domingo, 4 de enero de 2009

LLOROS

Cuando terminaron de dar las campanadas tenía las doce uvas en la boca, convertidas en un estropajo de pieles y pipas que tardé un buen rato en conseguir pasar por el gaznate. Entonces me permití dar rienda suelta a los sollozos que me estaban ahogando. De repente Marbella me pareció el último confín del mundo, lejos, lejísimos, de mi gente, cada uno en un punto de España; Jesús, Sara y los niños allá en el norte, en la otra punta del mapa. Ana, Jesús y los gemelos en Sigüenza con su padre; Marta con amigos por ahí, quién sabe dónde, mi madre y mis hermanas en Madrid. Y yo allí, en Marbella empezando un año que era mucho más que un año; era el fin de otro lleno de emociones y de sobresaltos y el principio de una vida. Fernando tampoco estaba con los suyos; estábamos con Gregorio y Merche y sus hijos, unos amigos suyos encantadores, cariñosos y cálidos a los que yo acabo de conocer, que nos dieron calorcito y nos acogieron en su casa y en su mesa. Sin embargo hubo un momento raro en el que me sentí "como una Kawasaki en un cuadro de El Greco", que diría el maestro. Y, cuando con la última campanada nos empezamos a dar besos y a abrazar, yo, en aquellas personas que casi no conocía, estaba abrazando a mis hijos, a mis nietos, a mi madre, a mis hermanos, a mis amigos de siempre. De alguna forma abrazaba el pasado, la historia, el camino recorrido hasta llegar hasta aquí. Y me puse a llorar y los llamé por teléfono soltando el moco. Y me entraron muchas ganas de decir te quiero a toda la gente que quiero y que espero que siempre esté en mi vida; mandé esemeses a medio mundo porque de repente me dí cuenta de que tengo el corazón como el camarote de los hermanos Marx y todavía cabe más gente, como la que he conocido estos días en Marbella. Y es que la cosa consiste en compartir, en compatibilizar todos los amores con el amor. Somos muy mayores, llevamos un gran equipaje a cuestas y nada ni nadie sustituye a nada ni a nadie.

Por la mañana del día uno vimos el concierto de año nuevo en pijama, como debe ser. Las bombas seguían cayendo sobre Gaza, al compás de las polkas y los valses. Ironías del destino, este año lo ha dirigido Barenboim, el hombre que fundó una orquesta compuesta por jóvenes israelíes y palestinos, soñando quizá que la música sonara más fuerte que las bombas y acabara con el odio. Hacía daño tanta belleza concentrada en el Wiener Hofburg, el sonido de la Filarmónica de Viena, las sterlitzias y las gerberas del mismo color que las llamas de Palestina, las amapolas gigantes iguales que la sangre. Bailaban el Danubio Azul tres niños y tres niñas, limpios y rubios, con alas de angelitos, rizos y sonrisas brillantes, mientras otros niños más sucios, más pobres y más morenos morían en Gaza. Barenboim ha dicho cuatro palabras, las justas, que serían suficientes si alguien las quisiera oír. Pero en Naciones Unidas se toman su tiempo para encontrar la fórmula magistral de una propuesta de alto el fuego políticamente correcta, que no ofenda a nadie. Mientras tanto, ya van más de quinientos muertos, miles de heridos y mutilados y el genocidio continúa por tierra. No permiten el paso de la ayuda humanitaria. Las palmas de la Marcha Radezky sonaban igual que las ametralladoras.

Marbella es un lugar bonito y acogedor, que no responde a la imagen cutre que transmiten los programas de corazón y bidé; en el que vive gente corriente, sencilla y humana y donde es una delicia pasear y vivir. Cuando cae la tarde, los aromas de los naranjos y de la dama de noche inundan el aire y uno se emborracha sólo con respirar.

En Ronda llovía y el camino estaba envuelto en niebla; las nubes dejaban jirones enganchados en las rocas y en los pinos. Comimos con María y Jose en una venta estupenda y yo comprobé que tengo química con ellos, que me caen bien y que ya les he hecho un hueco en mi camarote.

De vuelta para Madrid, hemos hecho un alto -un alto largo- en Marmolejo, donde otros amigos de Fernando, Paco y Carmen, nos han invitado a unas migas hechas en "la candela", al aire libre, que resucitaban a un muerto, jamonsito y morsilla achorisá, todo ello regado como corresponde. Cuando "la candela ha cogío brío" las ha guisado Bartolo con mucho oficio, tirándolas al aire y recogiéndolas con la sartén sin que se caiga ni una. Las migas hay que comerlas alternándolas con las engañifas, que son pedaso de bacalao, de naranja y de melón. Mientras tanto, las borriquillas nos miraban con sus enormes ojos de cristal negro. Paco y Fernando hablaban de la que, por lo visto, nos espera este año que empieza y Bartolo se ha enfadado un poco: -¡Qué crisi, ni qué crisi, ni qué crisi, si ustedes tenéi de tó! Teníai que haber vivío ustedes en los cuarenta pá sabé lo que es el hambre. Creo que Bartolo tenía razón.

Mañana vamos a Sigüenza, porque vienen los Reyes y siempre le traen flores a Jaime. Y eso que vienen de Oriente Medio, lo que son las cosas.

Creo que esta canción ya la he puesto, pero hoy no se me ocurre otra mejor.