viernes, 9 de enero de 2009

LOS REYES

El día cinco, los árboles desnudos del camino del cementerio estaban cubiertos de escarcha y parecían de cristal. Los cardos secos, las espigas, todas las pequeñas criaturas vegetales que pueblan las cunetas, se habían vestido de lamé de plata, se conoce que para la noche de Reyes, y era como adentrarse en un paisaje de cuento. A Jaime le dejamos claveles blancos y rosas que enseguida se quedarían tan helados como mis manos al colocarlos.

Los Reyes Magos me han traído unas botas; pero los Reyes Magos este año están a por uvas y me han traído dos botas distintas; no dos pares, no; dos botas distintas, cada una de un par de diferente modelo. Será por la crisis o porque han salido de Oriente despepitados, casi sin mirar lo que metían en sus sacos; demasiado han hecho los pobres, tal como está el patio por esos pagos. Confieso que me pierdo en el rompecabezas del eterno conflicto entre israelíes y palestinos porque las causas primeras ya se hunden en los abismos de la historia. Desde la creación del Estado de Israel, al término de la Segunda Guerra Mundial, los judíos no han parado de zumbarse con todos sus vecinos árabes y pasaron, en un pispás, de víctimas del holocausto a verdugos de los palestinos. Cuando la Guerra de los Seis Días, yo tenía dieciocho años recién cumplidos, acababa de formalizar un noviazgo que ya duraba dos -en las mismas condiciones que si fuera formal, vamos, en absoluta exclusividad- y, la verdad, tenía la cabeza en cosas más importantes, como qué hacer para llenar los cuatro años que me faltaban para casarme. Así que no me ocupé ni me preocupé mucho de que, al acabar esos seis días, Israel se hubiera anexionado la península del Sinaí, la franja de Gaza, Cisjordania, los Altos del Golán y no sé qué más. He crecido, he madurado y estoy envejeciendo con la música de fondo de las innumerables guerras, guerrillas y escaramuzas de la zona sin entenderlas demasiado. En ésta como en todas las guerras, supongo que la razón no la tiene nadie, más que nada porque la violencia siempre acaba con la razón -¿quién dijo aquello de la fuerza de la razón y la razón de la fuerza?- pero sea cual sea la proporción de razón y de verdad que tenga cada uno, para los que estamos fuera es imposible mantener la equidistancia emocional, porque la diferencia entre David y Goliat es tan desmesurada que todas las razones y todas las verdades se diluyen en los ríos de sangre que anegan la franja de Gaza. Y una, desde fuera, sueña con que David atine con la honda y coloque la piedra en medio de la frente de Goliat, le hiera de muerte y le decapite. Aunque en la Biblia David era judío y Goliat filisteo, supongo que se entiende el símbolo.

Estremece abrir el periódico y ver los telediarios, y asombra el nivel de sofisticación que ha alcanzado la maquinaria del exterminio. Hoy son más bestias que ayer pero menos que mañana. Hoy el Consejo de Seguridad de la ONU, en un alarde de reflejos, ha sacado adelante una resolución para instar al alto el fuego, con la abstención generosa de Estados Unidos, que no se molesta ni en disimular. Resolución que Israel se ha pasado por el forro inmediatamente y Hamás dice no sentirse aludida. Además se ha suspendido la ayuda humanitaria porque ayer fue atacado un convoy de Naciones Unidas y murió un trabajador.

Da miedo, miedo y vergüenza pertenecer al género humano.

A pesar de todo, los Reyes Magos han acudido a su cita y este año ya se ha reflejado la sorpresa en los ojos de los gemelos y de Almudena, mientras los de Palomita sonreían desde la sabiduría de sus siete años. Me da la impresión de que tiene más dudas que el panhispánico, pero no se las confiesa ni a sí misma. Marcos nos ha ofrecido un desfile de disfraces digno de Mortadelo; cuando ha aparecido con la armadura y el yelmo de Darth Vader empuñando la espada incandescente, los gemelos han roto a llorar horrorizados, como es natural.

La vida no se para nunca y la muerte tampoco.