluche, pero cuando se lo dije a mi nuera me dio la sensación de que torcía el gesto pareciéndole que eso iba contra la idea de la no violencia y, claro, ya no me atreví a decirle que también les había pedido un equipo de policía que incluía estrella, esposas y…¡¡¡horror, PISTOLA!!! Así que tuve que escribir un e-mail urgente a los Magos diciéndoles que lo cambiaran por un camión de bomberos, para iniciar al niño en el gusto por las labores humanitarias. Lo políticamente correcto nos contamina hasta la cursilería, ya estoy viendo a la Barbie con el hábito de la Madre Teresa. Marcos quiere ser maquinista de tren pero su padre le dice que, puestos a viajar, si no le da igual piloto que ganan mucha más pasta. No sé en qué quedará todo esto.
Yo estaba como loca con mi cámara y el domingo me fui con Arturo a hacer turismo por Madrid para estrenarla. Hacía un día radiante con un vientecillo helador. Por las calles aún circulaban juguetes despistados, como un oso inmenso que, en brazos de una mujer, quién sabe por qué no había llegado a su destino.
Yo estaba como loca con mi cámara y el domingo me fui con Arturo a hacer turismo por Madrid para estrenarla. Hacía un día radiante con un vientecillo helador. Por las calles aún circulaban juguetes despistados, como un oso inmenso que, en brazos de una mujer, quién sabe por qué no había llegado a su destino.
Por Bailén deambulaba sin prisas el gentío; un ángel de oro nos felicitaba el año, las palomas convivían amigablemente con los gorriones –quizá ellos sí han logrado superar el proceso de paz- repartiéndose las migas y dos barquilleros argentinos, leían el Martín Fierro junto a su bandeja de barquillos.
Llegamos por Mayor hasta la Plaza, pasando por la de la Villa y descubriendo rincones deliciosos que uno, con las prisas, no ve nunca, como una puertecita de arco gótico en la calle del Codo y la Antigua Farmacia de la Reina Madre, que no sabía yo que tuviera farmacia propia tan excelsa señora.
Como a Arturo le tira la cosa del dibujo, nos quedamos mirando en la Plaza a un caricaturista que dibujaba con trazos sabios a un viejo barbudo con aspecto de lobo de mar que le apremiaba porque, según decía, iba a coger la gripe. Al lado, otro dibujante nos ofrecía sus caricaturas pero, viendo lo que había sido capaz de hacer con Penélope Cruz, cualquiera se ponía en sus manos. Hay que tener mucho cuidado con estos tipos que, si te descuidas, te retratan el alma en un pispás.
Nos apretamos un bocatacalamares de reglamento -es una suerte ser de gustos proletarios- y, de camino hacia el metro de Sol, contemplamos lo más fashion en casullas y vimos con qué facilidad los senegaleses de la manta se hacen invisibles a la policía en una fracción de segundo. Por la tarde, otro disgusto del Madrid, que hay cosas que no cambian ni con el Año Nuevo.